El golpe de martillo que marcó el remate de "Corea Lee": adiós a la tienda del Paseo del Bulevar
Un hombre subido a una banqueta convencía a muchas personas de darle un mejor precio por los últimos bienes de la tienda Oseio. Su martillo sentenció el remate de lo que fue “Corea Lee” en San Francisco.
Afuera San Francisco parecía derretirse del calor, pero adentro del local que todos conocían como “Corea Lee” se cocinaba otra cuestión el miércoles 7 por la tarde. Un cartel avisaba que se remataba todo en ese negocio histórico de la ciudad y en la primera silla a la entrada un hombre de origen asiático recibía a todos con amabilidad.
“¿Cerraron?” Dijeron muchos desprevenidos que habrán creído que las liquidaciones de semanas atrás eran solo ofertas de temporada. Pues no, Tienda Oseio bajó la persiana para siempre.
La prueba más cabal de eso era el remate que se dio puertas adentro. La situación podría describirse así: un grupo de personas – casi todos comerciantes – observaban con detenimiento los bienes puestos a la venta y se dejaban seducir por el martillero Fernando Panero.
El profesional venía a ser una suerte de encantador de personas dentro de la tienda que integra el Paseo del Bulevar (como se denominan los negocios de esa esquina). Su misión era buscar que todo se venda al mejor precio ofertado. Decía un valor como base y con mucha oralidad, algunos chistes o apelando a que conocía a algunas personas iba logrando mejores ofertas.
Al final el martillo se golpeaba contra algo – a veces más leve, otras más fuerte – pero ahí todos entendían que se había vendido. Luego de eso la rueda volvía a girar y ahí empezaba de nuevo esta “danza”.
Yendo y viniendo estaba el matrimonio que fueron dueños de Oseio durante muchos años. ¿Cuántos? Al pasar contaron a El Periódico que fueron más de 30 porque primero estuvieron en Córdoba y al poco tiempo vinieron a San Francisco, donde trabajaron durante unos 27 aproximadamente.
Los motivos del cierre no vienen al caso, son personales y quedan reservados para los propietarios. La mujer y el hombre estuvieron todo el rato esperando que se remataran los bienes en los que alguna vez invirtieron.
A la vista de los ansiosos compradores de lo rematado pasaron casi inadvertidos. Ellos esperaron con suma paciencia, como lo hicieron con los clientes, que todo se vendiera y que el martillo golpeara por última vez.