Juan Oyola (58), quería ser futbolista pero por esas cuestiones del destino, no se le dio. Era uno de esos “5” clásicos de fuerza para el quite de pelota, inteligente y de precisión en el primer pase. Una de las piezas clave del Antártida Argentina campeón de 1993.  

A pesar que probó suerte en distintos clubes importantes de nuestra provincia y Santa Fe, no llegó. Pero en el medio encontró algo más importante, el amor. En ese deambular como futbolista conoció a quien sería su esposa y compañera de vida, Angélica Cabrera, con quien está casado desde hace 35 años y conformaron una numerosa familia. Tienen siete hijos que van desde los 32 a los 20 años. “Ella es el principio de la historia. Teníamos el sueño de tener cuatro hijos pero a veces uno planea una cosa y sale otra completamente distinta, casi que duplicamos”, cuenta entre risas.

Juan también es abuelo de siete nietos, que tienen entre 11 años y 20 días de vida.

“Siempre persiguiendo el sueño de jugar a la pelota. Estaba en un stand by en Sportivo Belgrano que no lograba encontrarme un lugar y estaba buscando club. Me probé en varios lugares pero se ve que no tenía que ser -recuerda-. En ese ínterin conocí a Angélica. Ya tenía 21 años y ya era cada vez más difícil. Entonces empezás a valorar otras cosas como buscar un trabajo para ir formando una familia. Lo que no sabíamos es que iba a ser tan grande”, bromea.

El hombre es empleado de comercio desde que dejó el fútbol y además, de ser sustento de una nutrida familia, también le queda tiempo para la solidaridad, es uno de los ya pocos voluntarios del Refugio “Daniel Mari” que les da asilo a familiares de personas internadas en el Hospital Iturraspe en su estadía en San Francisco.

Día del padre en la casa de los Oyola, mesa y tablón para muchos

Crianza colectiva

A pesar de venir de una familia numerosa –su padre tuvo 11 hermanos -, nunca esperó continuar ese legado. En su vivienda de Carlos Gilli siempre hay movimiento, con el matrimonio conviven cuatro de los siete hermanos y varios de sus nietos. “En casa siempre hay gente. Es la misión que nos ha tocado y si bien la hemos tenido difícil, siempre pudimos salir adelante”, resalta.

En este sentido, Juan reconoce con humildad que el eje de la familia pasa por su esposa: “Ella que tiene un carácter muy particular, mucha paciencia, mucho amor. Siempre lo digo: crió siete chicos y a mí también”, asiente sonriendo.

El hecho de ser nueve en la casa dejó numerosas anécdotas divertidas: “A nosotros no nos invitaba nadie nunca a comer, tenía que ser dueño de un club para que pudiéramos entrar todos. Imaginate, llegábamos y éramos nueve personas. No alcanzaban las sillas, había que pedirle sillas prestadas al vecino”.

Día del padre en la casa de los Oyola, mesa y tablón para muchos
Una tradición, desde 2011 la familia se saca una foto anual en un mismo lugar de la casa. 

Mesa y tablón todos los domingos

El domingo cuando se festeje el día del Padre será otro domingo más en familia para Juan, que entendió tras una dura experiencia que sufrió un amigo, que “lo primero es la familia”, tal como lo decía Guillermo Francella en la recordada comedia televisiva, La familia Benvenuto.

“Tenía un amigo que no comía asado los domingos porque estaba haciendo su casa, ahorraba y se cuidaba. Le dio un ACV y eso me hizo un clic. Me propuse que eso no me pase y disfrutar de la familia. Ponemos un poco cada uno, nos acomodamos y hacemos el asadito”, cuenta.

En la casa hay una amplia mesa familia y a un costado, apoyado en una pared, un tablón de 4 metros de largo para sumar cuando llegan todos los hijos.

“Los domingos son de asado, son una tradición donde vienen todos y es como un ritual para mí. Aunque a veces hay diferencias -Juan no lo niega-, distintos pensamientos y debates, porque el choque generacional es grande, la mayoría de las veces nuestros hijos nos terminan enseñando”.

Consultado sobre qué regalo espera para el día del Padre, se ríe y explica: “Qué me van a regalar. La verdad que no quisiera nada porque me piden la tarjeta a mí y yo soy el garante”. Luego en un tono más serio, confiesa: “El hecho de que vengan y que estén bien, estén donde estén -uno de sus hijos reside en Luque- a mí me hacen muy feliz”.

Y como cierre reflexiona: “Creo que con Angélica tratamos de inculcarles a cada uno de ellos es que sean personas de bien, porque lo otro va y viene. Si vos dejas una buena imagen como ser humano eso no tiene precio”.

Día del padre en la casa de los Oyola, mesa y tablón para muchos
El refugio Daniel Mari, donde Juan es voluntario. 

Su cable a tierra

Juan es uno de los voluntarios del Refugio “Daniel Mari”, la vivienda ubicada en Padre Gervasi 366, destinada a brindar hospedaje a todas aquellas personas que tienen familiares internados en la Unidad de Terapia Intensiva del Hospital J. B. Iturraspe.

El hombre asegura que brindar colaboración en el lugar es un cable a tierra. “Angélica lo cuidó a Daniel antes de fallecer y nos hicimos amigos. Cuando se consiguió casa, fui a dar una mano como de relleno pero me fui enganchando de a poquito. Vas a ese lugar y te encontrás con personas que lo único que tenés que hacer es acompañar, porque tienen algún familiar internado al borde de la muerte y te cuentan sus historias. Y por ahí volvés a casa y te encontrás con una de mis hijas quejándose porque no hay Wifi. Entonces eso me sirve mucho para ver qué es lo importante y que no”.

“Me ha tocado que te avisan que tenés que ir porque te toca guardia en el refugio, estás cansado y vas medio fastidioso, pero cuando te encontrás con esa realidad de una persona que verdaderamente la está pasando mal, que tiene un familiar entre la vida y la muerte y pensás ‘mirá por lo que yo estaba preocupando’”, sostiene.