Se define como un vecino más de San Francisco, pero claramente Ariel Muratore es uno de esos vecinos que hacen cosas por la comunidad, uno más de tantos que destacan en su proyecto Arquitectos Sociales, que impulsa junto a toda su familia desde el 2010. 

Con Arquitectos Sociales la idea original era rendir homenaje a su hermano Daniel Muratore, quien en 2009 falleció por una enfermedad y que siempre destacaba las historias de vida de vecinos y vecinas de la ciudad. Con hacer un par de programas radiales rescatando esas historias se daban por hechos, sin embargo se mantuvieron durante casi 10 años en la pantalla de Canal 4 con 383 entrevistas, organizaron una gala de fin de año para destacar a estas personas de la ciudad y además en 2013 recuperaron un espacio verde junto a las vías del viejo Ferrocarril Mitre, donde en diferentes sectores hacen un reconocimiento a distintas causas. 

En la entrevista en Yo Digo, el programa que se emite por El Periódico TV y El Periódico Radio FM 97.1 (martes a las 19), contó cómo fue que con 16 años empezó una carrera militar que finalmente abandonó, cómo luego inició una formación como docente aunque no se dedicó a ello y también explicó cómo su vida cambió en 2019 cuando le diagnosticaron un cáncer, lo que hizo revisar todas sus prioridades. 


- Cuesta definirte porque tenés un emprendimiento con cuchillos, un negocio familiar, una carrera militar, otra como docente y estás también con el proyecto de Arquitectos Sociales. Hacés de todo.
- El tema es no aburrirse pasarla bien haciendo cosas. Por ahí me cuesta entender a la gente que dice no tengo nada para hacer o no me llega inspiración. Creo que hay un montón de cosas por hacer, es un verso que está todo hecho. No hay que tener miedo al viraje y cambiar el rumbo.

- Me sorprendió que tenés una carrera militar. Pareciera que no te pega nada, ¿pero te identifica la disciplina militar?
- Claro que sí, yo ingresé con 16 años a la carrera militar en 1982, justo el año de Malvinas, en Campo de Mayo, en la escuela Sargento Cabral, de la cual tengo amigos y hermanos de la vida, con los que pensamos muy distinto. Son compañeros de vida. Yo me había roto el alma para estar en Córdoba cerca de mi familia, había hecho el curso de paracaidismo con la idea de que me tocara en Córdoba. En esa época estaba muy caliente el conflicto con Chile. Me destinan al sur, estuve allí cinco años, hasta el 31 de diciembre de 1986. Me tocaba firmar para el ascenso y dije no vengo más, dejé la carrera.

- ¿Y tenías esta cosa de querer ser militar?
- Me había gustado. Mi mamá era más tradicionalista y conservadora, pero mi viejo no, ni curas ni militares. Ellos me acompañaron, pero me di cuenta que la vida militar es una vida de obediencia total. Y cuanto uno más avanza y más alto es tu cargo, mayor es la obediencia que tenés toda tu vida, estás atado. En 2017 hice el curso para incorporarme como fuerza de reserva, estoy como oficial de reserva del Ejército, revisté en Santa Fe hasta el 2019, que tuve una enfermedad grave. Y de esa época me quedó de andar siempre con saco y zapatos, no uso zapatillas.

- ¿No tenés zapatillas? ¿y para jugar al fútbol o algo?
- Estuve 17 años sin usar zapatillas. Al fútbol no juego, solo si tenía que hacer algo en el taller o salir a caminar. Trotaba mucho, pero tuve un accidente en moto. Si no, jamás me ibas a ver con zapatillas y todavía ahora nunca uso, porque en la formación nuestra si estabas vestido de civil, era con saco y zapatos. Si estabas con zapatillas ameritaba un llamado de atención y sanción. Y me quedó ese hábito. Soy bastante disciplinado. La escuela militar es maravillosamente dura, vienen de toda América Latina a cursar.

Ariel Muratore: “Es increíble lo que se hace a pulmón en los barrios y clubes”

- ¿Dejaste la carrera militar y qué pasaste a hacer?
- Me vine a trabajar, mi viejo estaba dirigiendo una empresa metalúrgica en Morteros, pero nosotros fuimos siempre de San Francisco. Primero me quedé a trabajar como un año allá en Río Gallegos y me dediqué a vender libros de medicina y de derecho. Visitaba todos los sanatorios, hospitales. En esa época no había nada, no sé cómo había teléfonos. Frío de pelarse en invierno y en verano un viento espantoso. Me iba de ahí a vender a Tierra del Fuego, a Río Grande y Ushuahia. Pero siempre fui muy familiero, me quería venir y comencé a trabajar con mi viejo en un taller de fundición, y es lo que seguimos haciendo con la familia hoy.

- ¿Cómo surgió el proyecto de Arquitectos Sociales?
- En el taller siempre charlábamos con mi viejo y mis hermanos el tema de por qué siempre se reconocían los de afuera. Siempre venía alguien de afuera y parecía que tenía la máxima palabra, así dijera estupideces. A nivel país siempre estamos interesados de qué piensan los europeos de nosotros, acá también qué dirán los de los de Buenos Aires de nosotros. Mi hermano mayor Daniel comienza un proceso de enfermedad allá en 2008, él tenía una peluquería y en el taller trabajaba como tornero. Siempre nos contaba anécdotas. Las perspectivas se acortaban, los diagnósticos eran duros y la idea era escribir un libro, distraerlo. Nombraba gente y los fuimos anotando. Cuando él fallece, la idea era rendir un homenaje, pero con que fueran cinco o seis personas nosotros ya sentíamos que habíamos cumplido la misión. 

- El proyecto de Arquitectos Sociales parece una lucha contra el pesimismo, contra esa idea que los buenos ejemplos vienen de afuera y que acá no pasa nada. Hay mucha gente que hace cosas muy valiosas y que te inspiran aquí cerca, en tu ciudad. Ustedes mostraban eso, los ejemplos locales. 
- Las instituciones que tenemos son descomunales y te das cuenta en la arquitectura de lo que son los clubes. El Estado te hace la escuela, la inaugura, pero se arma la comisión de padres para sostener eso, porque después te faltan tizas, mantenimiento. Es increíble todo lo que se hace a nivel de pulmón en los barrios, clubes, en la Liga de Baby. Es maravilloso lo que se hace para contener a la gente en la ciudad. Si Tito Lamberti hubiera nacido en Estados Unidos, hoy tendría una película como la de Patch Adams siendo el poeta de los pizarrones, por decir algo. Por lo menos reconocerlo acá, ya con eso estamos contentos.

- Llegó un momento en que no les alcanzaba con el programa o la gala de fin de año, sino que buscaron un lugar físico. 
- Yo me crié ahí y siempre fue el lugar con suyos altos, ya el tren no pasaba más hacía añares. Y dije por qué en esa esquina no hacer una plaza, para poner el nombre de la gente que hemos entrevistado y que ellos puedan decirle al nieto. Fue en el 2013, siempre con la ayuda de gente amiga. Hicimos la plaza en un mes y 10 días. La del Bicenteneario, en 2016, esa nos llevó casi tres años. 
- ¿Qué intención tienen con esta plaza y los homenajes que hacen?
- Testimonial, como testimonio a las futuras generaciones. Si vos te ponés a esperar que te reconozcan… hay muchos elementos en el medio, vos sabés cómo es la parte política, cuestiones simbólicas. Si les reconozco, no vaya a ser cosa que se crean que esto o aquello. Hagas lo que hagas te van a criticar y no falta el que piensa que con eso sacas rédito político. No, ¿qué rédito va a tener? Ninguno, nosotros lo hacemos como testimonio para las generaciones futuras y ahí quedan. La gente siempre nos ha acompañado, los medios también.

- Te tocó pasar en 2019 por una enfermedad grave. ¿Cómo lo estás llevando hoy?
- Gracias a Dios muy bien. Me estaba afeitando y me toco una pequeña cosita, que era nada, pero que yo no tenía. Lo comento en el taller y Darío, mi sobrino, me dice: “Acordate que mi viejo empezó con eso y no le fue bien”. Mi hijo Angelo lo escucha, va y habla con la mamá, Adriana, mi señora. Era fin de semana largo. Adriana habla a Vero Flore y el doctor Berardo, un matrimonio amigo, y ellos estaban descansando en Buenos Aires, pero me dice andá a ver al doctor Giorgi, que es el jefe de Otorrinolaringología de un hospital de Córdoba, él lo va a atender. Yo decía me va a dar un Actron y me va a mandar a casa. Y me dijo tenés un tumor. Quedé en el aire, no me acuerdo nada qué más dijo. Entre todos me acompañaron maravillosamente bien, la compañía es fundamental. Ahí depende de que no te vayas abajo. Es hasta difícil acompañar en ese momento, no es fácil. Fue un cáncer de linfoma. El 20 de marzo, el día que se cierra el país por la pandemia, hice la última quimio fuerte. Y en abril llegó el estudio que decía remisión total de la enfermedad, fue una alegría de abrazarnos todos y llorar.

- ¿La enfermedad te cambió mucho las prioridades?
Sí, si no te cambia eso no te cambia nada. 

- ¿En qué cosas lo notás? 
Cuando te tiran un diagnóstico así, salís, mirás una planta y decís: ¿la voy a volver a ver verde? Me pasaron esas cosas, o ves la belleza del otoño, las hojas caídas, cuando en tu vida le diste pelota y hasta pateabas las hojas. ¿Voy a ver un nieto? Esas cosas te caminan por la cabeza, mirá si me voy a amargar por un título de fútbol. No, viejo, viví al día y sé feliz con lo que tenés. Toda la vida he militado por una sociedad más justa, mejor distribuida la riqueza, pero puedo ser pobre y feliz. Parece una estupidez lo que digo, pero pasa por ahí. Te das cuenta que tus prioridades a veces estaban desenfocadas, descentradas o luchando por una cosa que no tiene tanto sentido como vos le estás dando. Cuando te pasan estas cosas las revisás a todas, estaba caminando en el aire. 

- Sos activo en redes sociales, te gusta publicar ideas, te posicionás políticamente y además sostenés los debates, siempre de buena forma. 
- Sí, soy un convencido de que hay que tomar posición. Como te decía recién, hoy disfruto de cosas con más intensidad, pero no quiero dejar de mirar a la sociedad, las injusticias, lo que está pasando. 

- Superaste una enfermedad, pasaste por una carrera militar, otra docente, tenés un negocio familiar y un emprendimiento de cuchillos. ¿Hacia dónde vas?
- Hacia la vida lo más intensa que pueda vivirla. Disfrutar el día. Ahora estoy con las alitas de Valentino. Cuando me enfermé, si vos me decías qué papeles tenés para mostrar, tengo la carrera militar, la licenciatura, posgrado. Todo eso lo sacaría para haber estado más tiempo con mis hijos. Quisiera volver para atrás y no hacer nada de eso, porque la vida me demostró que sin tener nada de eso se puede ser buen tipo y eso es lo que trato de ser, sensible con la comunidad. Que te trenzarte por ahí duro con otro por otras ideas… no importa. A alguien que piensa distinto lo respeto, nos encontramos, nos saludamos. Los debates intelectuales quedan en ese sentido. Pasar la vida dejando algo, creo que todos tenemos algo para dejar. Vivir intensamente con los que están cerca, un abrazo con los amigos y compartir la ciudad, el espacio que nos tocó vivir, soy un enamorado de San Francisco.