Rosa Gallegos (65) puede explicar el dolor que siente una madre que perdió un hijo. Más que perderlo se lo arrancaron el último 13 de abril cuando lo golpearon salvajemente dentro de una cancha de fútbol.

Narra, recuerda y llora. Se vacía de a ratos para luego recargar otra vez sus ojos de lágrimas. El dolor de esa pérdida, que solo sienten las madres, no se va nunca.

A Cristian Robledo (30) lo mataron en un lugar al que fue a desenchufarse, a salirse de las agobiantes jornadas de trabajo de la semana y también de ese mismo sábado por la mañana. Llegó al mediodía de la fábrica, limpió el departamento donde vivía, como acostumbraba, armó el bolso del fútbol más tarde y se fue al Club Atlético La Milka, donde se jugaba una liga amateur en la que participaba.

La historia cuenta que faltaba poco para que termine el partido y se produjo un roce seguido de discusión entre los jugadores de ambos equipos. Cristian estuvo implicado y en un momento cayó al suelo donde fue pateado por varias personas que lo rodearon. No solo del equipo contrario sino también gente del público que saltó el alambrado como lobo hambriento para sumar más barbarie a la escena. Las peores lesiones las sufrió en la cabeza y en el pecho. Tuvo convulsiones en el lugar hasta que una ambulancia lo llevó hasta el Hospital Iturraspe, donde quedó internado en terapia intensiva. Días después se produciría su deceso.

Hoy son cinco detenidos por este crimen, quienes se encuentran imputados por “homicidio agravado por haber ocurrido durante un espectáculo deportivo”, siendo los responsables según la investigación: Alejandro Ariel Cortez, de 23 años; Facundo Ariel León, de 19; Maximiliano Roberto Manzanelli, de 30 años y otros jóvenes que en ese momento tenían 17 años.

“Estoy conforme con el accionar de la Justicia, pero sería injusto que les bajen la imputación a los detenidos”
Las primeras detenciones 

El fiscal Bernardo Alberione pidió la elevación a juicio de la causa, la que de mantenerse con la imputación actual devendría en serias penas al menos para los tres mayores de edad en ese momento. Por lo pronto, se espera por la decisión del Juzgado de Control, ya que los abogados defensores de los implicados se opusieron a la decisión del fiscal de Delitos Complejos. El objetivo es que la imputación sea menor, calificada “homicidio en riña”, lo que haría las penas más leves.

“Sería injusto que se les baje la imputación. Ellos no tuvieron miramientos hacia con mi hijo, le pegaron todavía estando en el suelo desprotegido”, analizó Rosa en diálogo con El Periódico.

La mujer confesó que ese fatídico 13 de abril una pareja le golpeó la puerta de su casa a la tardecita para decirle que Cristian había tenido un accidente jugando al fútbol. Cuando fue hasta el hospital con uno de sus hijos, no podía creer que esté todo entubado y lleno de cables en una terapia intensiva: “Parecía que se había caído de un décimo piso más que un partido de fútbol”, comparó.

Según dijo, a sus hijos (son tres) les gustaba el fútbol, algo que venía en la sangre, ya que su padre no solo lo jugó sino que además fue árbitro. “El fútbol para él era algo lindo, su padre era jugador y fue árbitro, aunque a mí nunca me gustó. A los 7 años yo lo llevaba a básquet a San Isidro” señaló.

Cristian, su hijo

Rosa sostuvo que la separación de su esposo afectó a sus hijos, en especial a Cristian, el menor, quien tenía 7 años en esa oportunidad.

“Hablaba poco… era muy buena persona. El boxeaba, estuvo un tiempo en Córdoba, donde iba al secundario. Siempre me hizo renegar con la escuela (sonríe). Pero lo único que tenemos como familia son buenos antecedentes”, recordó, mientras hacía fuerzas para no volver a caer en el llanto. Algo que inevitablemente no iba a durar.

“Estoy conforme con el accionar de la Justicia, pero sería injusto que les bajen la imputación a los detenidos”
Cristian Robledo

Para dar cuenta de la reserva de su hijo, la mujer contó que cuando trabajaba en la autopista de la ruta 19 que unirá a San Francisco con Río Primero, Cristian como tantos otros compañeros quedaron sin trabajo ante conflicto de la empresa que llevaba adelante la obra en la zona de Tránsito y le costó contarlo. “Estuvo de un amigo un mes, me dijo que le daba apuro estar ahí y me preguntó si podía volver a casa. Le dije que claro, que era su casa”, declaró.

El terror previo a la pérdida

Robledo terminó falleciendo el 18 de abril y en el medio pasaron varias situaciones. Primero el traslado del hospital a una clínica privada ya que tenía obra social, sin embargo en un breve lapso de tiempo y ante la complejidad de sus lesiones volvió a ser llevado al centro de salud público.

“Eso me rompía el alma, que lo lleven de un lado al otro, con movimientos tan bruscos y yo sin dimensión de lo que pasó porque estaba shockeada”, precisó.

Rosa señaló que el parte médico decía que su hijo era un paciente grave. Los estudios revelaban fuertes golpes en varias partes del cuerpo. Durante la internación, además, hubo otras complicaciones, como una neumonía.

Previo al día de la muerte, Rosa recordó que el edificio del hospital estaba en obra, que de día se escuchaban ruidos de construcción y música pero que a la noche era una paz total en el lugar: “Me mostraban la radiografía de los pulmones, muy golpeados e inflamados. Me doy vuelta en un momento y veo que lo estaban reanimando; ahí empecé a vivir la muerte de mi hijo, a sentir que ya no volvía…”, expresó antes de volver a quebrarse. Faltaban unas pocas horas para el final y su corazón de madre, el que se encuentra dañado por una enfermedad, se lo hacía sentir.

“Me quedé esa noche hasta las 4. Les digo a una mamá de un amigo que se quedó y a mi pareja que sentía terror”. Más tarde, un médico le avisaría que no pudieron hacer más nada.

Paz, el rostro de su hijo

Cristian se fue pero dejó su sangre, una niña de 3 años llamada Paz, que vive con su madre en una localidad de la región.

“Uno de los sueños de él era ser padre y lo fue de una niña, por lo que la vida le cumplió el sueño. Es idéntica a Cristian, las facciones, pero a diferencia es recontra extrovertida, cosa que él no era. Los amigos de mi hijo que me visitan me dicen ‘no te preguntes porque no contaba cosas, a nosotros tampoco nos contaba’. Él era muy reservado”, indicó.

Rosa intercambia durante la charla recuerdos alegres y momentos crudos. Cuenta que no se quiere operar del corazón –sufre prolapso de válvula mitral- y manifiesta que “todos tenemos fecha de vencimiento”, aunque no la conozcamos.

Dice sentirse dolida con autoridades municipales, a quienes considera parte responsable de lo que pasó con su hijo. Tampoco entiende que ese día en la cancha no había personal de vigilancia, policías, ni una ambulancia, servicios que pagaba con la cuota mensual y que deberían haber sido obligatorios.

Aclara que, tras lo sucedido, no hicieron la denuncia policial por temor a represalias de parte de los agresores de su hijo, pertenecientes a barrio San Javier de Frontera. Fue por ello que la fiscal Silvana Quaglia y la Policía actuaron de oficio cuando se tomó conocimiento público de la agresión. Con la muerte, la causa pasó a las manos de Alberione.

Sobre el final de la entrevista, Rosa afirmó: “No me interesan los que están presos, son personas de mal vivir que no tengo nada que ver. Yo estoy conforme con el accionar de la Justicia, muy rápido fuimos aceptados como querellantes, la prisión preventiva, el pedido de elevación a juicio donde los abogados de ellos salieron a decir que algunos no lo golpearon”, remarcó impotente e insistió en que espera se mantenga la imputación actual.

Mientras busca una foto de Cristian dentro de su bolso, un nuevo recuerdo se le viene a la cabeza: “Mientras lo estábamos velando yo no quería verlo. Una amiga me dijo que lo haga porque sino me iba a arrepentir toda la vida…”, relató entre lágrimas. Eso fue lo que hizo, fue su despedida, la caricia final.