La Aviación Naval y parte de la Fuerza Aérea se sublevaban hace 66 años contra el Gobierno constitucional de Juan Domingo Perón y bombardeaban la Plaza de Mayo, al dejar caer cerca de 14 toneladas de bombas que dejaron más de 300 muertos y unos 2.000 heridos.

El 16 de junio de 1955, aviones de la Marina y de la Fuerza Aérea, con la complicidad de sectores políticos y eclesiásticos, llevaron adelante un ataque sin declaración previa sobre la Plaza de Mayo y otros puntos del centro de la ciudad de Buenos Aires. El propósito del alzamiento era matar a Perón, pero desató una masacre que marcó el inicio de la violencia política que envolvió al país hasta bien entrados los años setenta, y que quedó finalmente impune.

Un año antes, el peronismo había triunfado en elecciones generales que se celebraron para elegir vicepresidente para cubrir la vacante que se había generado en el cargo tras la muerte de Hortensio Quijano.

En verdad, el Gobierno pretendía conseguir respaldo popular ante un frente opositor creciente compuesto por la Iglesia católica, la Sociedad Rural, y amplios sectores de las Fuerzas Armadas, principalmente la Marina.

El oficialismo se impuso con el 62,54% de los votos y quedó claro que Perón no podría ser derrotado en las urnas.

Homenaje

El bombardeo a Plaza de Mayo fue invisibilizado durante décadas al tiempo que inauguró uno de los pasajes más violentos de la historia argentina, en contra de la vida institucional del país.

Este miércoles se llevará a cabo un acto de conmemoración a 66 años del bombardeo, el cual fue organizado por la secretaría de Derechos Humanos de la Nación que conduce Horacio Pietragalla Corti. El evento está previsto para las 17, se realizará en forma virtual por la pandemia del coronavirus y podrá ser seguido mediante la página YouTube/sdhargentina, se informó a través de las redes sociales.

En el acto, se transmitirá el corto "Flores del '55" y el video "Del cielo los vieron llegar", en homenaje a las víctimas de aquel día.

Participarán del acto Lita Boitano, de Familiares de Detenidos Desaparecidos por Razones Políticas; Roberto Baschetti, sociólogo investigador y militante peronista; Daniela Marino, de la Comisión de Familiares de Víctimas del Bombardeo a Plaza de Mayo; y Héctor Fernández, diputado nacional por la Provincia de Buenos Aires.

Objetivo: matar a Perón

El contexto de la época marcaba que a pesar del contexto de crisis económica, el peronismo se había empeñado en mantener la distribución del ingreso beneficiosa para los asalariados.

Los trabajadores conservaban un 53 % de participación en el PBI, una cifra única en la historia de América latina, y esto hacía que los sectores empresarios sumaran sus voces al descontento ante el rol protagónico que jugaba la CGT en la economía nacional.

Como parte de un creciente enfrentamiento con la Iglesia, el Gobierno había impulsado en 1954 una ley de divorcio, y unos meses después se suprimió la enseñanza religiosa en las escuelas públicas.

El 20 de mayo de 1955, se convocó a una Convención Constituyente con el propósito de declarar un Estado laico, y esa puja con el sector eclesial les dio a los militares golpistas la excusa para poner en marcha la conjura.

En abril del 55, unos 200 mil católicos se movilizaron a Plaza Mayo en el marco de la celebración de Corpus Christi, un hecho político que entusiasmó a los golpistas y convenció hasta el más indeciso de que se podía derrocar al "tirano".

Durante la concentración, un grupo, que jamás resultó identificado, quemó una bandera argentina, y el Gobierno decidió que la insignia patria fuese "desagraviada" con una parada militar en Plaza de Mayo, el día 16 de junio.

Terrorismo

En aquel jueves nublado y frío, una multitud contemplaba el desfile militar cuando a las 12.40, el cielo se ensombreció ante la presencia de 40 aviones de la Aviación naval y de la Fuerza Aérea que comenzaron a dejar caer bombas sobre la repleta Plaza de Mayo y la Casa Rosada.

Los aparatos llevaban dibujados en su fuselaje la insignia "Cristo Vence", y en la primera de sus oleadas, una de las bombas impactó de lleno contra un trolebús repleto de pasajeros.

Perón se refugió en los subsuelos del edificio Libertador y consiguió de esta forma salvar su vida, mientras, en las calles, la CGT movilizaba columnas a la Plaza y los sediciosos realizaban tres oleadas más de bombardeos.

El bombardeo cesó a las 17.40 y los atacantes huyeron a Uruguay, donde fueron recibidos por el presidente Luis Batlle, que les concedió asilo político.

Las tropas del Ejército que permanecían leales a Perón sofocaron el levantamiento por la tarde, cercando a los alzados en el Ministerio de Marina, que se rindieron, lo que implicó el fracaso del golpe.

En la noche, Perón pronunció un discurso pacificador, e instruyó la formación de un consejo de guerra para los golpistas.

Entre los acusados figuraba un joven teniente de navío: Eduardo Emilio Massera, que integraría en 1976, en calidad de almirante, la junta militar que perpetró el genocidio.

Manifestantes enardecidos quemaban la Catedral y diez iglesias más de Buenos Aires, y durante años, los opositores al peronismo condenarán esta reacción como algo peor incluso que el bombardeo a la población civil.

En agosto, el consejo de guerra declaró culpables a los principales cabecillas de la rebelión, pero el Gobierno no pudo sofocar el clima insurreccional dentro de la Fuerzas Armadas.

Finalmente, el 16 de septiembre, los golpistas se imponían tras días de enfrentamientos y Perón partía a un exilio que se prolongó hasta 1955.

La autodenominada Revolución Libertadora tomó el poder; proscribió al peronismo y comenzó a ejercer una dura represión hacia los trabajadores, que alcanzó su clímax durante los fusilamientos de 1956.

En el plano económico, los militares devaluaron la moneda, favoreciendo los intereses de los agroexportadores y suscribieron por primera vez un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI).

Sin embargo, el recuerdo de aquella sangrienta jornada, muchas veces invisibilizado en la enseñanza de la historia, permanece vivo en la conciencia del pueblo peronista.