“Atorrante, es foul, no viste cómo lo bajaron al nene”, le grita al árbitro una señora de rulos. El chico que llevaba la pelota fue al piso luego que el defensor del equipo contrario le extirpara limpiamente la pelota. En esta, el hombre de negro acertó, pero la mujer explotó de ira al ver al pequeñito desparramado por el césped.

En las canchas de Baby este tipo de situaciones son constantes. Mejor dicho, se volvieron constantes. Sucede que los más grandes descargan sus miserias en un ámbito ideado para los más chicos. Por eso es común ver a un padre gritándole a un árbitro o dándole desaforado una indicación a su hijo pasando por encima del director técnico.

San Francisco, como cualquier ciudad mediana del país, tiene organizada su liga infantil. Son 18 equipos, con varias categorías, y un promedio de dos mil pibes que le dan a la redonda cada sábado.

Lo de infantil tiene que ver únicamente con la edad, porque la competencia es feroz. Y también hay algo más. Es una cultura deportiva que maman desde niños y que extienden a casi todos los demás ámbitos de la vida. Exagerando un poco, la regla es: el que está enfrente es el enemigo, hay que ganarle como sea.

La presión, desmedida

“La mayor presión la reciben los chicos que juegan en categorías más avanzadas”, le contó Esteban, padre de dos niños que juegan en el club Tiro y Gimnasia, a Vayas donde Vayas.

“Es increíble observar cómo se sacan las madres de los chicos, por ahí son las que más gritan, y eso te genera un poco de bronca porque los chicos pasan un mal momento cuando debería ser todo lo contrario”, agregó. Esteban confesó luego que el año pasado tuvo la intención de no llevarlo más a su hijo más grande: “Te cansa un poco esto, pero desistí de la idea porque mi hijo ya había armado su grupo de amigos”. 

Gustavo Fernández es árbitro de la liga hace varios años y dice ya estar acostumbrado a estos episodios: “Después de tantos años te acostumbrás, y si te putean desde afuera podés parar el partido y pedir que lo saquen del predio al que te molesta. Si sigue pasando lo terminás suspendiendo”, describió.

Lo peor es cuando la intolerancia viene desde adentro del campo de juego, es decir, de parte de los chicos: “Hoy te tratan mal hasta los mismos pibes, antes no era así, pero últimamente está bravo y ya no existe más respeto por nada, es síntoma de lo que sucede en la calle también”, precisó.

Fernández explicó además que el Tribunal de Disciplina de la liga actúa de buena manera y que se sienten protegidos por la institución.

Según el reglamento del Baby Fútbol, ante un exceso verbal de un espectador el árbitro tiene la facultad de transmitirles a los delegados de los equipos que calmen las aguas. Si existe una tercera intervención, el juez detiene el reloj hasta que la persona que ocasiona disturbios se vaya del lugar. Si no lo hace el partido queda suspendido.

“No es algo frecuente la suspensión pero existe”, advirtió Marcelo Pérez, presidente de la Liga de Baby Fútbol

El dirigente, que va por su segundo año de mandato, informó que la primera sanción es un apercibimiento hacia el club donde hubo disturbios. Si se vuelve a repetir un mismo hecho dos veces más, la cancha de ese equipo queda suspendida.

“Tuvimos suspensiones provisorias de un campo de juego, este año hubo dos”, indicó Pérez.