Parecían papas en bastones lo que había dentro de una gran olla apostada sobre el mármol de la cocina, pero no lo eran. “Son vainitas”, me dice Royli mientras pica tomates y cebollas sobre una tabla y con un cuchillo de los grandes, los que usan los verdaderos cocineros. “Ustedes acá las llaman chauchas”, me agrega. Enseguida me cayó la ficha. Pensé en una ensalada mixta entre las tres verduras, algo que suelo comer en casa. Pero en la mesada había además huevos y harina, lo que me hizo dudar. Seguí pensando por dentro un poco más qué plato estaba preparando y nada se me ocurría. Hasta que un poco colorado pregunté: “¿Todos esos ingredientes son para la misma cosa?”. Royli, con una mueca de gracia, asintió con la cabeza: “Es una tortilla, ya las vas a probar”, me prometió.

Sorprendido, me senté a esperar el producto final. ¡Una tortilla con chauchas!, exclamé por dentro en un grito mudo de guerra en defensa de la clásica que contiene papas.

Royli Cajaleón es peruana, pero desde hace tres años vive en Argentina. Primero recaló en Neuquén pero desde hace un tiempo se encuentra en San Francisco, en barrio La Milka. Tiene 43 años, está casada con Willians Tamayo, con quien tuvo tres hijos: Umma de 2 años, Pedro de 7 y Fredy de 16. Cuenta que nació en un poblado llamado Pucallpa, una de las principales ciudades de la selva peruana. Y asegura que cocina desde que tiene uso de razón. Su sueño: tener su comedor de comidas peruanas.

“Mi mamá me decía que mire si quería aprender”, recordó ya en la charla con El Periódico. Para Royli, “la cocina es creatividad, vas poniendo tu misma sazón, cada quien le pone su toque, yo no cocino como tantas recetas que hay, sino como yo creo que es y cómo me gustaría a mí comer”, señaló mientras muñequea la sartén donde se saltean las rodajas de tomate y cebolla.

Cocina los sabores peruanos, sueña con su propio negocio y estar en la Buena Mesa

Cajaleón vive cada día de la semana con mucha intensidad. No solo porque es madre de tres hijos en diferentes etapas de la vida -hoy sola porque Willians volvió en noviembre pasado a Lima, Perú, para trabajar y enviarle el dinero del alquiler, entre otras cosas-, sino por todo lo que hace. A la mañana temprano aprende costura en un taller municipal, luego vuelve a su casa “rapidísimo” para cocinar las “viandas” que le llevará al mediodía a sus hijos varones que cursan sus estudios en el Ipet nº 50 “Emilio Olmos”, en el caso de Fredy, y en la escuela Núñez, en el de Pedro. Tras ello se dirige a una obra en construcción donde deja cuatro menús. Todo ese trayecto lo hace diariamente caminando, unas 30 cuadras. A la tarde y noche colabora con el comedor comunitario Los Pequeñitos de La Milka.

Sobre la comida de su país de origen eleva al máximo al ceviche, que para los peruanos es como el asado para los argentinos. “Es el plato que mejor me sale y es muy pedido por quienes quieren probar la comida peruana. Realmente pica cuando es un buen ceviche, si no pica no lo es”, afirmó.

Royli explicó que las viandas que vende diariamente no son muchas, pero es un dinero que le alcanza para poder subsistir en la ciudad. Además, manifestó que en el último tiempo cocinó en dos eventos privados (agradeció a las dos familias por la confianza) y también en el Bistró del Talio de La Palma, donde preparó los manjares de su país: “Quiero fomentar la gastronomía de Perú”, aseveró.

Neuquén, su primer destino

Royli, su marido y sus hijos varones arribaron al país hace tres años atrás. Su primer destino fue Neuquén, aunque en el proceso de acomodamiento la familia cambió de planes debido a una enfermedad del padre de Willians, quien se encontraba en nuestra ciudad. Luego nació Umma.

Los ahorros conseguidos hasta ese momento le sirvió a la pareja para sostenerse al menos un año, pero la falta de trabajo en San Francisco provocó que su esposo vuelva a su país, donde comenzó a trabajar en la construcción.

“Cada vez que hablamos por teléfono lloramos”, contó emocionada Cajaleón, sobre todo cuando sus hijos hablan con el papá y se cuentan cosas de la vida diaria. 

Cocina los sabores peruanos, sueña con su propio negocio y estar en la Buena Mesa

La mujer indicó que en San Francisco encontró gente “muy solidaria” y resaltó la mano que le dan desde el comedor Los Pequeñitos, que le provee la comida durante las noches. Pese a ello, el dinero que ella gana sirve para demás gastos. “Nunca dependí de mi marido, nunca me gustó depender de nadie, así fui de niña”, aclaró.

No obstante, la mujer reconoció que se le hace cuesta arriba estar sola con los niños tan lejos de su país de origen: “Yo no quería venirme porque algo presentía de que esto pueda pasar, es duro estar acá sola”.

Pese a todo, Royli ve mayores oportunidades para sus hijos en la Argentina que en Perú: sobre todo en educación y salud.

“Tengo como sueño volver a Perú, pero mis hijos están estudiando acá, están becados en rugby. Fredy hace una carrera técnica que me costaría mucho dinero en mi país, por eso agradezco a la Argentina el apoyo que le dan a la educación pública. En la salud lo mismo. Además, hay mucha gente humanitaria”, definió. Asimismo, contó que cría a sus hijos para defenderse solos en la vida, como le tocó y le toca hoy a ella.

No deja de soñar

Mientras cumple su misión de estar en el país para que sus hijos puedan estudiar, Royli sueña. A su lado, la olla ya cuenta con todos los ingredientes: las verduras, las “vainas”, los huevos y la harina más algún condimento. Con una cuchara de madera comienza a unir lo que preparó por separado.

“Tener mi negocio propio de cocina es un anhelo y poder darle el sustento a mi familia, ayudar a mi esposo. También me gustaría estar en el Festival de la Buena Mesa, con las demás colectividades, ofreciendo la comida peruana”, detalló. 

Por ahora, ella aprende a coser y busca juntar el “mango” cocinando. Si tiene que llevar la vianda a domicilio, asegura que no tiene problemas.

El aroma a comida casera ya invadió la pequeña cocina de Royli. Umma se divierte un rato con un video de You Tube, mientras Pedro cruza la calle Madre Marcilla con su bicicleta para bordear una pequeña plazoleta ubicada frente a su humilde vivienda.

Royli mira a sus hijos de reojo mientras coloca la tortilla sobre una bandeja plástica, junto a una buena cucharada de arroz blanco. Luego la envuelve con un papel film y sin perder el trato de usted que mantuvo durante toda la nota me dice: “Espero que le guste”.