A tres semanas del conmocionante tiroteo en Nueva Córdoba, surge cada vez con más fuerza una gran duda que genera escozor en filas policiales.

Los primeros peritajes, aún no concluidos, apuntan a que la bala que mató al policía Franco Ferraro salió eyectada de la pistola Bersa Thunder Pro nueve milímetros que tenían en su poder los delincuentes y que formaba parte del lote de 72 armas policiales que fueron robadas de Jefatura a principios de 2015.

Un dato que hasta hoy todos en la Policía habían intentado eludir, por la amarga sensación que la sola idea genera: al joven agente de 29 años lo habrían matado con un arma que alguien (o algunos) de la propia fuerza dejó en manos de la delincuencia.

Como el proyectil ingresó por el cuello de Ferraro, con orificio de entrada y salida, hasta ahora esto se trata de una presunción sobre la base de los primeros análisis forenses, según apuntaron en las últimas horas fuentes que siguen bien de cerca la investigación judicial a cargo del fiscal Rubén Caro.

A 21 días, la causa tiene dos detenidos: un ladrón baleado en una pierna (Diego Alberto Tremarchi, 32) y su tía abuela (Teresa Mitre, 69, empleada doméstica del dueño del inmueble donde se produjo el asalto), sospechada de haber brindado elementos fundamentales para que la banda ingresara en el edificio.

En tanto, otros dos delincuentes aún permanecen prófugos: Ariel Eduardo Gramajo (45) y Ariel Rodríguez Murúa (43); y no se descarta que todavía ronden por la provincia de Córdoba.

Cabe recordar que dos integrantes más de la banda, Ricardo Serravalle (54) y Rolando Ricardo “Ciego” Hidalgo (62), cayeron abatidos en la madrugada del 16 de febrero pasado.

No está claro, aún, si hubo más delincuentes involucrados en el atraco, cuyo real botín sigue generando intrigas, ya que a los investigadores no les cierra la versión de la víctima del robo, Guido Romagnoli (32), quien denunció que los ladrones se alzaron con 300 mil pesos en efectivo y poco menos de tres millones en cheques.

El martes de esta semana se produjo una minuciosa y extensa declaración de Romagnoli, durante cuatro horas, en la que ratificó los mismos montos robados, entre cheques y efectivo. Todavía no precisó cuáles son esos papeles, ya que dijo que no finalizó un inventario de lo sustraído.

Por solicitud de la Justicia, al joven lo investiga la Administración Federal de Ingresos Públicos (Afip). En caso de que se hallara algún elemento sospechoso, esta parte de la investigación pasaría al fuero federal.

Reconstrucción

En filas policiales, aún resuena lo que indicó Tremarchi a los primeros uniformados, a poco de ser capturado. “No los quisimos matar a todos (los policías)”, llegó a decir el pistolero, quien prácticamente se entregó en medio de la balacera.

Estos dichos, lejos de ser una frase para buscar clemencia, generaron eco en Jefatura, ya que los investigadores piensan que aquella madrugada los delincuentes pudieron haber asesinado a varios policías más.

La reconstrucción indica, hasta ahora, que aquella noche-madrugada los ladrones estuvieron más de tres horas en el interior del edificio de Rondeau 84, momento en que revolvieron los departamentos 8A y 7A. En el primero, vive Romagnoli con su pareja Melisa Sosa; mientras que el segundo habría sido el domicilio donde funcionaba una financiera ilegal, según se sostiene en la causa.

Los delincuentes accedieron a las 21 del jueves 15 y, primero, subieron hasta el piso 7. Con una copia de la llave, ingresaron encapuchados en el departamento y, de inmediato, taparon las cámaras de seguridad internas de la financiera. Que hubo un entregador y un importante trabajo de inteligencia previo, ya nadie lo duda.

Luego, subieron al 8 A y tomaron como rehenes a Romagnoli y a su pareja. Recién después de la medianoche, cuando la banda había estado bastante tiempo revolviendo todo, alguien en el edificio escuchó ruidos y llamó a la Policía. Fue entonces cuando llegaron dos agentes, subieron por el ascensor y llamaron a la puerta del departamento del 8A.

Los ladrones, encapuchados y armados, les abrieron e intentaron ingresarlos por la fuerza. Como los policías se resistieron, un balazo por parte de los delincuentes retumbó en todo el complejo y obligó a una fuga acelerada y fuera de toda planificación.

En ese primer tiroteo un policía terminó con un tiro en una mano, aunque está fuera de peligro.

Luego, la banda se dividió. Una parte bajó rápido, llegó al hall y, al salir, se topó de frente con otro grupo de policías que recién llegaba. Allí se produjo el segundo tiroteo, en el que cayó muerto Ferraro. Para los investigadores, al observar el poder de fuego que se les secuestró a los ladrones (además del arma robada en Jefatura, se secuestraron otras dos pistolas Glock calibre 40, a una le habían incorporado el sistema Roni, que la transformaba en casi una ametralladora, y una pistola Bersa calibre 22 con silenciador), aquellos dichos de Tremarchi hoy tienen asidero.

Delincuentes avezados, muy armados, se toparon con un grupo de jóvenes uniformados. “Si querían, mataban a todos los policías”, terminó por aceptar ahora una fuente del caso.

Esta balacera dejó desierta la calle. Todos los que a esa hora transitaban por allí, ajenos a lo que sucedía, buscaron refugio en un bar. Por eso, cuando Hidalgo y Serravalle ganaron la vía pública, no fue difícil identificarlos: eran los únicos civiles.

Se produjo otro tiroteo y murieron baleados (Hidalgo recibió un tiro que le ingresó por una nalga y le perforó un pulmón; Serravalle cayó abatido por la espalda). En el piso, sin vida, otros policías les reclamaban, ya sin sentido, por el asesinato de su joven compañero.

Fuente: La Voz del Interior