Rupave llegó a la vida de Ángela Garay hace poco más de dos años. Asidua colaboradora de El Campito Refugio, se enteró de su historia a través de la página de Facebook. Alguien lo había dejado atado de sus cuatro patitas en un descampado para que muriera de manera lenta, dolorosa y solitaria. Rupave tiene toda la pinta de un pitbull, y quienes lo rescataron creen que seguramente lo hayan descartado tras perder alguna pelea. El hecho es que lo encontraron con apenas un hilo de vida, desnutrido al máximo y ya entregado a lo que seguramente consideraba una muerte inevitable.

Sus rescatistas lograron salvarlo, pero no pudieron evitar las consecuencias del anterior abandono: las heridas en sus patas, por donde lo habían atado, se habían necrosado y no hubo más remedio que amputárselas a la altura de lo que sería el codo. Al menos estaba vivo, pero nadie podía asegurar por cuánto tiempo.

Cuando Ángela se enteró de su historia se convirtió en un mar de lágrimas; no podía creer tanto sadismo contra un animal. Su reacción siguiente fue determinante: adoptaría a Rupave. "Vi la foto y sentí que era para mí y lo tenía que tener", cuenta aún emocionada, con Rupave tirado encima suyo. Debió esperar un mes entero a que al pobrecito le dieran el alta en la veterinaria. En el ínterin, los responsables de El Campito tuvieron con ella una entrevista tras otra, en las que indagaron sobre su vida, su familia, cómo y dónde cuidaría de Rupave e infinitos requisitos más para asegurares que un caso tan delicado como ese no cayera en las manos equivocadas. Finalmente, y cumplido el mes de compás de espera, el gran día llegó y Rupave se sumó a la familia.

"Al principio era bravísimo con otros animales, se notaba que lo habían usado para pelear; pero era un santo con la gente. Pobrecito, a pesar de todo el sufrimiento por el que lo habían hecho pasar.", dice su ama. Con enorme paciencia y cariño, Ángela y su familia lograron que paulatinamente fuera aceptando compartir espacio con las otras mascotas de la casa, y luego con las del barrio. De hecho, hoy duermen sobre él los dos gatos de la familia. Pero el camino no fue fácil, ni corto.

Al tiempo de haber llegado al hogar, Ángela tuvo a su bebé, y el temor por ver qué sucedería puso en alerta a todos, pero para sorpresa y alegría general, Rupave se convirtió en fiel compañero y protector de la criatura. Pero esa no fue la única transformación que debieron, o mejor dicho decidieron, implementar. "Como apenas se puede mover con sus coditos, más que nada se arrastraba, por lo que tuvimos que liberar la parte de abajo de la casa para que él pudiera mínimamente trasladarse", explica la joven. Pero, con sus 25 kilos, ese movimiento básico era sumamente cansador para Rupe. Una vez más, un alma solidaria apareció como de la nada para brindar su granito de arena y transformar su existencia.

La mano de la ciencia

En Córdoba, Giuliano Fazzi estaba preparando su tesis final para la carrera de Diseñador Industrial y decidió basarla en un proyecto que venía pensando desde hacía años: cómo facilitar la vida diaria de aquellos animales que habían quedado postrados o disminuidos por algún accidente o enfermedad. Fue así que ideó unas prótesis a medida para perros, aunque con vistas a luego extenderlas a otras especies. Con Ringo, su emprendimiento, obtuvo las mayores calificaciones, y pronto llegó a sus oídos el caso de Rupave. Varios meses duró el proceso de toma de las medidas, diseño y finalmente producción, con varios viajes a Córdoba en el medio. Pero finalmente estuvieron listas.

"Fue un momento horrendo, una moto apareció de la nada y se robó el bolso con las prótesis", recuerda con angustia Ángela esa mañana en la que en un instante hicieron desaparecer el sueño de que su perro volviera a caminar. La desazón dio paso a una nueva esperanza cuando Giuliano les prometió un nuevo juego de prótesis, que esta vez estaría lista mucho antes.

Hoy se lo puede ver a Rupave trasladándose solito, en su carro y con sus cuatro "patitas nuevas", que va de a poco aprendiendo a usar. Tiene que recuperar musculatura y fuerza, pero a sus cinco años el ánimo y las ganas sobran. "Es otro perro-asegura Ángela-, se nota que está feliz, se ve en su carita. Es un animal que da muchísimo amor, desde un principio movió la cola cada vez que nos veía. Cero rencor para con el ser humano", se emociona su dueña.

En la casa de 3 de Febrero, Rupave es el rey. Mimado como pocos, descansa con un gesto de placidez, como si entendiera que el tiempo de dolor, sufrimiento y abandono quedaron atrás. El agradecimiento es infinito, lo mismo que el tesón, la perseverancia y el espíritu de superación. "Tenemos tanto que aprender de los animales.", suelta Ángela con emoción al verlo. Rupave, experto en descifrar las emociones de su salvadora, al escucharla mueve la cola y, contento, acerca su carro hasta donde ella está. Su actitud habla por él y no hace falta nada más.