Walter Astegiano, unos de los pioneros en la medicina del dolor: “Aprendí mucho de los pacientes”
El médico jubilado fue reconocido por el proyecto Arquitectos Sociales por su vocación al servicio a finales del año pasado. En una entrevista repasa su trayectoria, el giro que lo llevó de la anestesiología al tratamiento del dolor en los consultorios de Lalcec.
Walter Astegiano (72), médico jubilado y uno de los impulsores de la medicina del dolor en San Francisco, conserva con orgullo la estatuilla que recibió del proyecto Arquitectos Sociales por su “vocación al servicio”. Sin embargo, aclara que no lo siente como un reconocimiento personal, sino como un premio a todo el equipo con el que trabajó y todavía lo hace en la Liga Argentina de Lucha contra el Cáncer (Lalcec) de San Francisco: “No lo tomo como un reconocimiento para mí, sino para todos los que trabajamos en la institución”.
En ese marco y en uno de los consultorios de Lalcec, Astegiano recibió a El Periódico para contar su historia.
Nacido en Sacanta, llegó a San Francisco con apenas tres años y asegura que tuvo una infancia y adolescencia feliz en la ciudad. Su camino en la medicina no fue premeditado. Se había recibido como maestro normal en el Colegio Nicolás Avellaneda y con 17 años, partió a Córdoba con la idea de estudiar Educación Física. Sin embargo, un episodio inesperado cambió su destino: “Mi madre tuvo un problema médico de urgencia y eso me cambió la ficha. Al principio ni sabía lo que era la medicina, era todo un mundo nuevo”, recuerda.
En 1970 ingresó a la Facultad de Medicina y seis años después se graduó con la intención de especializarse en traumatología, una disciplina que combinaba su inclinación por el deporte con la práctica médica. Sin embargo, la vida lo llevó por otro camino: la anestesiología. En este recorrido, una anécdota curiosa marcó su visión sobre el dolor: “Un día leyendo una revista de Nippur de Lagash, el personaje principal se encuentra con un rey que lo toma prisionero y él le dice que sabía controlar el ‘dolor’. En ese momento pensé: ‘qué bueno sería manejar el dolor’”.
Giros en la vida
Su carrera en anestesiología comenzó en la década del ‘80, cuando los médicos Ricardo Druetta y Alberto Chianalino lo convocaron a trabajar con ellos. “En esa época los aranceles anestesiológicos eran insignificantes y no había muchos que se dedicaran. Entonces, había problemas para que los anestesistas cubran las guardias”, explica. Para solucionar esta falta de profesionales, lo formaron en la especialidad.
En 1993, su trabajo dio un nuevo giro cuando comenzó con el tratamiento del dolor con pacientes oncológicos y también con personas que sufrían dolencias crónicas, tarea que sigue desarrollando hasta el día de hoy. “Hasta cuándo, no sé”, dice con humildad.
La medicina paliativa se convirtió en su eje central. Con una mirada humanista, sostiene que el médico debe acercarse al paciente sin barreras: “El guardapolvo o la chaqueta lo que hace es poner una distancia. Tenemos que tener un diálogo de confianza”, enfatiza. “Hacer entender al paciente que uno es uno más, es decir, entre él, la familia y el médico tenemos que tratar de solucionar el problema”.
Alternativas serias
A lo largo de los años, su visión sobre la medicina se expandió, combinando enfoques tradicionales con terapias alternativas. “La medicina ortodoxa tiene un límite y termina recurriendo a las medicinas alternativas. El tema es hacerlo con conocimiento, no entrar en el chantajismo de querer hacer una cosa que no es”.
Entre sus herramientas, destaca la acupuntura, la terapia neuronal y la auriculoterapia como formas de abordar el dolor desde la historia de vida del paciente. “Soy acupunturista. Estos procedimientos incluso se remontan a recorrer una historia de vida del paciente”, señala
Si bien dejó la anestesiología por completo, su interés sigue puesto en mejorar la calidad de vida de las personas. “La paliativa es la única medicina que no es curativa, sino para aliviar el sufrimiento”, sostiene. Hoy, a sus 72 años, sigue al lado de los pacientes, convencido de que la clave de su labor está en la escucha y en el vínculo que se construye con cada uno de ellos. “Aprendí mucho de los pacientes, gran parte de lo que yo sé es lo que me transmitieron ellos”, concluye.