Una vez nos pegamos una “escapada” a Chile con mis hijos y no es que sea eso la gran cosa. Santiago está a quince horas, más o menos, en colectivo desde San Francisco. En aquel tiempo subías en la terminal a las once de la noche, bajabas en Mendoza a las siete de la mañana, ahí nomás tomabas un minibús o uno común y picabas para la cordillera. Si todo iba bien con la nieve y los controles aduaneros, tipo cinco de la tarde entrabas a Santiago (yo ya había estado allá muchas veces).

Aquella vez fue un poquito más complicado para mí porque como mis hijos eran menores tuve que hacer todo el papeleo previo que buenos pesos y esperas me costó. Pero valió la pena, el cruce cordillerano estaba colmado de nieve (que mis hijos aún no habían visto nunca en vivo y directo) y que, dicho sea de paso, solo disfrutaron durante la espera aduanera a la sombra del Aconcagua.

¡Por ahí en algún cajón de sus armarios están las fotos de los tres con la nieve hasta las rodillas! Recuerdo ahora sus caritas asombradas y me emociono también. La felicidad no era plena, le faltaba una pata (una Pato) a la mesa, pero bueno… así era la cosa.

Lo cierto es que llegamos a Santiago y ahí nomás nos “sumergimos” en los túneles del Metro (subte), otra sorpresa para ellos, y no “emergimos” hasta Estación Salvador, en el pintoresco barrio Providencia, a la orilla del río Mapocho (una especie de “Cañada” cordobesa) por su encause cementado.

Descanso y luego por esos días  lo de siempre y lo de todos: visita al zoo en pleno Santiago, Cerro San Cristóbal, subiendo en teleférico, al otro día parque temático tipo nuestro Tecnópolis con cine 3D y todo eso, recorridas por los malls y cines de moda (hace solo diez años, eh?) McDonalds, pollo kentucky, ginger-ale, donas y mucho de lo mejor que tiene Chile, los helados.

La ida al mar fue también una revelación para ellos, aunque el agua fría del Pacífico y el hecho de que estábamos en invierno hizo que nada más camináramos por las arenas mezquinas de las playas de Viña, Valparaíso e Isla Negra.

Recorrimos ferias callejeras todo lo que pudimos y regresamos agotados al envolvente smog de Santiago. Y eso fue todo en cuanto a disfrute se refiere… ya que al regreso el maldito colectivo, desde Mendoza a San Pancho se averió tantas veces que casi nos convertimos en cuyanos.