Por Manuel Ruiz

Es un imán. Siempre lo ha sido. Cuando uno toma la calle Garibaldi y se acera la cuadra ubicada entre las calles Cabrera e Independencia parece que el ojo sólo responde a un estímulo: el rojo que emana del cuartel de la Sociedad Bomberos Voluntarios. Ese espacio sigue siendo una de las atracciones más importantes de la ciudad. La alarma suena y la imaginación nos dibuja a cientos de sanfrancisqueños corriendo al llamado de ese cuartel. Hay que intervenir en un incendio y allá van ellos con el altruismo a flor de piel.

El cuerpo

Matías Bruna, Esteban Guisiano, Mauricio Saucedo, Juan Cabral y Nelson Fernández son cinco jóvenes a punto de formar el cuerpo activo de bomberos. Esteban y Mauricio comenzaron su carrera bomberil de pequeños, cuando no superaban los 15 años de edad, y a los 18 esperan a su fuego de bautismo. Juan y Nelson entraron hace dos años siendo aspirantes mayores y ya se dieron ese contradictorio gusto que es servir en un incendio. ¿Pero por qué están acá?

Hay uno que vino por curiosidad y no se fue nunca más. Otro que vio cómo su hermano se ponía cuando la alarma sacudía la calma de la ciudad y vino a ver de qué se trataba todo eso. Otros porque sentían que servirle al otro; el otro es la ciudad de San Francisco.

Nelson dice: “Está bueno participar para descubrirse a uno mismo, para aprender a valorar la vida, al prójimo”. Y Matías completa: “Para mí ser bombero es un conjunto de sensaciones. Ponerse el traje y salir corriendo es una sensación única. No conozco otra sensación que sea similar a esa. Escuchar la alarma, no saber dónde vas a ir y qué vas a hacer, pero salís. Siempre con el mismo fin, ayudar, por más que sea algo mínimo estás ayudando y está bueno”.

El alma

Un día llegaste, le dijiste al señor que te atendió que te gustaría ser bombero. Entraste, estudiaste, te comiste infinidad de horas de guardia, hasta que un día te dicen: equipate y subite a la autobomba que salimos. “Primero sentís un susto, que es normal, pero tenés esa ansiedad de hacer las cosas bien. Es emocionante y cuando volvés te sentís realizado, llegás y decís: hoy hice algo bien”, cuenta Juan. Esa primera vez es un montón de sensaciones pero hay una que ilustra por qué los bomberos son los bomberos para todos los otros que no lo somos: no sabés a qué vas pero salís preparado a cualquier cosa.

El caso de Esteban y Mauricio es algo diferente porque aún esperan para ese primer incendio, pero la esencia es la misma. “El hecho de venir a las guardias, al toque de alarma, eso ya te genera una adrenalina. Saber que de alguna forma voy a ayudar al prójimo, o voy a colaborar con el grupo de trabajo es muy gratificante”, sostiene Esteban.

Ser bombero es acostarse con la ropa puesta por las dudas suene la alarma. Es correr al llamado de alguien que necesita ayuda, es creer en el grupo sobre lo individual. Bomberos, no es un baile.