El profesional indicó que las personas que sufren un arrebato, en ese momento experimentan un excesivo nivel de tensión que perfora sus defensas, al tener tres características: el suceso es inesperado, tiene violencia y no procede de un hecho natural sino que es causado por otro ser humano. “Aquí, la subjetividad tiene un importante rol, dado que la respuesta vivencial no será la misma para todos, sus historias personales, su fortaleza personal, la capacidad para absorber impactos vitales, determinara la mayor o menor presencia de síntomas posteriores al hecho y hasta que se consolide en un problema crónico”, explicó.

Falconi señaló que los síntomas dependen de cada uno. “Las victimas –agregó- pueden experimentar diversos estados. Por ejemplo, luego del suceso pueden quedar anestesiadas emocionalmente, esto es, sentirse sin emociones, con desapego y sintiéndose embotada”. “También no pueden recordar bien lo que pasó, sentirse aturdidas, y si la ansiedad es grave, sentir que su persona o lo que la rodea se experimenten como irreales. A partir de allí, por efecto del trauma la persona comienza en forma automática a sentirse invadido por el recuerdo de lo sucedido, que reaparece en imágenes, pensamientos, sueños, ilusiones, y hasta sensaciones de estar reviviendo la experiencia”, precisó.

A través de su experiencia, el director del Servicio de Salud Mental reconoció que como mecanismo de defensa aparece la evitación de circunstancias en que se pueda volver a presentar la situación, por lo cual no tan solo trata de evitar pensamientos, recuerdos, conversaciones, sino también los lugares donde ocurrió. Por esto es tan frecuente que aparezca el miedo a transitar por la calle. Esto es generalmente acompañado por síntomas psicofísicos como dificultad para dormir, ansiedad, irritabilidad, respuestas exageradas de sobresalto, falta de concentración, y fatiga”, aseguró.