No fue tarea fácil convencer a Alicia Gagliardo (73) para que concediera una entrevista. Y es que la mujer mantiene el perfil bajo, no le gustan las cámaras y prefiere la tranquilidad de la panadería al bullicio de la fama.

Sin embargo, tras varios intentos, pudimos convencerla de que su historia merecía ser contada. Es una mujer de pocas palabras, pero de grandes acciones, que desde hace 17 años está a cargo del taller de panadería de Aprid (Independencia 1457) y tiene a su cargo 13 operarios, “sus chicos”, como les dice, hombres y mujeres con discapacidad que trabajan en el lugar ante su atenta mirada.

Sin embargo, el oficio de panadera lo aprendió de grande con 50 y tantos años, casi por hobby, y esa búsqueda le dio un nuevo propósito en su vida, una pasión que la mantiene activa y alegre.

Nacida en Rafaela, Gagliardo llegó a San Francisco hace medio siglo tras casarse con Abel Deusebio, un conocido personaje y comerciante de la ciudad ya fallecido. Hija de bancarios, también siguió por unos años la carrera de su padre, pero luego el matrimonio la llevaría hacia el rubro comercial.

Tras un revés económico que obligó a su esposo a cambiar de rumbo, Alicia decidió seguir su pasión por la cocina y la repostería. Comenzó a tomar cursos con la señora “Chuna” Fenoglio, según recuerda, y fue aprendiendo las técnicas y secretos de la panadería.

“Siempre me gustó la cocina y era de las que me compraba libros de pastelería, trataba de aprender cosas porque me gustaba probar nuevas recetas”, cuenta a El Periódico.

Alicia (a la izq.) junto a gran parte de los "chicos y chicas" del taller de panadería.
Alicia (a la izq.) junto a gran parte de los "chicos y chicas" del taller de panadería.

Recomendada

En 2007, la vida la acercó a Aprid, el centro educativo terapéutico con integración escolar categorizada que brinda servicios en el área de educación y salud para la población con discapacidad de San Francisco y zona. Cuenta con un taller de panadería denominado “prelaboral”, en el que los que asisten son verdaderos operarios: cumplen un horario de cuatro horas y se rigen por normas estrictas, desde la vestimenta hasta otras cuestiones sanitarias. Cada uno tiene una tarea asignada y cobran su sueldo.

“En un momento le hablaron a la señora Fenoglio si quería trabajar en Aprid porque se había ido el paradero que estaba en aquel entonces y ella me recomendó. Nunca había trabajado con personas con discapacidad. Entonces pedí probar un mes más o menos para ver si me adaptaba y así arranqué”, explica Alicia.

- ¿Y cómo fue esa adaptación?

- Al principio venían algunas de las mamás de los chicos, de las que fueron fundadoras de Aprid, a darme una mano y a medida que fui conociendo a los chicos y chicas todo fluyó naturalmente. La verdad que ellos son una maravilla, no me los toquen -ríe-. Son muy buenos, en todos estos años que estoy acá he tenido que pasar por alguna cirugía y ellos me ayudaron y me cuidaron, no me dejaron hacer fuerza, los quiero muchísimo. Y siempre trabajan con mucho compromiso y tratando de hacer las cosas de la mejor manera posible.

- ¿Cuándo tomó dimensión de lo importante que es la panadería para la institución?

- Siempre y es una responsabilidad muy grande, pero pienso que mi responsabilidad mayor es con los chicos. Ellos están primero y después las otras cosas. Sé que la panadería es un aporte importante para la institución y sé que la situación está difícil porque las ventas disminuyeron como en todos los rubros. Pero acá siempre se busca ir para adelante con mucho trabajo y cariño por lo que hacemos, por lo que hacen ellos.

Con el tiempo, Alicia amplió sus horizontes trabajando en otra panadería y cafetería de San Francisco, donde aprendió aún más sobre el oficio y fortaleció su experiencia, también para llevar esos conocimientos a sus queridos “operarios” en el taller de panadería.

“Me sirvió mucho como experiencia y como aprendizaje ese intercambio entre los dos trabajos”, asegura.

- ¿Para usted qué significa trabajar en Aprid?

- Significa mucho, es un trabajo que me ayuda a mantenerme porque solo con mi jubilación no podría, pero sobre todo es importante por lo que significó aprender el oficio. A su vez, esto me ayudó a entender muchas cosas que a lo mejor antes no las vivía así de cerca y al trabajar con los chicos con discapacidad aprendí mucho de ellos.

- ¿Cómo qué?

- A tratarlos, ver lo que necesitan, de darles apoyo en algunas cosas que puedo. Cómo aprender a manejar el tema de la producción, cómo tratar de que rindan más, siempre con la esperanza de que algún día una panadería, por ejemplo, los pueda recibir y les dé un lugar como para que ellos trabajen. Ese es el objetivo, que logren la independencia laboral, para que aprendan cosas distintas y nuevas porque acá llega un momento en que el trabajo se hace un poco rutinario. Sería lo ideal que ellos consigan trabajar en algún lugar donde se hagan cosas distintas y que puedan relacionarse con gente en otro ambiente de trabajo, que vean cómo es en otras panaderías, aunque todavía no se han abierto muchas puertas.

Más que un trabajo: la dedicación y pasión de Alicia en el taller de panadería de Aprid

- ¿Cuál es el producto que la gente más le pide del taller de panadería?

- Lo que la gente reclama muchísimo son los alfajorcitos de maicena y los de chocolate, que todavía por este clima tan cambiante no los pudimos empezar. Con el frío ya los vamos a largar a la calle. Y obviamente que para estas fiestas de fin de año el pan dulce y el budín son marca registrada.

- ¿Cuánto tiempo se imagina haciendo esto?

- Mientras me aguanten -ríe-. Yo estoy bien, disfruto estar acá, es un espacio muy agradable. Se trabaja bien, tengo buena relación con los chicos y estoy muy cómoda. Y siempre estoy tratando de superarme a mí misma, tratando de aprender a hacer las cosas mejor para enseñarles a ellos a que puedan desenvolverse mejor.

Más que un trabajo: la dedicación y pasión de Alicia en el taller de panadería de Aprid

“No soy de comer muchas cosas dulces, yo las hago, pero prefiero un sándwich de jamón y queso a una torta”, dice entre risas.