Ernesto Sabato, unos de los últimos “gigantes” de la literatura nacional, nació un día como hoy (24 de junio) pero de 1911, y falleció un 30 de abril, cuando faltaba poco más de un mes para llegar a su cumpleaños número 100. El escritor que había abandonado el mundo de las ciencias en los años ’40 para dedicarse a las letras visitó nuestra región en un par de oportunidades, una en 1943 y otra en 2002, en dos etapas muy diferentes de su vida.

En la primera visita, Sabato vino a San Francisco invitado por las autoridades de la biblioteca Jorge Coll, del Jockey Club. Tenía apenas 32 años y una destacada actuación en el campo de la física, al que posiblemente ya había decidido abandonar, ya que dos años más tarde publicó su primera obra: Uno y el Universo.

Después vendría una producción destacada en todo el mundo, con títulos como El túnel, Sobre héroes y tumbas, Hombres y engranajes, Abaddón el exterminador, La resistencia y Antes del fin, entre otros. Y cuando ya vivía sus 90 primaveras, Brinkmann lo trajo una vez más para estos pagos, en el marco de una disertación sobre “La solidaridad en tiempos de crisis”, organizada por Radio Universal y Universal Televisora Color, en el salón del Centro Social y Deportivo Brinkmann el viernes 15 de marzo de 2002.

Una sala repleta esperó y recibió aplaudiendo de pie al “maestro” Sabato, quien luego leyó un mensaje que había preparado para la ocasión. Allí hablaba de los “amargos momentos que estamos viviendo”, aunque destacó que “por eso he querido venir hasta aquí, a pesar de mis años, cuando todo paso es un precipicio, porque al igual que todos ustedes siento una enorme preocupación ante el amargo destino de nuestra patria, porque amo la Argentina, inmensurable como es, imperfecta como es, porque aquí, es donde nací, fui chiquito, luché por el sueño de transformar al mundo, al menos ese fue el fin, y porque una tierra nos une entrañablemente, no sólo sus felicidades y virtudes, sino –sobre todo- sus tristezas y precariedades”.

Las palabras del escritor se escuchaban con claridad en todo el salón: “En este tiempo aciago en que vivimos debemos tratar de consolidar la aventura de la utopía, la que estamos llamados a encarnar”, dijo, y agregó que “la grave situación que atravesamos no es únicamente la crisis de un determinado sistema, sino el quiebre de una concepción de la vida basado en la técnica y explotación del hombre. Cuando en 1951 publiqué ‘Hombres y engranajes’ recibí tantas críticas feroces de parte de los famosos progresistas que se negaban a ver el desastre que ellos mismos promovían con su fetichismo por la ciencia y la razón”.

“El capitalismo moderno, la ciencia positiva, son las dos caras de la misma realidad desposeída de atributos concretos, de una abstracta fantasmagoría, de la que también forma parte el hombre, pero no el hombre concreto e individual sino el hombre masa. Han pasado 50 años de la publicación de este ensayo, y ahora, con espantoso patetismo, muchos advierten el cumplimiento de aquella intuición, que tanta amargura me trajo”, dijo.

El escritor había afirmado aquella noche que la crisis que atravesamos “es el lugar común en que se debate nuestro presente, y por eso mismo como suele ocurrir con los lugares comunes, uno corre el riesgo de pasar de largo sin ahondar el peligro que esto significa, como resbalar sobre una tragedia que nos está reclamando la atención y de la cual depende el destino de todos los seres humanos. Por eso creo que debemos tener el coraje para desentrañar este período en el que todos los hombres estamos involucrados”.

“Cuando dije hace un momento que sufrimos un quiebre total de la concepción de la vida y del ser humano, bajo cuyos valores e ideales surgieron las sociedades modernas, entonces se forjó como meta la conquista, en ella el poder significó apropiarse, y la explotación llegó a todas las regiones posibles del planeta. Ahora las terribles consecuencias están a la vista, tantos valores mitigados por el dinero. Continentes enteros en la miseria, junto a altos niveles tecnológicos, posibilidad de vidas asombrosas a la par de millones de hombres desocupados, sin hogar, sin asistencia médica, diariamente es amputada la vida de miles de hombres y mujeres, y la innumerable cantidad de adolescentes que no tendrán la opción de comenzar, siquiera, a entrever el contenido de sus sueños. Más grave aún: miles de chiquitos y niños cuyas primeras imágenes de vida son el abandono y el horror. Para todo hombre es una vergüenza mientras existan 250 millones de niños tirados en las calles del mundo”, expresó Sabato en aquella ocasión, para sentenciar más adelante que “el sálvese quien pueda, no solo es inmoral  sino que no alcanza, debemos imponer nuestra creación”, y que “los valores del espíritu pueden salvarnos del terremoto que amenaza a la humanidad”.

También destacó la labor de “hombres y mujeres que anónimamente sostienen la condición humana en medio de la mayor precariedad. La tierra va a quedar preñada de su empeño, son testimonios de luz”. “Éste es un tiempo en que nuestras luchas y nuestras esperanzas, la razón de nuestra existencia aún carece de nombre, como si estuviéramos ante el momento impostergable de un nacimiento, lo que nos espera es aguardar”, destacó.

Las visitas de Sabato a nuestra ciudad y la región

Sobre la crisis de esa época 

En relación a la fuerte crisis institucional, social y económica que atravesaba la Argentina en aquellos meses de fines de 2001 y comienzos de 2002, el escritor argentino había manifestado que “quienes se quedan con nuestros sueldos, quienes roban a las mutuales, aquellos que corrompen los sindicatos, aquellos que se ponen en el bolsillo el dinero de las licitaciones no pueden ser cordialmente saludados”, al tiempo que señaló que “debemos desandar un largo y tortuoso camino de 70 años”.

“Las políticas sociales y económicas, que de ninguna manera fueron pensadas para el bien de nuestro pueblo, por el contrario, han sido dictaminadas por el despotismo de las grandes empresas internacionales que nos controlan, amparadas a su vez por funcionarios corruptos, que han saqueado el patrimonio nacional, para bien de los beneficios personales y partidarios”, dijo.

Después añadió: “En nuestros países ya hay gente que tiene temor que por tomar decisiones que hagan más humanas sus vidas, pierdan el trabajo, sean expulsados y pasen a pertenecer a multitudes que corren acongojadas en busca de un empleo que les impida caer en la miseria. Son los excluidos, una categoría nueva”. “El hombre se siente exiliado de su propia existencia, extraviado en un universo kafkiano, todo lo que era un motivo de comunión nos abandona, abriendo en nuestro espíritu la amarga sensación del destierro. El sentimiento de orfandad comienza precisamente cuando los valores compartidos y sagrados ya no expensan esa sensación de estar perdidos”.

En su disertación, también señaló que “este es el destino contradictorio de aquel semidiós renacentista que reivindicó su individualidad, y orgullosamente se levantó contra Dios, proclamándose su voluntad de dominio y transformación de las cosas. Ignoraba que él también iba a terminar siendo una cosa”, y afirmó: “Creo que la vida es seguir haciendo brechas hasta finalmente comprender que ése era nuestro camino. Entonces vuelve a sorprenderme la capacidad que tiene la vida para encontrar resquicios donde seguir creando”.

“Cuando comprendamos que cada uno de nosotros posee más poder sobre el mal de lo que creemos, entonces la cercanía de un nuevo tiempo, espiritualmente rico, estará a las puertas de la humanidad”, dijo Sabato aquella noche calurosa de 2002. Luego se retiró sin hacer más declaraciones, dejando atrás a la multitud que lo seguía para saludarlo. Nos quedan sus palabras, y esa comprometedora invitación a “encarnar la utopía”.

(Nota publicada por El Periódico en su sección Vida Íntima en el mes de mayo de 2011)

 Fuentes:

- Revista Nuestro Lugar de mayo de 2011.

- http://josealbertonavarro.com/, Historias de San Francisco, de José Alberto Navarro.