Amado charla amistosamente detrás del mostrador mientras “Pochi”, su mujer, atiende la caja. Llevan 44 años trabajando en la forrajería y vivero San Francisco, ubicado en la esquina del bulevar 25 de Mayo y Pasaje Saavedra. Las anécdotas brotan de cada cliente que llega: “Si te habré hecho renegar Amado cuando venía a buscar pajaritos”, le dice un cuarentón mientras pide una bolsa de comida balanceada para perros.

Es que lo que comenzó como un negocio de venta de heladeras Saccol hace más de cuarenta años, se terminó convirtiendo en una forrajería, que años después sumaría hasta un vivero.

Amado Vincenti (84) e Irma “Pochi” Strauss (78) llegaron a San Francisco desde Miramar a comienzos de la década del setenta. Vinieron por pedido de un amigo de la familia de apellido Devalis, quien tenía el negocio de heladeras en nuestra ciudad.

“Estábamos acomodados en Miramar, pero un día Devalis me dijo que venga a trabajar acá (por San Francisco) y aprovechando que mi hijo terminaba la primaria y en Miramar no había más colegio nos vinimos. Empezamos como empleados, después compramos una parte del negocio y en los ochenta lo terminamos comprando”, explicó Amado.

El negocio se nutrió en un principio de la venta de pollitos y de comida balanceada para ellos. Aunque parezca increíble, Amado e Irma vendían 70 mil pollitos por mes a los distintos criaderos que había en la zona. Todavía ambos recuerdan cuando Amado viajaba a la ciudad de Santa Fe en rastrojero a buscarlos: “A los pollitos los traíamos de tres plantas de incubación, yo iba a Santa Fe en rastrojero y me traía unos ocho mil, lo otros venían en tren”, recordó el hombre. También entregaban alrededor de cuatro mil bolsas de balanceado.

Con el correr de los años el negocio se fue agrandando debido a la merma en la venta de pollos y sumó un vivero con una gran variedad de plantas, la venta de semillas, de aves de distinto tipo, conejos, peces y alimentos balanceados para distintas especies.

Siempre en el centro

El negocio de los Vincenti (desde hace varios años está a cargo su hijo Oscar) siempre permaneció en el mismo lugar, pese al crecimiento del centro y la cantidad de negocios que se fueron sumando de rubros totalmente diferentes: “Él (por Amado) quería moverse pero yo nunca quise porque no nos convenía irnos. La gente estaba muy acostumbrada al lugar y es un paso obligado el centro”, expresó Pochi.

“Tenemos clientes de años a los cuales agradecemos. Hoy siguen viniendo muchachos que compraban de chicos y que ahora vienen de grandes con sus hijos. Otros me dicen que se acuerdan de mi papá que venía a comprar tal o cual cosa”, agregó Amado.

Cuando se los consulta sobre qué les genera ver todavía abierto al negocio después de tantos años, ambos responden al unísono “mucha satisfacción, la gente nos aprecia”. “No tenemos la obligación de venir pero los seguimos haciendo para dar una mano, despejarnos y entretenernos”, concluyeron.