Salí de casa minutos antes de las 20, con la idea de recorrer las calles centrales de San Francisco. En un día normal, los bulevares y avenidas a esta hora se colman de vehículos y de ruido, con la gente regresando de sus trabajos. Pero ni acá, ni en el mundo entero, las cosas son normales desde hace un tiempo. Desde el 20 de marzo, en nuestro caso, vivimos una cuarentena total y obligatoria, en un intento por frenar la expansión del coronavirus. De noche, en las calles casi no hay nadie.

La soledad, lejos de tranquilizar, asusta. Parece que fuera de madrugada, pero no, recién inicia la noche. Las primeras personas en mi camino la distingo en Urquiza y bulevar Roca, donde funcionan los cajeros automáticos de dos bancos. Allí los gestos amistosos no abundan. Sí se reflejan rostros que se asemejan a la melancolía.

En bulevar 9 de Julio comienzan a verse las luces de los patrulleros que custodian la zona céntrica. Cada tanto aparece algún vehículo o moto delivery. La noche está fresca y garúa un poco. Si algún cineasta tuviera que filmar escenas de aire abatido, probablemente buscaría algo como esto.

El centro de los patrulleros

La Terminal de Ómnibus, aunque iluminada en su acceso, pareciera fuera de servicio desde hace tiempo. Su estado no era el mejor antes de la pandemia y ahora se vuelve más notorio. Las palomas, otrora fuertemente combatidas para desplazarlas de las columnas frente a los andenes, volvieron a tomarlos y a inundar con sus heces los alrededores. Cobijados contra las paredes de los baños duermen apaciblemente dos grandes y viejos perros.

La ciudad detenida: las noches de aislamiento con patrulleros, deliverys y perros

Sobre 25 de Mayo, la llovizna se vuelve copiosa a las 20:22, por eso una oficial de bicipolicía se resguarda bajo la galería del hotel Libertador. El centro y sus adoquinados resbaladizos levantan una bruma similar a la de una calle londinense que, aclaro, solo he visto en películas o series policiales. 

La ciudad detenida: las noches de aislamiento con patrulleros, deliverys y perros

“Hoy hay mucho menos movimiento que otros días -dice la oficial-. Sólo hay gente que va a los cajeros automáticos o a Farmacity. Como en la Costanera no hay nada de movimiento me mandaron a saturar el centro, allá es la nada misma”, describe.

Le pregunto si le inquieta la situación que se vive en la ciudad por la pandemia, a lo que devuelve: “Me preocupa que haya mucha gente cabeza dura, esta mañana fue casi un día normal en el centro, lleno de gente en los bancos, en los rapipagos, gente que va de a dos o tres, es como que no sientan cabeza y lo más preocupante es que se trata de gente adulta”, confiesa.  

Son los cajeros los llamadores, aún en la noche. Como si buscar plata fuera la llave para destrabar la cuarentena aunque sea un rato, como lo es el supermercado. Allí también los perros se refugian.

La ciudad detenida: las noches de aislamiento con patrulleros, deliverys y perros

La noche interminable

Los playeros de las estaciones de servicio son de los que no pueden quedarse en casa. La nafta siempre es indispensable. En Cervantes y Caseros, en la estación Axión, las luces de la playa enceguecen pero detrás todo es sombrío. El shop que se encuentra cerrado y Hugo, el playero de turno, arquea las cejas ante la pregunta de cómo viene la noche. “Este que atendí es el primero desde las 19, ya pasaron dos horas sin que venga nadie”, dice con el barbijo aún puesto tras despachar a un delivery.  

“A las 19 muere la actividad -sigue-. Está por demás tranquilo. Las noches son interminables. El primer turno de 6 a 14 es el que más trabaja. Después, los otros poco y nada”, asegura.  

La ciudad detenida: las noches de aislamiento con patrulleros, deliverys y perros

Una vez que entra en confianza, Hugo reconoce que con las primeras noticias del coronavirus y las medidas de aislamiento social le había tomado pánico el ir a trabajar, en un lugar de contacto diario con las personas y sobre todo con viajantes que recorren distintos puntos del país o Sudamérica.

“Por ahí escuchás a algunos camioneros que te cuentan que tienen compañeros enfermos y vos los mirás con los ojos llenos de terror. Nosotros tomamos todos los recaudos y estamos constantemente desinfectando todo lo que tocamos. Pero el temor no es por mí, es el miedo de llevar algo a mi casa”, remarca.

Y no es para menos, Hugo tiene tres hijos pequeños que, según cuenta, son bastante “pegotes” y entonces tuvo que tomar la determinación de que nadie lo salude ni se le acerque una vez que llega del trabajo.

“Son medidas que fui tomando para cuidar a la familia. Llego a mi casa y me saco la ropa, los días lindos la saco afuera que se airee, le paso desinfectante. Tenemos dos mudas de ropa así que nos vamos manejando. Dejo que la ropa duerma afuera. Los nenes ya saben que apenas llego nadie se me tiene que acercar hasta que me cambie, me bañe y me lave bien las manos. Después sí los saludo y hago la vida normal”, admite.

A oscuras

Dos de los lugares característicos de la parte céntrica como el Casino y el Cine Radar se encuentran a oscuras, una imagen muy llamativa. Precisamente, sobre Libertador Norte solo las luces de neón de la sala de juegos iluminan la cuadra que se quedó sin luz. 

En el Radar se observan los carteles de películas ya estrenadas, pero que muy pocas personas pudieron llegar a ver una vez decretada la cuarentena.

La ciudad detenida: las noches de aislamiento con patrulleros, deliverys y perros

Pareciera que toda la ciudad se encuentra a disposición para recorrerla sin reglas y hasta me tiento con cruzar algún semáforo en rojo ante la falta total de circulación. En ese momento dos deliverys pasan por el costado a toda velocidad y el ruido de sus motos me sacuden. Ellos sí mordieron la manzana del semáforo en rojo.

Las noches de cuarentena muestran una ciudad en pausa que solo activan algunos perros o el molesto sonar de grillos que no pasan inadvertidos. La vida exterior en la ciudad parece resumirse en lo que puedan hacer los repartidores de comida, algún que otro oficial de policía, trabajadores de taxis o remises y el playero de una estación de servicios. La gente, pienso mientras tanto, debe aguardar en casa que otro día pase, tachando un palito más de una cuenta regresiva imaginaria.

La ciudad detenida: las noches de aislamiento con patrulleros, deliverys y perros