Por Manuel Ruiz

Son las 8 de la mañana del miércoles, el camión de la basura detiene su marcha frente a la casa. Desde unos metros más atrás vienen corriendo dos recolectores enfundados en verde tirando bolsas dentro del camión, se acercan al tacho de basura y con una agilidad descomunal sacan las tres bolsas del basurero que cuelga en el árbol. Corren, uno de ellos chifla y los dos en una coreografía perfecta se suben al estribo trasero, se agarran y miran para atrás mientras el chofer aprieta el embrague y luego el acelerador haciendo rugir el motor. El camión sigue su marcha.

Son cincuenta las personas que trabajan en Ashira, la empresa que desde 1991 se encarga de recolectar la basura que producimos en la ciudad. Diariamente, cuenta Sergio Bosio, gerente de la firma desde hace cuatro años, el camión de la basura hace diez recorridos para juntar aproximadamente 100 toneladas de basura que San Francisco genera día a día. Seis de esos recorridos se hacen por la mañana y otros cuatro en el turno noche para pasar a descargar por el relleno sanitario y luego dejar el camión en la sede que la empresa tiene por calle Libertador Sur en Barrio San Martín.

 No hay dolor, no hay olor

Falta media hora para que comience el recorrido nocturno y a la planta de Ashira van llegando los encargados de la recolección. Llegan choferes y los que corren, acaso lo héroes de todo ese lío de basura. Son ellos los que se encargan a diario de que la ciudad se vea un poco mejor. Tienen un trabajo rutinario, pero desmienten la idea instalada de las lesiones de rodilla y tobillo que se producen por el constante rebote al subir y bajar del camión. Aseguran que si te cuidás, si no querés hacer las cosas rápido el impacto no es tanto. Como el olor. Ante la pregunta de cómo aguantan el aliento muchas veces putrefacto que emanan los camiones, la respuesta sorprende: “No siento el olor, la gente por ahí me dice que hay olor pero ya no lo siento”.

Los cuidados son también a la hora de recoger las bolsas. Los vidrios y las jeringas son los enemigos más dañinos para ellos y Bosio me dice “no podemos bajar de cuatro pinchaduras de jeringa por año”. Lo que debía estar en los residuos patógenos a veces no lo está y pone en peligro la entereza de los basureros. Como los vidrios, las latas y otros elementos de corte que cuando sacamos la bolsa a la calle rara vez consideramos como una ofensa para alguien.

De pibe

Brian, está apoyado sobre el portón que da a Libertador en la planta de Ashira, tendrá ocho o nueve años. Mira hacia adentro, a los camiones con las balizas encendidas y a los recolectores aprontándose para salir. Le pregunto si le gustaría ser basurero y me dice que sí. La imagen del basurero parado en el estribo del camión sigue siendo material de anhelo infantil. Como astronautas de verde que limpian la ciudad a los que los perros siempre le ladran pero nunca muerden.