Una triste situación acercó a Fernando Luque (54) a la industria metalúrgica: la muerte de su padre. Con 14 años y tres hermanos, la repentina partida del sostén familiar lo obligó a buscar un trabajo que les permitiera salir adelante en su casa. Así fue como llegó a Macoser, la firma de la familia Macchieraldo para quien su padre hacía trabajos como pintor. “Entré sirviendo el mate cocido”, recordó, y contó que enseguida pasó al área de premontaje. Luego, a la producción en línea.

“A los 15 años me adoptó el jefe de turno, Raúl Aiassa, y él me enseñó la profesión de maquinero. Así que empecé a desenvolverme solo y con el tiempo fui quedando a cargo de la sección. A los 20 años ya manejaba gente, pero como un líder. Lo ayudaba a Aiassa que era el supervisor, yo lideraba el grupo de premontaje y de ahí pasé a la línea”, añadió.

Cuando ingresó, Macoser era Talleres Koop. Después terminaría adquiriendo la licencia Singer. Primero, se armaban máquinas. Luego, la empresa fue haciendo las propias piezas. En tiempos de bonanza se llegaron a fabricar unas 300 máquinas de coser diarias.

Sin embargo, el producto estrella de la empresa dejó de fabricarse meses atrás, dando fin así a su producción nacional, en lo que fue un plan de reconversión para enfocarse en fabricar cocinas.

“La empresa fue tirando datos para que uno se fuera preparando, pero llegó el día y lo sufrí un montón. No me pasó a mí solamente, lo noté en el grupo de montaje de máquinas”, narró.

Otra forma de trabajo

Con el nuevo escenario, Luque pasó a liderar un grupo de rejillas de horno y aseguró que le costó adaptarse a los cambios: “La incertidumbre era ‘qué vendrá ahora’ y si estábamos a la altura. Había mucho sistema que manejar”, explicó. De todas maneras, está acomodándose con la ayuda de los “más jóvenes”, reveló.

Pero destacó: “Lo que a mí me entusiasma es que los chicos te enseñan, porque son todos terciarios, ahora estamos entrando a manejar sistemas, computadoras, entonces ellos te contagian”.

Respecto a si padeció los cambios, lo negó: “La empresa hace mucho hincapié en la capacitación, insiste mucho en eso, no solamente a los mandos medios sino también a operarios en general”, aclaró.

Desde chico

La metalúrgica le llamó la atención a Luque desde muy chico: “Me gustaba porque tenía acceso a Talleres Koop por los trabajos que hacia mi papá. A veces íbamos los sábados y me gustaba ver los tornos”.

Sin embargo, lamentó no haberse capacitado y obtenido un título. “Me hubiera gustado estudiar, llegar a ser metalúrgico pero algo más arriba. Un técnico por ejemplo. Solo que no tuve la posibilidad”, contó.

De todas maneras, la experiencia que adquirió hoy pesa en la balanza. “A lo que aprendí a hacer siempre traté de mejorarlo. Por fuera lo ejerzo porque hago services. Pero lo que más aprendí es a motivar a la gente, supervisando pero motivando”, aseguró.

Y concluyó: “Con esa motivación llegamos a hacer cosas extraordinarias en producción. Y eso es lo que trato de hacer ahora en este grupo nuevo que me toca manejar: concientizarlos, aconsejarlos, enseñarles. Eso me gusta”.

La última máquina

Por sus años en la empresa y su dedicación, a Luque le regalaron la última máquina de coser que salió por línea. “Cuando me la dieron nos abrazamos con Roberto (Macchieraldo, propietario de Macoser). Yo lloré porque no lo esperaba. Fue una emoción muy grande”, rememoró.