Por Silvina García. 
 

“…Después venía la clase con el Sr. Germain, era siempre interesante por la sencilla razón de que él,  amaba apasionadamente su trabajo...

La escuela les proporcionaba unas increíbles alegrías, e indudablemente lo que con tanta pasión amaban en ella era lo que no encontraban en casa, donde la pobreza y la ignorancia volvían la vida más dura, más desolada, como encerrada en sí misma; la miseria como fortaleza,  sin puente levadizo...

No, la escuela no sólo les ofrecía una evasión de esa vida. En la clase del Sr. Germain, por lo menos, la escuela alimentaba en ellos un hambre más esencial todavía para el niño que para el hombre, que es el de descubrir.

En las otras clases les enseñaban sin duda muchas cosas, pero en las clases del Sr. Germain sentían por primera vez que existían y que eran objeto de la más alta consideración: se los juzgaba dignos de descubrir el mundo…

Si tu corazón late más aprisa viendo a tus alumnos, si cada persona es para ti un ser que se debe cultivar, si cada hora de clase se ha escapado aprisa, si quieres más tu trabajo cada año que pasa, si las dificultades inevitables te encuentran sonriente, si los padres y los niños dicen que eres amable, si tu justicia sabe revestirse de amor, si combates el mal pero no al pecador, si sabiendo tantas cosas no te crees sabio, si sabes volver a estudiar lo que creías saber, si en lugar de interrogar, sabes sobre todo responder, si sabes ser niño permaneciendo maestro, si ante la belleza sabes sorprenderte, si tu vida es lección y tu palabra silencio, si tus alumnos quieren semejarse a tí, entonces... Tú eres maestro”.