Islas Malvinas. 23 de mayo de 1982:

Mi amor, la presente es para contestar a tus dos cartas: la primera me llegó el 7 de mayo y la segunda el 22, y para desearte que te encuentres bien al igual que yo aquí tan lejos. El lugar donde me encuentro es la Bahía Zorro anteriormente llamada Bahía Fox […]

El domingo último, mientras estábamos almorzando, fuimos atacados por dos aviones ingleses sin haber bajas personales. Al día siguiente, a la misma hora, fuimos atacados nuevamente por dos aviones sin haber bajas […]

Tu foto la tengo guardada en un cajón a cargo del sargento ayudante, allí nadie la toca, únicamente yo […]

Liliana Heredia (58) lee atentamente, como si fuera mayo de 1982, la carta que le envió Juan Alberto Bassano (59), desde las Islas Malvinas. En ese momento tenían 18 y 19 años, respectivamente y un noviazgo de poco más de un año de vida.

Ella, oriunda de La Francia, es una de las tantas mujeres vinculadas indirectamente al conflicto bélico iniciado por orden del exdictador Leopoldo Galtieri, con el doble propósito de recuperar la soberanía argentina sobre las islas y mantener el consenso social perdido tras la aplicación de políticas que habían generado un derrumbe económico en el país.

La relación empezó durante la Semana Santa del 1981. Al año siguiente, faltando poco para cumplir un año, a cada uno le surgió un destino diferente. Juan Alberto –de Colonia San Bartolomé- debió marcharse a Córdoba a realizar el Servicio Militar Obligatorio, mientras que Liliana desembarcó en Santa Rosa de Río Primero, donde cursó el profesorado de Enseñanza Primaria.

Lejos, en una época sin teléfonos ni mensajería instantánea como en la actual, las cartas no solo fueron el combustible para mantener en marcha una historia de amor que recién arrancaba, sino mucho más que eso: una inyección de vida y coraje para no derrumbarse.

A 40 años de la guerra, las notas enviadas por ambos se conservan intactas y son un fiel testimonio de lo que vivieron aquellos jóvenes soldados que sin estar preparados lucharon por la patria. También son prueba de quienes los esperaban sumidos en el miedo, pero sin perder las esperanzas de volver a verlos. Están sobre una mesa larga en un domicilio de barrio Bouchard, desparramadas, junto a sus escribas.

El comienzo de la guerra

Desde Córdoba, Bassano fue trasladado a Comodoro Rivadavia. Aunque era clase ‘62, por no haber terminado el secundario pidió una prórroga de un año e hizo el servicio con la clase ‘63.

Arribó al sur del país el 1 de febrero y un mes después realizó junto a los demás soldados la instrucción militar que duró solo unos de 20 días. Luego recibieron sus armas de fuego: “Nos decían que el problema era con Chile”, resaltó Bassano a El Periódico, haciendo referencia a una disputa territorial entre ambas naciones durante gran parte del siglo XX.

Las cartas, testimonio de la guerra.

El 2 de abril fue el día del anuncio: “Nos reunieron a todos en el playón central y un teniente coronel nos avisa que recuperamos las Malvinas. Y el día 6 ya estábamos allá, se decía que era para hacer una recuperación simbólica, ir unos días, canalizar todo por la ONU y volvernos. Las negociaciones no llegaron a buen puerto y con el hundimiento del Belgrano vimos que se venía una guerra”, explicó el excombatiente.

“Uy, Juan” y la adrenalina de las cartas

En Santa Rosa de Río Primero, como en tantos lados del país, las noticias llegaban a cuentagotas.

“Ese 2 de abril de 1982, estaba durmiendo en la casa de mi abuela donde paraba. Estacionó un auto cerca y se escuchaba la marcha de Las Malvinas bien fuerte. Inmediatamente entró una prima y me dice ‘tomaron las Malvinas’ y yo dije ‘uy, Juan’”, señaló Heredia.

La primera carta que llegó desde las islas fue el 10 de abril de 1982: “Me cuenta que estaba bien, que era ayudante de un teniente. Habla del clima frío, que se levantan entre 6 y 7 de la mañana. Estaba en la isla Soledad e iba a ser trasladado a Gran Malvinas en helicóptero. Dice que durmieron bajo techo y comían bien, que todavía no hacía tanto frío, pero que esperaban las primeras nevadas. Me dice que no me preocupe porque era radio operador y que estaba lejos del peligro”, relató la mujer.

Liliana mantiene latente el recuerdo de la llegada de Juan a Malvinas: “Es como una película que pasa por mi mente, muchos pensamientos, recuerdos, situaciones familiares. Mi abuela, mis padres; el cartero de Santa Rosa y su felicidad cuando me traía la carta de Juan, que era todo un acontecimiento”.

Según los protagonistas, las cartas demoraban unos diez días entre que se escribía y llegaban a destino.

En una fechada el 23 de abril de 1982, Juan cuenta que había sido elegido entre los mejores cuatro soldados y que como premio pudieron desayunar con el teniente y coronel jefe de emprendimiento: “Me dice que se sacó las ganas, que había café, mate cocido, galletitas, dulce leche, entre cosas, lo que hacía rato no comía”.

Heredia remarcó a El Periódico que son muchos los recuerdos y que siempre quiso compartirlos para que se conviertan en un testimonio histórico: “Es algo que le reclamo a él y a otros veteranos amigos, hay que hablar para que todo quede en un archivo”.

Según sostuvo el matrimonio de tres hijos, todas las cartas enviadas llegaron a destino. Con el correr de las semanas, las historias eran más duras.

“En otra de las notas, me cuenta que había bajado 20 kilos, que compañeros suyos tomaron decisiones drásticas como dispararse con la desesperación de que los lleven al continente, y que otros lloraban. Juan, como salvavidas, leía en voz alta las cartas que le llegaban, sean mías, de sus padres. Era para aferrarse a algo y darles fuerzas”, indicó.

Entre esos crueles relatos, Juan agregaba que el desayuno en las últimas etapas del combate era un caldo con grasa de vaca y que recién alrededor de las 4 de la tarde comían lo mismo con el agregado de lentejas o porotos que servía de almuerzo, merienda y cena.

- ¿Qué pensaba cuando leía ello teniendo en cuenta que el país hacía sacrificios para hacer donaciones de todo tipo?

- Lo que la gente no creía era que ellos no comían. “Con todo lo que les mandan”, me decían. Cuando se hizo una campaña en Córdoba, fuimos con una tía a la calle Maipú. Tengo la imagen de mesas de caballetes y arriba pan dulce y sidra, era un evento grande y había como una gran pecera llena de oro que la gente donaba. Yo tenía mis aros de la niñez y los iba a donar, pero cuando iba a hacerlo me arrepentí porque cuando me dije que cuando él volviera lo íbamos a fundir para hacer los anillos de casamiento.

- La esperanza de que vuelva con vida nunca la perdió.

- Dije: tengo que estudiar y terminar enseguida para volverme y estar con él. Mi abuela en la casa no tenía cable y se veía algo de comunicados. La visita del Papa y sus cartas me daban esperanza. Pero a la noche lloraba mucho; en el día tenía tres canciones que cantaba siempre, una de ellas era el himno. Mi abuela, que era muy sabía, me decía: “¿Vos escuchaste la letra del himno cuando la cantás? La parte que dice, oh juremos con gloria morir”. Ahí me decía que era una de las opciones.

- ¿Dónde encontraba apoyo?

- Juntaba todo lo que podía ser revista, no tenía mucho para comprarme, pero lo que encontraba o me daban lo juntaba para tenerlo como testimonio. Lo buscaba a él en todas las imágenes. Recuerdo que el 10 de junio le dije a Dios que no lloraba más, que lo que sea que pase sea su voluntad y que estaba en sus manos. Y el 14 de junio terminó la guerra. Certezas no tenía porque las cartas demoraban diez días entre que el la escribía y yo la recibía.

- ¿Y usted que le contaba en las cartas que le enviaba?

- Lo que estudiaba, que había ido a su pueblo y estado con sus padres; también cómo me iba en el estudio. Le hablaba de amor, de la esperanza que tenía y le decía que no íbamos a claudicar, que esta guerra no nos iba a separar. Siempre tuve en claro eso.

- ¿Cómo fue el reencuentro?

- Ese día que llegó estaba raro. Tenía un conjunto de emociones tremendas, pensaba venir en julio en la primera baja, pero cuando iba a salir tenía el problema de pie de trinchera y no lo dejaron salir y lo terminaron internando en Comodoro Rivadavia. Yo fui a la terminal de Córdoba, estaban sus tíos, primos, era un mundo de gente. Se los esperaba para las 21 y llegaron a la medianoche. Fue una serie de emociones los gritos, llantos, risas…todo era desgarrador.

- ¿Sabía que iba a ser un sostén importante para lo que viniera?

- Se escuchaban muchas cosas, pero siempre lo vi muy bien. Empezó a trabajar rápido y empezó en un círculo que lo llevó por la vida. Sin embargo, la guerra no terminó en junio para él. Cuando él estaba en las islas yo visitaba a sus padres y veía a su papá que no lloraba pero caminaba solo, en el patio. Era un hombre sano y de golpe se enfermó del corazón. Al año siguiente, en 1983, falleció y esa fue la guerra más grande que le tocó a él (por Juan); él sabía porque había muerto por todo esto, pero no lo dice.

- ¿Cómo es ser la compañera de vida de un veterano de guerra?

- Le hice ver en muchas oportunidades que es un héroe, pero no lo reconoce. Héroes son los caídos que están custodiando nuestro territorio con su alma y también los que pudieron volver. Él no pidió ir, lo llevaron y fue a pelear por la patria, lucharon por eso. El habla poco de esto, le cuesta… pero eso le pasa a la mayoría de quienes estuvieron en las islas. Recién ahora están empezando a hablar y a contar lo que les pasó.