El fenómeno de la violencia machista tiene muchas formas de mostrarse y causar daño, no solo la violencia física extrema, pese a los esfuerzos y avances en la sociedad por deconstruir en un contexto de patriarcado. Sin embargo, los dolorosos casos conocidos en las últimas semanas y la alarmante cantidad de femicidios en lo que va del año ponen el foco también en el accionar policial y de la Justicia, eslabones importantes de una cadena que queda en evidencia muchas veces cuando por inacción del Estado tristemente se observa la peor cara de este grave problema: los femicidios.

El caso ejemplificador más reciente de esto es el de Úrsula Bahillo, la adolescente de 18 años de la localidad bonaerense de Rojas que fue asesinada por su ex pareja, el policía Matías Ezequiel Martínez, a principios de este mes.

La adolescente y su madre, Patricia Nasutti, hicieron tres denuncias y dos ampliaciones de esas denuncias en los días previos al crimen, ocurrido el lunes 8 de febrero, a manos del oficial de la Policía Bonaerense, quien contaba con carpeta psiquiátrica desde setiembre.

Pero sin ir tan lejos, podemos contar una historia similar en San Francisco. En abril de 2015, María Eugenia Lanzetti (44) fue asesinada por su exmarido Mauro Bongiovanni mientras daba clases en un jardín de infantes de barrio Jardín. La acuchillaron sin piedad frente a sus pequeños alumnos.

A “Marita”, como la llamaban, le arrebataron la vida cuando finalmente, quien hoy pasa sus días en la cárcel de nuestra ciudad al ser condenado a prisión perpetua, acertó en el momento justo y donde más vulnerable se encontraba.

Era la tercera vez que intentaba matarla. Los dos primeros intentos de asesinato por parte de Bongiovanni, de lo cual la Justicia tenía conocimiento, se dieron a lo largo de un año desde el día que ella decidió separarse: allí empezó su peor calvario, algo que denunció en varias oportunidades. Pero como ocurrió días atrás con Úrsula, a Marita tampoco la supieron escuchar. Después ya es tarde.

Con cada femicidio mucho se dice, se escribe y se promete. Sin embargo cuando las denuncias de violencia de género y domésticas llegan a las oficinas públicas suelen tratarse, aunque haya excepciones, como delitos comunes. Y eso deja secuelas.

“Les pido que escuchen, que vean de otro modo las cosas”

Virginia (nombre ficticio para resguardar la identidad de quien se atrevió a contar su historia) sufrió violencia doméstica y si bien pudo salir, asegura que algo en el sistema judicial y policial falla.

La mujer de 41 años, también madre, contó a El Periódico el calvario que sufrió cuando decidió ponerle fin, un par de años atrás, a la relación que mantenía con su marido, a quien conoció en la adolescencia. Y una vez que lo consiguió –aseguró- no pudo evitar sentirse revictimizada.

“En un momento de mi vida me cayó la ficha de que no daba para más la relación, pero del otro lado no me encontré con la misma respuesta, por eso transité un proceso largo hasta que la separación se dio”, narró la mujer.

Aunque ya existían, las discusiones después de esta situación de quiebre se sucedieron y con mayor violencia: “Aparecieron discusiones fuertes, maltratos, se vuelve tóxica la relación porque muchas veces la mujer no puede decidir porque está sola, sin trabajo o está vulnerable… Entonces pensás en tus hijos y no es fácil seguir adelante”, reconoció.

Virginia sostuvo que los grupos de personas que frecuentaba le ayudaron a entender que su relación, por cómo se daban las cosas, no iba hacia adelante. Luego, la separación se termina dando y de la peor manera ya que debió intervenir la Policía ante una primera denuncia donde la víctima pidió la exclusión del hogar de su pareja: “Las discusiones eran totalmente violentas, los insultos, que te denigren de la peor manera, recibí escupitajos y también hubo golpes. Había una parte que quería salirse de eso pero la otra no”, aclaró.

Sin tranquilidad, pese al botón

Luego de esa primera denuncia, los maltratos siguieron por otras vías como el teléfono: “Yo intentaba que nos pongamos de acuerdo por los chicos, de volver a hacer entender que la cosa no iba más. Pero el maltrato siguió del otro lado, hice nuevas denuncias y por el temor que tenía de salir a la calle llegué hasta el botón antipánico, por cansancio creo, porque el miedo que me quedó fue tremendo”.

Una vez con el dispositivo Salva en la mano, su vida no cambió en nada: “Me dieron un botón antipánico pero no sentí tranquilidad. Fue al poco tiempo de la separación. No sé si en algún momento lo usé; lo que sí me sentía era igual de vulnerable, con miedo, te sentís presa y decía ‘que loco, me dan a mi algo y no al que no debe acercarse a mí’. Para mí no es la forma”, reflexionó.

En menos de un año, Virginia hizo al menos cinco denuncias y recorrió en infinidad de oportunidades –lo sigue haciendo- los pasillos de Tribunales.

Luego, la mujer señaló que en algunos momentos se sintió más contenida que otras veces, pero era cuando tenía el acompañamiento de una abogada conocida: “Tuve la suerte de que una profesional me acompañó, alguien con un apellido que me dio una mano, pero no es siempre así. Te tienen horas ahí, vos estás mal, llorando, sufriendo. Yo pensaba en aquellas personas que están totalmente solas, que no tienen el acompañamiento de alguien conocido como tuve yo, porque no hay gente que te cuide de verdad”, subrayó.

Y agregó: “En Tribunales me sentí observada, como la culpable, como que lo que planteás no es válido. Me sentí demasiado vulnerable”, insistió.

Hace unos días, Virginia volvió a recurrir a la Justicia en temas como el cumplimiento por parte de su expareja al régimen de visitas y también la cuota alimentaria: “Ya inicié el divorcio y está por salir. Pero debí volver a Tribunales para actualizar la cuota alimentaria y ver qué hacer para que se cumpla el régimen de visitas. Me dicen que ellos no pueden obligar a nadie y si tengo un abogado que me pueda ayudar va a ser mejor. ¿Pero cómo hace la que de su bolsillo debe mantener a los chicos?, ¿a dónde recurren para sentir contención? Nada alcanza”, afirmó.

Entre otras cosas, la mujer sostuvo que no encontrar rápidas respuestas por parte del Estado confunde a la víctima: “Recuerdo que fui al psicólogo, que nunca había ido. Fue en el momento que decido separarme porque por dentro decía ‘seré yo que me pasa algo’. Se hace un círculo vicioso y una se culpa de tomar una decisión que le sirve para evitar un malestar. Toda la situación te lleva sentirte culpable, por eso cuesta mucho que se termine una relación y es ahí donde puede pasar lo peor porque una mujer puede morir en el medio del camino”, declaró.

Por último, Virginia le dejó un mensaje a quienes se encargan tanto en la Policía como en el Justicia de recibir a víctimas de violencia de género y doméstica: “Les pido que tengan otra visión de lo que pasa. A veces se dilatan las acciones porque se cree que la mujer termina volviendo a la casa, pero no es eso lo que quiere, sino todo lo contrario ya que quiere salirse pero necesita tener los medios para hacerlo. Por eso se necesita contención y apoyo. Y les pido que se fijen quién es el violento”, concluyó.

DÓNDE PEDIR AYUDA EN SAN FRANCISCO Y FRONTERA

- Línea gratuita de asesoramiento y denuncia de la violencia de género de la Provincia de Córdoba: 0800-888-9898. WhatsApp las 24 horas: 3518141400. 

- Atención nacional gratuita para mujeres en situación de violencia: 144 / las 24 horas. 

- Polo de la Mujer: Avellaneda 648 (2do piso). (03564) 439034/35. De 8 a 20, asesoramiento integral. 

- Hospital Iturraspe: Dominga Cullen 450. (3564) 443718. Constatación de lesiones las 24 horas. Servicio social: (3564) 443774. De 7 a 13. 

- Secretaría de violencia familiar: Tribunales de San Francisco, segundo piso. (03564) 445036.

- Unidad Judicial: Libertador Sur 199. (03564) 443272. Denuncias penales. 

- Comisaría de Frontera. Calle 84 al 76. (03564) 432486 / 425067.

- Juzgado de Paz en Frontera: Calle 84 al 70. (03564) 445240.

- Área de Políticas Sociales en Frontera: Calle 1 al 1015. (03564) 445240.