Angélica Beatriz Candelero (57 años) lleva apenas unos meses jubilada de su profesión como psicomotricista que desempeñó por más de 30 años y en ese período le llegó uno de los mejores reconocimientos, el de los Arquitectos Sociales, el proyecto social en el que otros ciudadanos distinguen la labor de los vecinos de San Francisco.   

En una entrevista con El Periódico, Angélica se refirió a los avances en materia del abordaje de la discapacidad en la ciudad, aunque remarcó que “todavía queda mucho por trabajar”.

Durante su carrera se desempeñó en instituciones como Apadim, Cemiri y el Cottolengo Don Orione, además de ser docente.

¿Cómo nace su relación con la psicomotricidad?

Terminé el secundario en el año 79, mi idea era estudiar kinesiología porque siempre me llamó la atención el acercarme a la discapacidad. Era lo único que conocía hasta ese momento, no sabía que existía el instituto Cabred en Córdoba, ni las carreras que se dictaban. En esa época de intervención militar había cupos muy restringidos, de 2000 inscriptos ingresaban 27, no entré. Una prima me dijo por qué no me anotaba a la carrera de psicomotricidad que era parecida, yo no tenía ni idea, con la intención de no perder un año me inscribí y la carrera me encantó. Era lo que yo quería y me quedé. Descubrí un mundo y una profesión apasionante, porque la psicomotricidad engloba las técnicas y las ciencias para trabajar la rehabilitación y la discapacidad, y los más emocionante de todo fue el trabajo de estimulación temprana con chicos desde el primer mes de vida.

Trabajar con la discapacidad requiere una relación especial con las personas y las familias

Siempre tuve una cuestión de piel con la discapacidad de las personas. Nunca sentí ningún tipo de rechazo, hay gente que sí a veces lo siente. A mí desde pequeña me atrajo poder tener contacto con las personas, hablarles, poder comunicarme. Estoy contenta de haberla ejercido durante tantos años sin haberme cansado nunca.

“Fue un broche de oro a mi profesión”, dijo la Arquitecta Social del año

Siempre hay un primer caso que impacta, ¿cuál fue el suyo?

Muchos, he visto discapacidades muy importantes y graves, pero fueron los casos que más me atrajeron, porque siempre traté de buscar un mínimo de relación que el niño pueda llegar a tener con el mundo. A veces era solamente la mirada o la sensación cuando los tocas. El caso que más tengo en mi corazón es el de Guille Paulín, lo atendí desde chiquito. Conmigo aprendió a caminar, a andar en bicicleta, todas cosas muy fuertes y todavía hoy tengo una gran relación con él y su familia.

El vínculo de la psicomotricista con la familia y el niño debe ser muy importante

Es muy corporal, es el trabajo cuerpo a cuerpo. Siempre digo que tengo impregnado en mis manos y en mi cuerpo el tono muscular de la persona con discapacidad, la mirada, las reacciones físicas y corporales. Yo podía sentir cuando estaban nerviosos, cuando estaban mal simplemente tocándoles las manos, sintiendo cómo estaban contracturados. Son cosas que se fueron desarrollando y una tiene que trasmitir con el cuerpo todo lo que el niño necesita en ese momento. Para eso uno tiene que estar bien para poder lograrlo. Y la cuestión es buscar en cada uno de ellos lo que pueden hacer, no lo que no pueden. Y a partir de ahí hacer la tarea necesaria para poder brindarles la estimulación que ellos necesitan.

¿Cómo fue evolucionando la integración de los niños con discapacidad?

Por suerte muchísimo, antes era muy difícil. Y lo era porque había una cuestión que la familia tenía cierta postura de no llevar a su hijo a la escuela común por temores, los docentes tampoco estaban preparados. Pero los compañeros no son el problema, ellos acompañan muchísimo, son ayudantes terapéuticos naturales desde que son chiquititos. Son los que le avisan a la maestra lo que necesitan sus compañeritos con discapacidad. Ahora la cosa fue evolucionando, hay equipos de integración que trabajan con los docentes y los alumnos.

Acaba de decir que los chicos no son el problema, ¿dónde estaría?

A veces son los adultos. Pero no lo digo para echarles la culpa. No todo el mundo sabe lo que son las distintas discapacidades. Hay gente que no diferencia un determinado síndrome con una lesión neurológica, pone todo en la misma bolsa. La gente joven ya tiene otra mirada. Hay una cosa que molesta muchísimo a los papás de los chicos con discapacidad, que es la mirada del otro. El “porqué lo miran de esa manera”. Y siempre les expliqué que lo miran así porque no saben de qué se trata. Les pedía que no se enojen con ellos, que lo mejor era tener la oportunidad de acercarse y explicarles. En todos estos años hubo una evolución de la mirada, de la aceptación y la integración aunque hay mucho por trabajar todavía, no está todo hecho.

¿En qué hay que trabajar?

En que la gente conozca de qué se trata cada discapacidad, poder comunicar más. Lo de Fundación Empate es maravilloso porque pone en el centro de la escena una realidad y ahora la gente las conoce. A lo mejor en las discapacidades más profundas no saben cómo comportarse. Uno tiene que tener cierta naturalidad desarrollar la mirada comprensiva.

¿Qué significó Apadim en su carrera?

Apadim fue mi segunda casa, fueron muchos años. Fue la institución que me permitió explayarme en todo en mi profesión, pude hacer todos los proyectos que quise. Estoy eternamente agradecida.

¿Qué significó ser elegida la Arquitecta social del año?

Todavía estoy asombrada. Estábamos en la gala y cuando dijeron mi nombre me quedé muy sorprendida. Lo que pasa es que cuando uno hace su trabajo, nunca fue mi propósito que me conociera tanta gente, me parecía que solamente que era conocida dentro de un círculo de trabajo. Me di cuenta que hay mucha gente que me conoce, fue un broche de oro a mi profesión, una fiesta muy bella que no conocía y que me emocionó un montón. Hubo muchas repercusiones después, se contactó gente de la que hacía muchísimo tiempo no sabía nada, papás que había estado con sus hijos los cuales ya no están, he recibido cosas que me hicieron mucho bien. Todo me dejó pensado que dentro de todo pude hacer las cosas más o menos bien en mi carrera.