Por Daniel Giarone / Télam

“Nadie rebaje a lágrima o reproche/ esta declaración de la maestría/ de Dios, que con magnífica ironía/ me dio a la vez los libros y la noche”, escribió Jorge Luis Borges en el “Poema de los dones”. Lo mismo puede decirse de Don José de San Martín, quien terminó sus días ciego y rodeado de los libros de la Biblioteca Pública de Bolougne Sur Mer que le leía su hija Mercedes.

San Martín había retornado a Europa exhausto por la lucha contra los realistas pero también por el destrato y la persecución que sufrió en Buenos Aires. Si bien no quiso, ni querrá, sumarse a federales ni a unitarios durante la guerra civil, su exilio no significó un retiro de la actividad política.

En el viejo continente -cuenta el historiador Felipe Pigna a Telám- “va con una misión estratégica que él mismo se impuso, que es lograr el reconocimiento de Gran Bretaña de la independencia Argentina, cosa que rompería la Santa Alianza, es decir la unión de las potencias europeas contra América, algo que finalmente consigue”.

La misión del Libertador no es de ningún modo oficial. En Buenos Aires gobiernan sus enemigos, encarnados en Bernardino Rivadavia, a quien a pesar de todo San Martín tiene la nobleza de explicarle sus intenciones en Inglaterra.

“La ingratitud y la malicia de Rivadavia con San Martín es enorme”

"La ingratitud y la malicia de Rivadavia es enorme, ya que apenas sale San Martín de la entrevista que mantuvo con él le manda una carta al Primer Ministro inglés diciéndole que lo va a ir a ver un demente, una persona que está desvariando”, relata Pigna, quien agrega que “por suerte no le hicieron caso y San Martín hace gestiones muy importantes para que se reconozca la independencia argentina”.

Ya en el exilio, San Martín intenta instalarse con su hija Mercedes en Gran Bretaña, pero el costo de vida allí es muy alto y ni el gobierno porteño ni el del Perú le pagan la pensión. Debido a que carecía de fortuna (su único ingreso era la renta de una casa que tenía en Buenos Aires) decide cruzar el Canal de la Mancha para instalarse en Bruselas, donde vivirá durante seis años. Recién en 1830 comenzará a percibir lo adeudado y se instalará en Francia, dejando atrás las penurias económicas.

El único retrato de San Martín. Es un daguerrotipo que se tomó en París en 1848. Está en el Museo Histórico Nacional.
El único retrato de San Martín. Es un daguerrotipo que se tomó en París en 1848. Está en el Museo Histórico Nacional.

Operativo retorno

La guerra de Argentina con el Brasil, que se desarrollará entre 1825 y 1828 y culminará con la creación del Estado Oriental del Uruguay, generó preocupación en San Martín, quien ofreció sus servicios. Llegó al Puerto de Buenos Aires en febrero de 1829. Pero nunca desembarcó.

“San Martín se entera de que Lavalle, que había peleado a sus órdenes, derroca a Manuel Dorrego, otro oficial que había estado bajo su mando, y que lo fusila sin juicio previo. Sabe también la situación complicada en la que está el país, y decide no pisar tierra para no avalar, como él mismo dice, ‘la dictadura de Lavalle’ ”, explica Pigna.

“San Martín tiene una excelente relación con Rosas sin ser rosista”

Antes de regresar a Europa el Libertador se instala en Montevideo y habla con todos, con unitarios y con federales. “Se da cuenta que su nombre puede ser utilizado para desatar la represión de uno u otro bando, y decide irse definitivamente, para radicarse en París”, señala el autor de “La voz del gran jefe. José de San Martín”.

Y agrega: “Entiende, para mi correctamente, que era una guerra civil muy sangrienta, que su nombre iba a ser usado en un contexto de mucha confusión, ya que tampoco estaban muy bien definidos los bandos”.

Rosas y el sable corvo

El mítico sable corvo del Libertador está en una sala exclusiva en el Museo Histórico Nacional.
El mítico sable corvo del Libertador está en una sala exclusiva en el Museo Histórico Nacional.

San Martín, sin embargo, siempre estuvo más cerca de las provincias que de Buenos Aires, de los caudillos federales que de los líderes unitarios. Esto va quedar en evidencia una vez más en 1845, cuando Juan Manuel de Rosas enfrenta el bloqueo de la flota anglo-francesa al Puerto de Buenos Aires.

“San Martín tiene una excelente relación con Rosas sin ser rosista, cosa que en la Argentina es bastante difícil de entender, porque si uno apoya ciertas políticas de un gobierno inmediatamente es considerado partidario de ese gobierno. El caso de San Martín es muy claro”, asegura Pigna.

Y detalla: “Apoya explícitamente la política exterior de Rosas, la defensa de la soberanía, la Vuelta de Obligado, y critica aspectos de la política interior, como la persecución a la oposición, la mazorca, etc. Sin embargo, sabe que los unitarios no son nenes de pecho y es fuertemente crítico con ellos, de hecho sus enemigos están claramente en ese bando”.

El Padre de la Patria “tenía una gran capacidad de análisis político y entiende que embanderarse, en ese contexto, tampoco lo convence. No está completamente de acuerdo con lo que está haciendo Rosas pero defiende a muerte su política exterior. Por eso le dona el sable en su primer testamento”.

De Balzac a Victor Hugo

Alejado definitivamente de las vicisitudes del Río de la Plata, con la tranquilidad económica que supuso el pago de su pensión (normalizado primero por Dorrego y después por Rosas), San Martín encontró la tranquilidad que necesitaba y se instaló en París para que su hija Mercedes complete los estudios.

“Tuvo una vida muy linda en Francia, muy interesante, donde conoció a las grandes figuras de la cultura de la época de la mano de su querido amigo Alejandro Aguado, banquero y mecenas que era empresario de la Opera de París, lo que le permitió conocer a Honoré de Balzac​, a Gaetano Donizetti, a Victor Hugo, etc, figuras con las que se frecuentaba”, destaca Pigna.

En aquella primera mitad del siglo XIX el Romanticismo campeaba en Europa, y San Martín resultaba una figura muy atractiva para quienes valoraban la épica, los sentimientos, el heroísmo y la lucha por la libertad y el bienestar del hombre.

“Hay una carta muy interesante -asegura Pigna- donde San Martín le agradece a Aguado por haberle presentado a figuras tan destacadas de la cultura, a lo que Aguado le contesta: ‘No se confunda, ellos lo quieren conocer a usted’. Después de todo era el Libertador de América y era muy interesante conocerlo”.

Según Pigna, el final de la vida de San Martín en Francia “también fue una época en que disfrutó a sus nietas, las hijas de Mercedes, Merceditas y Pepita; de sus tiempos en Grand Bourg, en Évry, que es una ciudad cercana a París; de las entrevistas con mucha gente que lo iba a ver, como Domingo Faustino Sarmiento o Juan Bautista Alberdi”.

El que fue, probablemente, el argentino más importante de la historia vivió menos de diez años en suelo patrio.
El que fue, probablemente, el argentino más importante de la historia vivió menos de diez años en suelo patrio.

Los libros y la noche

Longevo para la época, falleció el 17 de agosto de 1850 a los 72 años, San Martín padecía varios problemas de salud. Si bien estos se aliviaron cuando se instaló en Francia y logró tener una vida relativamente feliz, igual lo afectaban el reuma, la artrosis y el asma.

“Después de los sucesos de 1848 en París decide viajar a Inglaterra y cuando está a punto de cruzar el Canal de la Mancha conoce al director de la Biblioteca Pública de Boulogne Sur Mer, quien le ofrece alquilarle a muy bajo precio su casa, que está en los altos de la Biblioteca Pública. Como San Martín era un gran lector la propuesta lo convence y allí pasará los últimos años de su vida”, asegura Pigna.

Sin embargo, al igual que le sucedió a Borges poco más de un siglo después, la noche caerá sobre sus libros. “San Martín padecía de cataratas, lo operan y por una mala praxis queda ciego”, cuenta el historiador, y detalla que “pasará los dos últimos años de su vida en estado de ceguera, con su hija Mercedes leyéndole diarios y libros en aquella casa de Boulogne Sur Mer”.

La ceguera puede correr un velo triste, pero no puede dañar el tiempo ni la memoria histórica. “Pensar a San Martín hoy -reflexiona Pigna- es pensar en una persona absolutamente honesta y coherente en su pensamiento y en su acción: lo que pensaba lo hacía y lo que hacía lo pensaba”.

“Un gran luchador por la libertad -agrega-, por la independencia, por la dignidad de los pueblos. Un hombre al que le importaban mucho los pueblos originarios, los derechos de la mujer, y que tenía una gran pasión por la educación, la cultura y el saber de los pueblos. Una persona que tiene legados múltiples, entre ellos el de ser un gran promotor de nuestra independencia, no solamente desde el punto de vista militar”.

Un hombre. Un luchador. Un prócer. Una voz que supo ser aquello que hacía para sí y para los demás.