Chile juega contra todo. Contra sus propios fantasmas. Contra sus propios miedos. Contra los rivales que se juegan la vida. Contra los rumores de supuestos fallos arbitrales favorables. Y una noche, eclipsa todo. Le gana por 2 a 1 a Perú, el noble equipo que dirige Ricardo Gareca, con lágrimas, sudor y parte de su orquesta ofensiva y alcanza la final, prevista para el próximo sábado. Olfatea la gloria, la que aún no conoce.

El fútbol se define en los detalles, dicen los que conocen. Chile es uno de esos equipos que desde su conducción lee una y otra vez a su adversario para tratar de desbaratarlo con sus armas. Circulación, presión, aceleración, audacia. Sin embargo, anoche fue determinante la expulsión de Zambrano, apenas a los 21 minutos del primer tiempo, que le despejó el camino al equipo que dirige Jorge Sampaoli. Es que Perú, el equipo que en apenas un puñado de entrenamientos con Gareca se metió en la semifinal de la Copa América, cuando estuvo completo, fue inteligente y se convirtió en el invitado más irreverente que recibió el dueño de casa.

Entendió que la potencia física de sus volantes y delanteros era la ficha a jugar ante un rival que tiene futbolistas de baja estatura y con físicos menos armados. Por eso fue que Guerrero desbordó a Isla con facilidad y sacó el centro que Farfán, de cabeza, le puso hielo al estadio Nacional. El balón pegó en el palo...

Pero claro, la expulsión de Zambrano fue el punto decisivo del partido. Porque Chile se impuso con su idea inalterable desde que tuvo un hombre más. Propuso un dominio territorial que asfixió a Perú. El asedio fue más intenso y el gol llegó como consecuencia lógica de un equipo que empuja, a veces descontrolado y a veces furioso.

Las formas resultaron menos acordes, porque casi fue casual el tanto de Vargas (apenas adelantado), pero Chile ganaba porque siempre lo quiso. Como la prédica de su entrenador, que lleva grabada en su piel "No escucho y sigo", de una canción de Callejeros (el entrenador es fanático de la banda y por eso se lo tatuó); es lo que hace este equipo, que no se detiene en cuestionamientos y va para adelante.

Sin embargo, no fue el mejor partido de Chile. Apenas comenzó a tocar el balón con el partido ya quebrado. Ni cosquillas le hizo el tanto en contra de Gary Medel, luego de un centro preciso del convincente Advíncula. Si la gente se asustó, no lo hizo el equipo, siempre fresco y convencido. Duró apenas tres minutos. Vargas, en una noche de ensueño, levantó la cabeza, tomó el balón y lo envió con clase a la red, desde lejos, con la mente fría. Premio mayúsculo para el chico de Queen Park Rangers, que se hizo grande rodeado de caciques como Vidal, Valdivia y Alexis.

El dominio y la alegría fueron de Chile. Perú cayó de pie, un equipo que tiene el sello de su entrenador. En la Argentina, con Vélez, Gareca demostró que se puede jugar bien. En Perú, también demostró su categoría. Pero la noche fue de Chile.