“Hola Nicolás, te estamos hablando del Hospital Privado. Estás en el Operativo Trasplante. Aparecieron los órganos”. Del otro lado del teléfono se encontraba un comunicador social cordobés de 30 años que soñaba con librarse de la diabetes desde que lo diagnosticaron cuando tenía 9. Esa llamada sería el primer paso para desconectarse de la bomba de insulina y cambiar su calidad de vida.  

Nicolás López Carreras se sometió a un trasplante renopancreático en marzo de 2018. Aunque hoy eso pueda sonar como el típico final feliz, la historia completa incluye miedos, enojos, diagnósticos poco alentadores, la palabra diálisis y mucha fe. 

Convivir con la enfermedad desde los 9 años

“A esa edad descubrieron que era diabético. Al principio, no tenía mucha idea de qué se trataba; lo fueron llevando mis viejos y, de a poco, yo”, recuerda Nicolás, quien asegura que los padres decidieron hacer una consulta médica porque había bajado mucho de peso. “El metabolismo empieza a no funcionar muy bien. Estaba cansado, tenía mucha sed, iba mucho al baño”, resume. 

“Pasé una época en la adolescencia muy complicada, no como rebeldía por la enfermedad pero sí por ciertos miedos a la hipoglucemia. En esos días no la llevé bien. Comía cosas de más, andaba con el azúcar alta. Prefería eso, me daba tranquilidad”, reconoce el comunicador. A la distancia, tiene presente los pinchazos diarios para el análisis desde el primer diagnóstico y asegura que en tantos años de convivir con la diabetes vio muchos avances en la medicina. 

Nicolás considera que la bomba de insulina mejoró notablemente su calidad de vida.“El aparatito es como un beeper; algunos vienen con catéter y se conectan al cuerpo con un parche. Te lo cambiás de vez en cuando y te va pasando insulina rápida por hora. El análisis te lo seguís haciendo para contar los hidratos de carbono”, aclara. 

La señal de alerta

“No recuerdo cuántos años hace, pero empecé a tener cierta proteína en orina. Una diabetóloga me dijo que si bien era leve hasta ese momento, significaba daño en el riñón”, explica el joven, quien también indica que antes había tenido una retinopatía diabética (complicación ocular que está causada por el deterioro de los vasos sanguíneos que irrigan la retina), pero que luego de operarse no tuvo más problemas al respecto. “También era hipertenso, condición que junto con la diabetes mal controlada es una bomba para el riñón”, describe. 

Fue pasando el tiempo y le recomendaron que fuera a una nutricionista especializada en nefrología que atendía en el Hospital Militar, pero lamentablemente la dieta no generó cambios importantes. “Pasaron años. Fui a una diabetóloga nueva que me pidió controles de rutina y me dijo que estaba todo dentro de lo esperable, pero que no le gustaba la función renal porque la creatinina estaba alta, por lo que me derivó a una nefróloga del Ferreyra. Fui sin pensarlo, súper tranquilo”, sonríe López Carreras. 

“Vas a trasplante”

La profesional vio los análisis y dijo al joven que con esos valores necesitaría un nuevo riñón. “Para mí era un control más. Estaba solo y no lo podía creer. Uno siempre escucha o ve por la tele que se está esperando un órgano, pero nunca le había pasado a alguien tan cercano. Estaba muy aturdido”, relata Nicolás. 

El miedo lo paralizó. Fue una charla con una prima suya -que es psicóloga- la que le dio valor y ahuyentó algunos fantasmas. A los pocos días, visitó al equipo de trasplante del Hospital Privado, tal y como le pidió la doctora. Habló con el cirujano que le explicó parte del procedimiento, y le mencionó la posibilidad de realizar un doble trasplante para solucionar su insuficiencia renal y curar la diabetes. “Eso me entusiasmó muchísimo. Yo dije que ya que me iban a abrir, que me dejaran cero kilómetro”, bromea. “Sinceramente, no podía creer que existiese una posibilidad de curar la diabetes. Es muy loco. Es realmente un milagro”, insiste. 

Con el vaso medio lleno

Nicolás recuerda que primero se lo contó a su papá, quien le pidió que hiciera una interconsulta para tener mayor seguridad. “Mi viejo me transmitió mucha paz. Capaz que por dentro tenía un mundo, pero me dio tranquilidad”, admite. “Yo ya lo tenía procesado. Distinto era si llegaba llorando a contarlo”, opina. Luego lo charló con su mamá, quien se emocionó, y con sus hermanos. “Che, les tengo una muy buena noticia: me voy a curar de la diabetes gracias a un trasplante de páncreas y voy a solucionar mi insuficiencia renal mediante un trasplante de riñón”, fueron las palabras que recuerda Nicolás haber usado para compartirlo con sus amigos. 

“Para mí era una muy buena noticia. Era cumplir mi sueño de 21 años, al fin me curaría de la diabetes”, remarca el comunicador, quien reconoce que no consideró solucionar sólo la insuficiencia renal. “Había una cuestión muy personal. Decidí hacerme el doble trasplante. Lo veía como una cuestión de llegar hasta este punto, hasta esta situación con mi enfermedad, quería buscarme la solución sin afectar a nadie. Por supuesto que lo podía pensar así porque tenía tiempo, distinta es una cuestión de urgencia”, enfatiza Nicolás.

Tres riñones y dos páncreas, esa es la cuestión 

López Carreras dice que sus amigos bromeaban mucho con el tema del poco espacio para tantos órganos. “Yo soy chiquito y bajito. Cuando me dijeron que me iban a implantar otro riñón y otro páncreas, nos preguntamos dónde los iban a meter. Siempre escuché que cuando te ponían un órgano nuevo te sacaban el tuyo, era un reemplazo. La duda era esa, pero ni yo sabía responder”, admite y recuerda que confió siempre en el médico que le dijo que “no se hiciera drama por esas cosas”. De hecho, asegura que no investigó por su lado y que ni siquiera googleó. 

“Lo que uno busca es dar al paciente la parte que el páncreas del diabético no tiene, que es la secreción de insulina”, explica Martín Maraschio, jefe de Trasplante Renopancreático del Hospital Privado. “Este órgano es un sistema perfecto que regula la fisiología y control de la glucemia, mucho mejor que la mejor máquina que hayamos inventado hasta el momento”, aclara el médico que participó de la operación de Nicolás. “No hizo falta sacar el páncreas de Nicolás porque tiene otras funciones que cumplir. Tampoco retiramos los riñones, porque aunque sea un 20 o un 25 por ciento siguen trabajando. Es más bien preventivo el trasplante en este caso porque el paciente ya está por entrar a diálisis, o sabemos que va a llegar a eso, pero todavía no está en esa condición. Al hacer el trasplante en una fase prediálisis, asegura un buen resultado”, explica Maraschio y se pregunta por qué sacarían un órgano que aún funciona. “Quitar un riñón es una cirugía importantísima”, advierte y argumenta que el nuevo órgano se coloca en otro lugar.

No era el momento

Nicolás explica que para entrar a la lista del INCUCAI primero el médico debió pedir autorización. Eso no sucedió hasta que le realizaron una serie de estudios y lo evaluó un equipo interdisciplinario compuesto por una trabajadora social, psicólogos, psiquiatras, urólogos y diabetólogos. “Una vez que ellos dieron el ok, el cirujano aprobó, la obra social autorizó y recién ahí entré en la lista de espera”, explica. “Si sonaba el teléfono -no importa la situación en la que esté- tenía que salir. Me recomendaron que si me iba de Córdoba avisara”, recuerda. 

“Una madrugada como a las 3 o 4 estaba en un bar y me llamaron para decirme que me encontraba en el puesto dos o tres y que habían aparecido unos órganos. Tenía que ir por si las dos personas delante mío no estaban aptas. Puede parecer muy mal, pero en ese momento sentí que no estaba preparado. Nunca tuve tanto miedo, me temblaba todo. No me arrepiento de haber dicho que no porque me ayudó a superar todos los miedos que me faltaban. Dije: 'Será la próxima'”, admite. 

El joven señala que extremó sus cuidados con la alimentación y el consumo de alcohol. “Empecé a hacer deportes. Estaba preparando el cuerpo para lo que se venía”, recuerda. 

Llegó el día

Nicolás menciona que en el último período estaba muy cansado y eso tenía que ver con la insuficiencia renal; sin embargo, había naturalizado la situación y supuso que era por el trabajo. 

Aquel 28 de marzo de 2018 -con 30 años recién cumplidos- volvió de trabajar y se “tiró” en el sillón a jugar al Cundy Crush y a esperar que se hiciera la hora para ir a cenar con una amiga. Una llamada del Hospital Privado interrumpió la partida. “Me dijeron que habían aparecido los órganos. Empecé a llorar mucho mientras me intentaban contar lo que tenía que hacer. Les pedí cinco minutos, corté, seguí llorando. No dudé nada, estaba seguro. Esta vez era. Lo sentía”, dice López Carreras notablemente emocionado. 

Lo que sigue de ahí en más es la historia de cómo una persona encuentra paz ante posiblemente la operación más importante de su vida. La confianza que había depositado en el equipo médico y las ganas de librarse de la diabetes eran su motor. 

“Mi mamá lloraba pero le dije que iba a estar todo bien, que en unas horas nos veíamos. ¡Yo estaba tan tranquilo! Cuando me desperté, ya no era diabético ni tenía insuficiencia renal. Nunca sentí un dolor, nunca nada raro”, cuenta feliz Nicolás. 

No olvidemos a Justina

Aunque suene trillado, “donar órganos salva vidas”. Y López Carreras lo tiene muy claro. Durante la charla lo repitió quizá una decena de veces, cual mantra. Él sabe que sus órganos vinieron de la provincia de Mendoza, pero aún no conoce la identidad de la familia que los donó. Dice que le gustaría algún día encontrarse con esas personas, aunque  se pregunta si para ellos será un lindo momento. 

“La verdad es que vimos un impacto positivo durante 2018 luego de que entrara en vigencia en agosto la Ley Justina. No da lugar a interpretaciones. La legislación anterior decía que cualquier persona era un donante excepto que en vida haya dicho que no. Hoy tiene que estar sí o sí por escrito, lo cual le dio un soporte legal al equipo de procuración que antes no tenía. Si bien hay situaciones especiales en la que alguna vez realmente hay una negativa muy fuerte de la familia, en general acceden”, asegura el doctor Maraschio.

La vida después del trasplante

Según el cirujano del Hospital Privado, la tasa de éxito en este tipo de intervenciones es buena. “La sobrevida de los pacientes es del 90 por ciento, lo aceptado internacionalmente. La tasa de éxito del trasplante de páncreas es de un 80 o 90 por ciento al año”, agrega. 

El médico hizo especial hincapié en la conducta que debe llevar el paciente. Es muy importante que eviten el sobrepeso o la obesidad, para no forzar demasiado el páncreas. “Pueden comer de todo, como hace hoy Nicolás que técnicamente está curado de la diabetes, pero deben hacer ejercicio y venir a controles periódicos. Nos ha pasado que luego del trasplante la persona desarrolla una diabetes tipo 2 por subir mucho de peso y no hacer consultas oportunas con su médico”, se lamenta Maraschio y enfatiza que “el paciente debe involucrarse y comprometerse”.   

¿Quiénes pueden recibir un trasplante renopancreático?

El cirujano explica que los pacientes que mejor tasa de éxito tienen a largo plazo son quienes no superan los 55 años. “Hubo un caso de una chica de 19 años que no se había cuidado como corresponde por la diabetes, y tuvimos que trasplantarla. Pero seleccionamos cuidadosamente al candidato, estudiamos el contexto en el que se encuentra y exigimos compromiso de su parte”, aclara Maraschio.  

Un equipo experimentado

En el Hospital Privado se realizaron alrededor de 150 trasplantes renopancreáticos entre 2003 y 2019, aunque la mayoría se dieron desde el 2008 en adelante. Incluso el equipo médico ha publicado investigaciones sobre técnicas novedosas que vienen llevando a cabo.  

Del enojo al milagro

“Alguna vez estuve enojado con la diabetes”, admite Nicolás. “Me gustaría decirles a todos los que la padecen que hay que aceptar la enfermedad. Lo que te toca vivir, que sea de la mejor manera. No es que me curé así no más. Este año no ha sido fácil. Es un proceso lento en el que cada cuerpo responde distinto. No soy un erudito para decir que lo hagan, pero que sepan que existe la posibilidad”, agrega.  

“Esto es un milagro para todos los que sufren diabetes. Yo agradezco al Apross, a mi familia, a mis amigos y a los médicos y les digo que con averiguar no se pierde nada. Cuando era chiquito decía ‘ojalá un día me cure de la diabetes’ y ahora esa posibilidad está. El 29 de marzo de 2018 dejé de ser diabético”, resume López Carreras.

Fuente: La Voz del Interior