Diciembre ha sido un mes complicado a lo largo de la historia argentina. Es además el último del año, en el que uno llega con el tanque de combustible al límite que puede detonar ante la más mínima llama.

Pero a diferencia de otros diciembres, en este 2022 el calendario deportivo nos trajo la parte final del Mundial de Fútbol de Qatar. Y con ello una nueva ilusión a quienes nos apasiona ver rodar la pelota en un campo de juego. Mismo sentimiento, debo decir, comparten aquellos que ven de reojo al fútbol en otros momentos de la vida.

Nos convertimos en técnicos, gritamos los goles de aquellos jugadores que vistieron la camiseta de nuestro eterno rival en el fútbol local, hacemos promesas y creamos nuevas cábalas: todo con el objetivo de ver campeón a Argentina, pero también a su líder futbolístico Lionel Messi.

Todo un país quiere ver al gran capitán salir campeón del mundo.
Todo un país quiere ver al gran capitán salir campeón del mundo.

Salimos emocionados a la calle, vestidos y pintados de celeste y blanco. A la par nuestra, centenares de Messi, de Julián Álvarez y del “Dibu” Martínez saltando y gritando eufóricos sobre el adoquín caliente de Bv. 25 de Mayo. Así se fueron de a poco apoderando del centro tras cada partido ganado. Extasiados y transpirados, como nuestros jugadores.

Nos aferramos un rato a la posibilidad de gritar “campeón” aunque eso no cambie el rumbo de un país que este año sufrió cambios sociales, crisis económica y angustia.

Si traen la copa, muchachos, mucho mejor. Si no, gracias igual. Por hacernos olvidar un rato de todo lo otro. Por hacernos sentir representados como país. Por todas las emociones vividas en cada partido. Por esas reuniones y disfrutar los momentos con la familia, con amigos o con quien sea. El “todos para el mismo lado” nos transformó y alegró. Es mucho y se agradece.

Queremos ser campeones del mundo. Pero también entendemos que lo hecho hasta acá por la Selección valió la pena. Sobre todo porque nos cambió diciembre.