Una especie de caza de brujas. Así fueron los primeros meses de pandemia mientras iban apareciendo las personas que contraían el virus en San Francisco. Las redes sociales se usaban para hacer todo tipo de elucubraciones que caían en saco roto a medida que se conocían las historias de quienes habían sido contagiados y la estaban pasando mal.

“Que este se contagió porque viajó a Europa sin importarle que haya un virus mortal” o “que aquel evadió un control para zafar del testeo” o que “anduvo de fiesta llevando el virus de un lado a otro”. Y tampoco faltaron noticias basadas en simples rumores nunca comprobados.

A nivel nacional no podemos dejar de mencionar que hasta el personal de salud sufrió rechazos, por el solo hecho de ser la primera barrera con la Covid-19. Mientras cada noche a las 21 eran reconocidos con aplausos por su labor, en el día varios recibían mensajes intimidatorios, por ejemplo, para que dejen su departamento ante la posibilidad de contagiar a los vecinos del edificio. Algo insólito.

El caso que marcó un antes y un después

Claudio Viñuela y su hijo Agustín fueron diagnosticados en el mes de junio con Covid-19. Se trató del famoso camionero de barrio La Florida, no porque tenga alguna manera de conducir especial su camión que lo haga diferente al resto de sus colegas, sino porque sobre él y su hijo se inventaron numerosas historias que nadie pudo confirmar.

Fue el sábado 13 de junio por la mañana, cuando ambulancias y personal sanitario arribó a su casa de barrio La Florida tras avisarle que había dado positivo el análisis de coronavirus que se le hizo el jueves anterior cuando llegó de viaje desde Rosario, en plena labor. Su cuadra fue vallada, asemejando a una escena de operativo policial.

En ese momento –aseguró en una entrevista con El Periódico- lo hicieron sentir un delincuente: “Me sacaron como un delincuente de mi casa. Estaba poniendo la pava para tomar mate y me llaman y me dicen ‘Claudio quédate donde estás que te dio positivo’”, recordó. Desde ese día estuvo más de 50 días aislado en una habitación del Hospital Iturraspe.

Tras este episodio hubo una calma en San Francisco y no se reportaban casos nuevos, tal como ocurría en otras grandes ciudades de la provincia. Pero en septiembre la situación se revirtió. Los contagiados, al ser tantos, se convirtieron en cifras y sólo en algunos casos puntuales se usó un dedo acusador. Fue algo momentáneo.

Con el correr de los días caímos por fin en la cuenta que cualquiera podía contraer este virus que no distingue edad, sexo ni clase social y está al acecho.