Un enorme playón de cemento que parece comerse el lugar funciona como antesala del bar propiamente dicho en el viejo Club Colón. Para tener mesa hay que atravesar todo el patio y por eso al llegar uno ya tiene visto a todo el ambiente congregado al aire libre en la amplia esquina de Ameghino y Paraguay, aquel lugar que supo brillar en décadas pasadas con kermeses y talentos que jugaban al básquet. La historia hoy es otra, pero se las arreglaron para mantener una clientela que asiste con religiosidad y que no abandona el vermut, las charlas y los naipes. “Acá un café es muy raro que pidan”, define el “Pelado” Facundo Arturo Castro, que desde 1957 está yendo y viniendo por el club.

En el bar del Colón las puertas se abren de lunes a lunes. A media mañana alguien ya puede estar sentado para un Gancia o vermut y al mediodía siempre hay dos platos para almorzar. Los lunes, el puchero es una de las especialidades de la casa. Pero en verano es a la tarde y noche cuando hay más movimiento, sobre todo si está lindo el día, porque buena parte del playón es a cielo abierto. Los habitués comienzan a llegar cuando baja el sol y a eso de las 19:30 ya se puede declarar el cartón lleno de la peña. El portón se va a cerrar bien pasada la medianoche.

Castro es un emblema del Colón y cuenta que la institución tiene su nacimiento en 1940 en la esquina de Salta y Alem. De ahí se van con una cancha de bochas a Lavalle y Sáenz Peña hasta que en 1947 compran el terreno donde en 1949 se inaugura el club en la actual esquina de barrio Consolata. Con 16 años él comienza a entrenar ahí y con los años el club se va metiendo cada vez más en su corazón. Pero las mejores páginas deportivas en la historia de la entidad ya pasaron y pasaron hace muchos años. Hoy la cantina es el alma del lugar.

Castro, que supo poner otros comedores en distintas zonas de la ciudad, tiene distintos momentos al frente de la cantina desde los años 80. En el 2001 toma nuevamente la concesión y desde entonces atiende y maneja el ambiente de la parroquia, porque hoy son dos de sus hijos quienes se ocupan de toda la parte gastronómica, con la ayuda de algunos nietos. Pero sigue trabajando: “Con la jubilación, ¿qué querés que haga?”, resume.

“Acá se hacían fiestas, se hacían kermeses. Si habré venido a bailar acá”, recuerda el hombre, hoy con 78 años. El escenario nombrado Ceferino Zabala, quien fue su presidente en los comienzos, no parece estar en su buena época pero todavía tiene algún trajín. “De vez en cuando hacemos alguna peña o cena baile, porque viene un grupo de mujeres a hacer gimnasia y ellas a veces arman eventos de canto”, explica Castro.

Vermut, naipes y calle en el club Colón
Vermut, naipes y calle en el club Colón

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La carta tiene una sola página y precios accesibles. Una cazuela de albóndigas cuesta lo que costaba hace año y pico en más de un lugar de la ciudad. El cartel en la puerta informa del menú diario, porque quien no tenga caminada la zona puede que ni se entere que está el bar al fondo.

A la tardecita, varias mesas de amigos comparten charlas entre bebidas varias. Salen también las empanadas para hacer base o darse por cenado. Los más animados son los de los naipes, que hacen una mosca entre vermut y pururú; y no se incomodan a la hora de las fotos para estas páginas.

Hay mesas separadas, pero también un largo tablón donde cualquiera se sienta con cualquiera. Se habla de todo y todos son conocidos. Ya se sabe que la escuela de la calle enseña varias materias en mesas de bares. Y el Colón, otro club de barrio, sigue siendo ese viejo lugar para encontrarse con lo simple.

Vermut, naipes y calle en el club Colón

Lugar familiar

A la tardecita en el lugar todos son hombres, pero Castro cuenta que a la hora de cenar vienen mujeres o parejas. Y subraya que hoy el lugar es familiar, ya que a cierta gente conflictiva la corrió hace bastante. “En los años que yo no estuve venía otra gente y a veces había problemas, sobre todo con los partidos entre Boca y River. Así que les dije, muchachos conmigo esto es así: paren la mano porque no los atiendo más”, aclara.

Vermut, naipes y calle en el club Colón