Allá por marzo de 2020 la Organización Mundial de la Salud (OMS) no consideraba que el coronavirus podía transmitirse por el aire más allá de situaciones muy específicas. Es decir, aseguraba que no tenía evidencias de que los contagios podían producirse en actividades cotidianas a través de los llamados aerosoles, que son las pequeñas gotitas que emite una persona al hablar o simplemente exhalar y que pueden quedar suspendidas en el aire durante algunas horas. Y que al inhalarlas los demás, principalmente en espacios cerrados, se produce el contagio. Hoy está muy claro que el coronavirus sí se transmite de esa forma y hay numerosos estudios que apuntan que se trata de la principal vía de transmisión. Por eso, cada vez tienen más importancia las recomendaciones para mantener ventilados los lugares, algo que inicialmente no siempre se mencionaba en las informaciones oficiales.

La “ficha” de los aerosoles/ventilación tardó más en caer que la del barbijo, la de la distancia y la del alcohol en gel. Y eso puede hacer que muchos puedan sentirse muy seguros con las demás medidas preventivas, pero que aún no identifiquen ciertas situaciones de riesgo o no presten atención a mantener abiertas las ventanas o asegurarse de que se renueve el aire en un determinado lugar, como puede ser una oficina de trabajo o el interior de un colectivo. Y puede ser habitual que en una oficina muchos se preocupen por el alcohol en gel pero no por ventilar.

Hoy cualquiera que esté vinculado al ámbito escolar sabe que la ventilación es una de las medidas principales que se toman en muchos colegios para evitar los contagios, como lo indican los protocolos. Sin embargo, en los meses de calor es habitual que sigamos viajando en transporte público con todas las ventanas cerradas y el aire acondicionado, que no renueva el aire sino que simplemente lo hace circular más frío. O que nadie en una oficina se preocupe por ventilar.

A grandes rasgos, hoy existe un consenso entre la comunidad científica y autoridades sanitarias de la mayoría de países en que hay tres vías principales de contagio: las gotitas que una persona infectada despide como “proyectiles” al estornudar, toser, hablar o cantar e impactan en los ojos, boca o nariz de otra persona; el contacto con superficies (de ahí la higiene de manos) y los aerosoles. En ambientes cerrados y mal ventilados esos aerosoles que contienen el virus se van acumulando en el aire y al inhalarlos en cantidad suficiente podemos contagiarnos incluso estando a varios metros de alguien que tiene el virus y sea asintomático.

Uno de los referentes en el tema de los aerosoles es el investigador español en ciencias ambientales José Luis Jiménez, que desarrolla su tarea en la Universidad de Colorado, en Estados Unidos, y cuyos estudios fueron utilizados por el Gobierno de Córdoba en sus recomendaciones a partir de noviembre. Jiménez compara la dispersión de los aerosoles con el humo que exhala una persona que fuma. Pero a diferencia del humo, a esos aerosoles con el virus no los vemos. Entonces, una forma de controlar la renovación del aire que promovió este científico es a través de medidores de dióxido de carbono (CO2), unos aparatos de costo relativamente bajo y que probablemente tendrán mayor importancia en los próximos meses.

Está en el aire y no lo vemos

El físico Jorge Aliaga, investigador de la Universidad Nacional de Hurlingham y el CONICET, es uno de los principales divulgadores en nuestro país acerca de la transmisión del coronavirus por aerosoles y que hace hincapié en la importancia de la ventilación. Además, Aliaga adaptó a nivel local un prototipo para medir concentraciones de CO2 en el aire, una herramienta que puede tener una gran importancia en adelante para controlar el riesgo de la transmisión por aerosoles en lugares cerrados como puede ser un aula escolar. De hecho, el presidente Alberto Fernández visitó el pasado martes el laboratorio de la Universidad de Hurlingham donde comenzaron a fabricar los medidores para entregarlos a los municipios de Hurlingham y Morón. Todo el desarrollo de Aliaga se encuentra disponible de forma libre en internet, para que otros puedan fabricarlo.  

En diálogo con El Periódico, el investigador subrayó que cuanto menos se renueve el aire más aumenta el riesgo con los aerosoles y aclara que un medidor de CO2 no resuelve por sí solo el problema, pero permite medir cómo se encuentra el aire en distintos lugares y así saber cuánto se necesita ventilar. No es lo mismo abrir todas las ventanas porque no se sabe cómo está el aire, que abrirlas unos centímetros porque la medición ya da buen resultado. Por ejemplo, sería complicado en pleno invierno abrir ventanas de par en par en una escuela, oficina o transporte público. Pero al medirlo, se puede saber cuánta apertura será suficiente para mantener bajo el riesgo sin que las personas estén demasiado expuestas al frío. Por eso, fundamentó que los medidores dan tranquilidad. 

“Un médico decía en televisión que no hacían falta aparatos raros, sino abrir las ventanas. Eso es cierto, pero tiene un problema que no es menor: el aire no se ve, entonces si no se puede medir nada uno siempre está intranquilo. La ventaja de poner un medidor en una oficina pública, en la escuela o el trabajo es que uno puede ver que está bajo y eso da tranquilidad. Con un medidor, podés abrir un poco y ver si con eso te alcanza. Con el frío, en Madrid se han hecho mediciones y a lo mejor con abrir cuatro centímetros alcanzaba. Pero si no sabés dónde estás parado, puede ser demasiado costoso. Esa es la importancia del medidor”, explicó.

“Lo que explican los que trabajan en esto es que, en general, por gotas grandes cada persona enferma contagia a pocas personas. En cambio, por aerosoles, cuando hay una persona contagiada en un ambiente cerrado y rodeada de otras, puede contagiar a muchas personas”, amplió Aliaga.

Para el investigador, centrarse en cuál es la principal vía de contagia desvía el foco en la importancia de aplicar todas las medidas preventivas y reducir riesgos. “No hablamos de riesgo cero, porque eso no existe. Estamos hablando de cómo bajarlo. Lo más seguro es tener ventilado igual que afuera. Pero adentro muchas veces no se puede. Entonces, ¿cuál sería el nivel de riesgo razonable en el aire? Hay técnicas para medir eso. Si uno logra que el dióxido de carbono no suba de cierto nivel, el riesgo de respirar el aire de otro es suficientemente bajo”, detalló. 

Para el especialista, el tema de no ventilar no es una un problema exclusivo del COVID-19. “En Argentina tenemos una tasa de enfermedades respiratorias muy alta a nivel regional y eso seguro que tiene relación con que ventilamos poco en invierno. Entonces, si podés tener un medidor y si vemos que con cinco centímetros abierto ya regulamos y el CO2 se mantiene bajo, entre 700 ppm, estamos tranquilos”, concluyó. 

Especialistas en aerosoles consideran un error destinar más atención y recursos a la desinfección de superficies en lugar de hacerlo a la ventilación.

La Provincia también

Desde el comienzo de la pandemia se habló de la importancia de ventilar, aunque quizás como algo no tan importante. En sintonía con la evidencia que sugerían los estudios científicos y un cambio de postura en la OMS, el Gobierno de Córdoba emitió en noviembre nuevas recomendaciones para prevenir contagios, en los que principalmente subrayó la concientización sobre los aerosoles y la importancia de la ventilación en ambientes.

"A las medidas de prevención ya difundidas desde el inicio de la contingencia sanitaria, se suma la concientización sobre los aerosoles generados al respirar, hablar, gritar, toser o cantar, la importancia de la ventilación de ambientes en los que circule aire continuamente, y la propuesta de que la comunidad utilice las denominadas burbujas de encuentro entre las mismas dos o tres personas", informó la Provincia en un documento de noviembre pasado.

"En cuanto a los aerosoles, se trata de las partículas que se suspenden en el aire –generalmente las gotas más pequeñas- cuando las personas respiran, hablan, gritan, tosen o cantan y, al dispersarse en el espacio, forman un aerosol que se considera infeccioso al ser inhalado", consignaron.

"De esta manera, en una habitación cerrada, aunque dos o más personas se encuentren distanciadas, la concentración de aire exhalado se va acumulando y pueden terminar inhalando el virus. En este sentido, la recomendación es mantener la ventilación de los ambientes, en los que circule aire continuamente, y en lo posible, optar por actividades al aire libre", concluyeron.

Mediciones en lugares públicos

Especialistas han recomendado que superando un nivel de 800 ppm (parte por millón) de CO2 es necesario renovar el aire ventilando. Luciano Lamaita, ingeniero químico que trabaja en el área de Ambiente del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, realizó mediciones viajando en transporte público, un colectivo con ventanas cerradas y aire acondicionado durante más de tres horas y casi lleno. Y los resultados fueron que los valores estuvieron muy superiores a lo recomendado, siempre por encima de 1200 ppm y llegando hasta más de 2300.

La conclusión es que pese a que las empresas (Plusmar, en este caso) señalan que cumplen con los protocolos, la realidad muchas veces es otra y viajar en colectivos se convierte en un riesgo para sus usuarios, ya que emplean prácticas iguales que antes de la pandemia.

Lamaita explicó que realizó la medición por su cuenta con un medidor portátil que obtuvo gracias  la iniciativa del proyecto Aireamos, en España.

Por otra parte, el investigador hizo otra medición en un vehículo utilitario en un viaje compartido con cuatro personas, en donde los valores se mantuvieron por encima de 800 y 900 ppm con apenas un centímetro de ventilación en una ventana. Al continuar el recorrido y observando que los valores no descienden, abrieron una ventana enfrentada también en un centímetro, lo que origina ventilación cruzada y a partir de allí la medición se ubica entre 700 y 800 ppm, valores que son aceptados como de muy bajo riesgo.