Luis Molina (65) vive su calvario personal desde el 30 de julio de 1973, cuando vio a su hermanito Oscar tirado sobre una camilla de una clínica céntrica, con la mirada hacia el techo, cubierto de sangre y ya sin vida. Ahí, asegura, su vida se quebró. La manifestación a la que acababan de asistir, a la que habían ido por pura curiosidad juvenil, se había convertido en una tragedia que sería recordada como El Tampierazo.

En el 48 aniversario de aquella jornada que marcó la historia de San Francisco, Luis se encuentra recuperándose de una neumonía bilateral, aparentemente producto del Covid-19 (sostiene que los médicos no se lo pudieron confirmar). Todavía sin poder caminar por la pérdida de masa muscular en sus piernas, aceptó hablar con El Periódico sobre aquel día en que su vida y la de su familia quedaría marcada para siempre.

Con la ayuda de un andador, Luis camina dificultosamente hasta dejarse caer en una silla de ruedas colocada en el centro de sala de estar que todavía conserva estanterías, dos mostradores y una heladera de lo que hasta hace poco fue una despensa barrial que manejaba la familia, pero que tuvo que cerrar luego de que el hombre pasara casi 40 días internado en el Hospital Iturraspe, 15 de ellos en Terapia Intensiva.

“Teníamos esta despensa familiar –explica-, la cerramos porque cuando caí internado mi señora y mis hijos estaban todo el día en el hospital. Se fue hundiendo, ya no vale la pena tratar de remontarlo. Así que estamos luchándola. Cumplí los años estando en terapia”.

Molina asegura que busca “pelearla” para tratar de hacer su vida lo más normal posible y tras decir esto reflexiona: “Estuve al borde de la muerte, los médicos le decían a mi esposa que podía vivir otro día más y fui saliendo. Pero toda mi vida fue una lucha, desde mi adolescencia, desde que perdí a mi hermanito”.

En medio del recuerdo de su hermano, Molina quiso agradecer al personal del Hospital Iturraspe por la gran atención que recibió y que permitió que siguiera con vida.

En pocas oportunidades Luis quiso hablar públicamente sobre lo que él y su fallecido hermano vivieron durante los hechos de El Tampierazo, en gran medida por el dolor que le significa recordar aquellos momentos y más por la indignación, todavía hecha piel, ante la falta de justicia por el crimen sin resolver de Oscar Alberto “Cachi” Molina, de solo 16 años. 

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Tampierazo del 73: la lucha obrera en medio de un conflicto salarial y la revuelta social

Movidos por la curiosidad

El conflicto entre la fábrica Tampieri y sus empleados se originó porque la firma adeudaba a sus empleados cuatro quincenas de trabajo, aguinaldos y aportes a la caja de jubilaciones. Cuestiones que se convirtieron en las principales causas de la huelga, que en un principio se presentaba como pacífica.

Por este motivo, los obreros organizaron un paro y movilización para el día 30 julio con el objetivo de reclamar el cobro de lo adeudado. La fábrica se encontraba tomada mediante asambleas desde hacía una semana.

El paro general decretado por la CGT comenzó aquella jornada a las 10 de la mañana. Hasta esa hora, Luis no tenía previsto participar de los eventos que se iban a desatar. No podía saberlo, no lo imaginó, solo se dejó llevar. En aquella época, el joven Luis Molina tenía 17 años y trabajaba en una tienda de ropa sobre calle General Paz al 700. Cuando dieron las 10 recuerda que les dijeron: “Bueno chicos, vayan nomás que cerramos por el paro”.

“Me volvía caminando, paso por la Plaza Cívica y me llamó la atención la cantidad de gente que había. Me quedé como chico curioso que era, nunca había sucedido algo así en San Francisco. La curiosidad nos llevó a mí y a mi hermano”, recuerda.

Toma de la fábrica Tampieri

En la concentración en la fábrica tuvieron lugar los discursos de los dirigentes gremiales, pero finalizadas las palabras los expositores instaron a la gran concurrencia –se estimaba en más de mil personas- a volver a la sede cegetista. Sin embargo, allí comienzan las distintas versiones sobre infiltrados o agitadores entre el público y de las que Luis fue testigo. “Después del acto alguien dijo y se empezó a correr la voz ‘vamos a la casa de los Tampieri’. No me acuerdo bien cómo fue pero todo el grueso de la columna salió para 9 de Julio cruzando por Champagnat y ahí empezó el desastre. Primero fueron piedrazos, después el ataque al chalet, el auto que prendieron fuego. Y recuerdo perfectamente que salió uno de los Tampieri con una pistola en la mano y le pegaron una paliza”, rememora.

E insiste: “Recuerdo que había gente que no era de San Francisco, cordobeses agitadores. En un momento también dijeron ‘vamos de los Martínez’, que eran los dueños del diario La Voz de San Justo, y fueron todos para allá por General Paz y 9 de Julio. Y bueno, se escuchó el grito que venía la Policía así que salimos todos corriendo”.

Encuentro entre la multitud

Los hechos derivaron en una violenta represión policial ordenada por el Gobierno provincial. La Guardia de Infantería de Córdoba comenzó a tirar gases lacrimógenos y a disparar balas de fuego contra los manifestantes. El caos provocó corridas despavoridas de obreros, vecinos, jóvenes y familias por las calles de la ciudad.

Luis sostiene que salió disparado y, sin saber por qué, regresó al frente del chalet de la familia Tampieri sobre 9 de Julio al 1300. Ya eran más de las 14.

“Ahí me encuentro con mi hermano, frente al chalet-se ubica Luis-. Él toda esa mañana había estado trabajando con mi papá - Ramón Justino Molina- que tenía un reparto de pastas de Espiga Dorada. Y después de almorzar, supongo que también picado por el bichito de la curiosidad, se vino para el lado de los sucesos”.

Según Luis, su hermano le mintió a sus padres. Había dicho que iba a sacar entradas para un baile a Bomberos pero nada de que iría a las manifestaciones que ya se desarrollaban en el centro.

“Sacó las entradas, las tenía en el bolsillo. Pero en lugar de volverse a casa, cerca de la iglesia San José Obrero, siguió y se fue para 9 de Julio”, repite el hombre, apesadumbrado, trayendo a la memoria el hecho. 

Luis recuerda con precisión el momento en que los dos hermanos se vieron por primera vez en aquellos trágicos sucesos. Cuenta que él se había sentado en la ventana de una casa, de la cual salió una mujer y lo increpó para que se vaya. Sin embargo Molina se puso a discutir con la mujer y en esa actitud lo descubrió Oscar, que lo tomó del brazo y le dijo: ‘¿Qué te pasa cabezón?’

-Nada, estoy bien, ya está todo bien. Ya me voy - le respondió.

-Bueno, basta- recuerda que lo retó Oscar para señalarle que se iba al frente con sus amigos.

Esa fue la última charla entre los hermanos. Fue minutos antes que una turba de personas llegara despavorida huyendo de los gases y el plomo de las fuerzas de seguridad.

“Balas para todos lados”

Media hora después del encuentro de los hermanos, Luis asegura que comenzaron a rebotar las balas por diferentes sectores y que entonces se tiró contra una pared y sobre su cabeza saltaban pedazos de revoque provocados por los impactos. “Cuando me doy cuenta de esto salgo corriendo. Me alcanza un amigo que me grita ‘pará Luis’. Me dice que había un chico tirado en la vereda y lo veo que nos levantaba la mano. Nos volvimos con mi amigo Jorge Vera, lo alzamos entre los dos, yo lo llevaba del lado de las piernas donde tenía las heridas y recuerdo que me chorreaba algo caliente, era su sangre. Corríamos para la Cruz Azul, llegando tropezamos con el cordón de la vereda, nos caímos con el chico y todo. Otra gente lo levantó y lo metió a la clínica”, prosigue.

En la caída, Luis se golpeó la cabeza y se provocó un corte que lo dejó mareado. Unas personas lo alzaron y lo llevaron a la misma habitación donde estaba el joven que acaba de rescatar. Aquel chico tenía 15 años. “Él estaba en la camilla a los gritos porque le dolía muchísimo, tenía un balazo en la rodilla y otro en el tobillo”, asegura Molina.

Imágenes de los heridos. Revista Así.

Ya consciente, Luis comienza a escuchar un griterío estrepitoso dentro de la clínica y en ese momento ingresa a la habitación una enfermera, a la que reconoce: “Era hermana de un tío, le pregunté si había algún otro herido, por qué tanto griterío, y ella se quedó fría mirándome-Luis se emociona al recordarlo-. Hasta que me dijo: sí Luis, en la habitación de al lado hay otro chico más”.

Luis cuenta que le dijo al joven al que estaba cuidando que lo espere, que se iba a ver quién era el otro chico que estaba en la habitación de al lado. Cree que había unas 30 personas adentro. Ingresó y comenzó a abrirse paso a un drama ajeno pero que se volvería propio en segundos. “Lo primero que vi fue otro chico de la barra nuestra y me asusté. Llegué a un metro de la camilla y alcancé a verlo. Era mi hermano. Estaba bañado en sangre, con los ojos abiertos mirando el techo. Creí que estaba herido y no, ya no estaba con vida. Esa imagen no me la puedo borrar nunca”.

Quebrado otra vez por la emoción, Luis sostiene que en aquel entonces comenzó a gritar desconsolado y que alguien, no sabe quién, lo sacó afuera. Alguien, no recuerda tampoco, lo subió a un auto y lo llevaron a su casa. Lo dejaron sobre calle Suipacha. Su madre Elsa estaba desmayada en una habitación, sus hermanos desconsolados. Su padre había sido trasladado a reconocer el cuerpo, y lo que sí supo Luis es que en ese momento su vida ya era otra.

“Desde ese día cambió nuestra vida, cambió todo. Fue un cambio rotundo para mal, se destruyó mi familia. Nosotros éramos pobres pero alegres y ya no hubo más felicidad”, dice entre lágrimas.

- Qué pudo saber después sobre la muerte de Oscar, porque hubo muchas versiones…

- Tengo tantas versiones que no sé a quién creerle. Algunos dicen que lo mató la policía, otros que lo mató la Izquierda, otros que lo mataron los Tampieri, nunca supe en realidad porque nadie investigó qué pasó. Cuando mi papá fue a reconocer el cuerpo, el doctor Scocco, que era el médico de la familia y a la vez médico policial, le corroboró que el balazo había ingresado por la espalda y le atravesó el corazón.

- ¿Alguien alguna vez les habló de la investigación del caso?

- No hubo investigación, jamás, ni policial ni de parte de la Justicia. Claro, éramos muy pobres nosotros, de qué valía investigar. Es un crimen sin resolver y sin investigar, que es lo peor. Creo que no les importó la muerte de Cachito y saben perfectamente que fue una muerte injusta.

-A su hermano lo vincularon con movimientos políticos o guerrilleros de la época, ¿era militante?

¿Cómo va a ser guerrillero un chico con 16 años recién cumplidos? Lo único que hacía él era estudiar. Y tuvimos que dejar de estudiar para trabajar, porque el dinero no alcanzaba ni para comprarnos los zapatos. Éramos chicos sanos, sin maldad, por eso dolió tanto cuando lo acusaron de ser guerrillero. En aquella época estaba el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y a los pocos días de la muerte de Cachito escribieron en todas las paredes de la ciudad: “Gloria compañero Molina, héroe del pueblo”. Lo quisieron pegar con ellos y mi hermanito no tenía nada que ver. En la ciudad de Córdoba también vi paredes escritas con el nombre de mi hermano. Yo no lo podía creer.

-¿Cómo era Oscar, qué recuerda de su personalidad?

- Cachito era un ser de luz, un chico bueno. Yo era totalmente distinto él, era un atorrante, me gustaba mucho la noche; él no, era un muy casero, muy apegado a su mamá. Vivía abrazando a ella, a sus hermanitos, era bueno de verdad. Por eso nos dolía tanto cuando lo acusaban de cosas que no eran ciertas. La única pasión que tuvo él en su vida fue por la camiseta de Independiente, era fanático igual que yo. El año que murió él Independiente salió campeón del mundo, le ganó la final a la Juventus, fue como si él hubiera hecho fuerza desde allá arriba para que tengamos una alegría (comenta emocionado).

Sepelio de Oscar Molina. Revista El Descamisado, 7 de agosto de 1973.

Entierro en Plaza San Francisco

Luego de ser velado y recibir los responsos en la Iglesia San José Obrero, el cuerpo de Oscar Molina fue sepultado en el cementerio de Plaza San Francisco y no en el municipal. Este hecho había generado una serie de suspicacias de las que Luis se enteró ese mismo día.

“Me asombré al darme cuenta que los autos buscaron para el norte y agarraron la ruta por  Rosario de Santa Fe. Le preguntaba a mi papá, ‘dónde vamos’, pero él me respondía que me quedara tranquilo”, dice Luis.

Aparentemente, horas antes de los ritos funerarios, la Policía alertó a Molina padre que mucha gente se estaba reuniendo en el Cementerio de San Francisco y se temía por destrozos a los panteones de las familias Tampieri y Martínez, dos familias muy vinculadas y con intereses comerciales en común. “Entonces mi viejo dijo ‘no, eso no va a pasar’-aclara Luis-. Le prometieron que lo iban a llevar a ese cementerio hasta que se calmaran las aguas. Estuvo sepultado un mes en Plaza San Francisco porque mi papá quiso evitar otro momento de dolor y angustia. No sé qué hubiera pasado si lo hubiésemos llevado ese día al cementerio de San Francisco”, se pregunta.

Un mes después, en una ceremonia íntima, la familia fue acompañada por el sacerdote Baldomero Carlos Martini (años más tarde designado obispo de la ciudad), para trasladar los restos de Oscar Molina al cementerio municipal. Actualmente, en el nicho se encuentran junto al pequeño cajón las cenizas de sus padres, Ramón y Elsa, cuyos deseos siempre fueron acompañar a su hijo tras sus muertes. 

Luis conserva varias revistas y recortes de la época, entre ellas la edición del 2 de agosto de 1973 con los hechos de El Tampierazo.

Vívidos recuerdos

Para Luis, cada aniversario del Tampierazo es un momento de angustia. “Son terribles, cada año que llega el mes de julio cambia todo, lloro, estoy triste. No lo puedo evitar, es algo tremendo. Han pasado 48 años y lo siento todavía. Será porque Cachito se fue tan chico, no alcanzó a vivir, si él estuviera en vida seríamos una familia súper feliz, más unida: Y no, no fue así”, se lamenta.

“Mi felicidad se terminó a los 17 años-afirma sin levantar la vista-. Tuve momentos felices, no voy a mentir; cuando me casé, con el nacimiento de mis hijos, de mis sobrinos. Pero fueron solo eso, momentos, ese hecho me hizo perder la inocencia, la felicidad plena”.

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Tampierazo del 73: la muerte de un adolescente y el papel del Estado Municipal