Fernando Sampó tiene 46 años y lleva más de 32 trabajando ininterrumpidamente en el rubro gastronómico, como mozo. Una tarea que, según asegura, hace con pasión y que está muy ligada a su historia familiar.

Cuando era pequeño, sus padres se iniciaron en el rubro gastronómico y con 7 años Fernando ya era un verdadero “ayudante de cocina” en el emprendimiento familiar que tenían en la cantina del Aeroclub de nuestra ciudad. Tres décadas después, aquel niño hoy padre de familia continúa ejerciendo con entusiasmo su labor como mozo, reconoce que disfruta atender a la gente y en la actualidad trabaja en Betos Lomos San Francisco, compartiendo tareas con Bruno, uno de sus hijos.

En el marco del día del Trabajador, El Periódico dialogó con Sampó sobre sus inicios, la historia familiar y la actualidad de su profesión, en la cual, según el hombre, “quedan pocos mozos de oficio”.

Todos juntos, en familia

A comienzos de 1980, José Alberto Sampó y Susana Bianciotti, padres de Fernando, se hicieron cargo de la cantina del Aeroclub. Mariela, hermana dos años mayor al entrevistado, también ayudaba.

“Mis padres se iniciaron en la gastronomía con un emprendimiento en el Aeroclub. Empezaron con pocos recursos, mi mamá trabajaba de moza, mi papá en la cocina. En esa época yo tenía 7 u 8 años y ayudaba al igual que mi hermana mayor también”, recuerda con nostalgia Sampó.

“Se empezó con sillas que alguien le había prestado a mis papás -comenta Sampó-, cubiertos que se iban consiguiendo, a veces en las mesas había un plato de cada clase y así se fue empezando. Y de a poquito, la cosa fue creciendo”. 

Tal fue el desarrollo que tuvo la familia en su emprendimiento, que a comienzos de 1990 le ofrecieron a José Sampó la oportunidad de explotar el restaurante en la ya desaparecida Villa del Viajante.

“Fue una gran oportunidad para mis papás y yo seguía trabajando con ellos-prosigue Fernando-. Mi función era detrás de la barra, cargando las heladeras, despachando la bebida y la comida a los mozos, me gustaba mucho”.

“Un empujoncito” para ser mozo

Sampó recuerda que en la década del ‘90 el restaurante tuvo su mejor época y que había noches con el salón colmado de gente. “De comenzar un negocio familiar de cuatro personas, llegamos a tener 30 empleados, esa fue una muy buena época para la gastronomía local”, sostiene.

Y así llegó su debut como mozo. Fue a salón lleno y ante la falta de un trabajador que Fernando tuvo que tomar la bandeja, una libretita y saltar “a la cancha”.

“Tenía 15 años, me gustaba el trabajo que hacían los mozos, pero sentía vergüenza al momento de tener que presentarme ante la gente y que me pueda equivocar. Una noche faltaba un mozo, el salón estaba lleno y mis viejos me empujaron. Llegué a la mitad del salón y estaba perdido, la gente que me llamaba de un lado y el otro. Ahí empecé y no paré más”, relata con una sonrisa.

Luego la familia Sampó tendría otra gran oportunidad laboral en el comedor del club San Isidro, donde según Fernando también lograrían un destacado paso: “A mi papá le ofrecieron continuar en San Isidro, alrededor del ’96. También nos fue muy bien, todos los días de la semana eran prácticamente sábado porque era a salón lleno, era una época de muchísimo trabajo”, confirma. 

-¿Te considerás un mozo de oficio, como los de antes?

- Es algo que hago porque lo siento, lo llevo adentro, siento pasión, por eso hace tantos años que trabajo de mozo. Creo que si hoy no trabajaría de esto sería un desocupado, porque es mi vida y es lo que quiero seguir haciendo.

-La familia y tu oficio están muy vinculados…

-Sí, mucho. Mi familia siempre inculcó la cultura del trabajo, tuvimos que trabajar de chiquitos porque éramos humildes, pero con ganas de hacer y emprender. Entonces los hijos teníamos que colaborar, en ese momento mis padres recién se iniciaban, eran jóvenes y querían prosperar.

-¿Creés que quedan pocos o quizás los últimos mozos de oficio?

- Hace 20 años había mozos que de jóvenes se dedicaba a la gastronomía. Hoy la juventud no quiere este trabajo, si lo hace es por necesidad, ya no quedan mozos de oficio o muy pocos. Hoy la juventud no quiere trabajar un viernes por la noche, un sábado o un feriado. Este es un trabajo desgastante y cansador, por eso en la actualidad muchos duran dos o tres meses y se van. Pero al que le gusta y le pone pasión, lo disfruta realmente. Soy un agradecido a la vida que tengo la oportunidad de hacer lo que realmente me gusta y no lo cambiaría.

Enseñanzas

Fernando confiesa con orgullo que fueron sus padres los que le dieron sus primeros consejos en el oficio de mozo: “Me enseñaron cómo me tenía que presentar, siempre saludar con una sonrisa, ubicar a los clientes en la mesa, presentarse y ser lo más cordial posible. Lo fundamental es estar con una sonrisa, a veces el cliente no está de buen humor y entonces uno trata de entablar un breve diálogo, de romper el hielo para que disfrute su comida”.

Luego manifiesta que también aprendió mucho con otros colegas cuando le tocó trabajar en la firma Organización Cacho, con la cual recorrió varias provincias del país en diferentes eventos.

Padre de cuatro hijos -con dos parejas-, Fernando cuenta que en la actualidad trabaja junto a uno de ellos, Bruno. “No sé qué es lo que querrá hacer a futuro, pero mientras tanto estamos trabajando juntos”, comenta con una sonrisa.

Los padres de Fernando, en uno de sus emprendimientos.

Ni en la crisis dejó de servir

Sampó se muestra orgulloso de haber desempeñado el rubro ininterrumpidamente y aunque es cierto, tuvo a su vez que desempeñarse como obrero metalúrgico en plena crisis del 2001. Eso sí, nunca dejó la tarea de mozo.

“Cuando la situación del país estuvo complicada y todo repercutía en lo gastronómico, se trabajaba muy poco. Tenía mis dos primeros hijos que eran chicos así que decidí trabajar en las horas de la mañana en una fábrica. A la noche seguía trabajando de mozo. Desde las 6 hasta las 14 estaba en la fábrica y a las 19 entraba al comedor. Cuando las cosas se acomodaron, volví a la gastronomía únicamente”, describe.