El abusador conoce claramente el estado de indefensión de su víctima, establece un vínculo con su pareja basado en el autoritarismo, la asimetría de poder y el uso de la fuerza sin limitaciones, lo cual va en creciente aumento. Son impulsivos y autoritarios, pero a puerta cerrada, es decir que el resto del entorno no sospecha generalmente de sus impulsos agresivos.

Pueden padecer impulsos violentos no controlables, personalidades psicopáticas o alteración morbosa de la personalidad. En cualquiera de los casos, esto genera en la víctima un estado de indefensión que la paraliza, pudiendo así hacer uso de la violencia hasta a veces llegar a cometer desenlaces trágicos.

El abusador generalmente proviene de hogares donde se ha naturalizado la violencia, es decir que cuando ha sido niño, en la mayoría de los casos, -el 90% según mi experiencia profesional-, el padre ha ejercido violencia sobre su madre, es decir que naturalizó a la violencia como modo de vincularse con la mujer.

En el caso de la persona que es capaz de dar muerte a su pareja seguramente habría ejercido durante tiempos anteriores el uso de la violencia física y psicológica sobre su víctima. Se consideran personas con altos niveles de impulsividad, pasando al acto del hecho violento sin posibilidad de razonar. Sí son conscientes en la mayoría de los casos de la criminalidad del acto que están cometiendo, ya que gozan del amplio uso de sus facultades mentales, salvo que porten algún desorden psiquiátrico que lo coloque en situación de excepción, lo que es menos frecuente.

Debemos preguntarnos cómo convertir esa preocupación en una eficaz manera de ocuparnos en la búsqueda de soluciones, de allí la gran necesidad de ofrecer seguridad y resguardo a la víctima, como así también indicar en el victimario los recursos terapéuticos necesarios para superar sus tendencias violentas.

Lamentablemente, mi experiencia me indica que es muy bajo el porcentaje de casos en donde el agresor solicita ayuda profesional, lo cual disminuye las posibilidades de recuperación. En los casos donde la Justicia ordena al agresor la realización de tratamientos, generalmente los resultados no son satisfactorios, ya que el sujeto no acude al tratamiento de forma voluntaria, presentando escasos deseos genuinos de modificar sus conductas. Es decir, que sus características personales no nos permiten trabajar y disminuir sus componentes violentos con altos porcentajes de éxito.