Todos los martes desde las 15 un grupo de mujeres ingresa por calle Drago, a metros de 9 de Septiembre, a uno de los salones de Cáritas Parroquial de la Iglesia Perpetuo Socorro para asistir a los talleres de costura, bordado y tejido a máquina que dictan voluntarias.

Son mujeres con las más diversas realidades sociales, culturales y religiosas que van al espacio no solo a aprender distintas artes o técnicas sobre telas, sino que se juntan para compartir un momento y estar, como ellas consideran, “con la otra familia”.    

Y es que estas clases se retomaron luego de varios meses, tras el fallecimiento de María Rosa Acosta de Noriega, una de las voluntarias más queridas que oficiaba como docente de costura, cuya muerte a sus 59 años ocurrió en junio de 2021 tras batallar por más de un mes contra el coronavirus.

Así, a modo de rendirle homenaje al legado solidario de la mujer, la comisión de Cáritas Parroquial retomó a los encuentros como forma de no perder aquel vínculo formado y continuar recordando a Rosa, colaboradora incansable de la “Perpetuo”.

Rosa (der.) incansable colaboradora.
Rosa (der.) incansable colaboradora.

Un espacio de integración

María Eugenia Giletta es presidenta de Cáritas Parroquial y, junto a la comisión directiva, una de las impulsoras por el regreso de los talleres a los que asistía Rosa, pero también tiene la idea de sumar nuevas propuestas.

De todos modos, recuerda con una sonrisa la gran personalidad solidaria de Rosa: “Ella era una autodidacta en la costura y se había ofrecido a enseñar, tenía un don en sus manos porque hacía unos bolsos fantásticos, sabía cómo aprovechar las telas. Fue muy carismática en este espacio porque integró y trajo a mucha gente que iba invitando. Así ocurrió la magia de la integración, desde mujeres que sufrían problemas de maltrato, adicciones, hasta personas que estaban bien económicamente. Todas ellas se unieron para aprender, enseñar y pasar un buen momento. Y Rosa siempre estaba aglutinando las ganas de todas”.

Según Giletta, la pandemia las golpeó y les llevó a Rosa, pero no quisieron dejar vacío ese lugar que ella impulsó y quería tanto. “Comenzamos nuevamente, se sumaron voluntarias y este es un espacio que perdurará en el tiempo. Siempre se trató que sea un taller de buenos tratos, para aprender pero también para pasar dos horas con una charla agradable y ayudándonos entre todas”, asegura.

En este sentido, admite que si bien cuando ingresan al lugar se encomiendan a la protección de la Virgen María, hay cosas de las que no se hablan, como de religión, de partidismos políticos ni de dónde se viene: “El lugar no está restringido a mujeres de barrio Sarmiento o La Milka, si hay alguien de otro sector que quiera venir las puertas están abiertas, aquí se viene a continuar el legado de Rosa, de compartir, aprender y ayudarnos entre todas”, destaca.

El grupo de mujeres bordadoras.
El grupo de mujeres bordadoras.

Una alumna que se volvió docente

Mirta Mendoza vive en barrio Acapulco y se cruza casi todo el largo del camino interprovincial para asistir al taller de bordado, en el que hoy es la docente a cargo, aunque recuerda que fue Rosa la que le insistió en asistir.

“Hará más o menos unos cinco años que empecé y fue por Rosa-admite Mirta-, ella me insistió a que venga. Estaba pasando por una situación complicada de salud. Ella sabía que yo enseñaba bordado, empezó a hablarme y me di cuenta que había muchas mujeres que necesitaban como yo de alguien como Rosa que te escuche. Y me encontré con un hermoso grupo”.  

Y agrega: “A enseñar empecé hará tres años, también enseño en mi casa como una forma de ganarme la vida con el bordado. Acá se formó un grupito hermoso, cualquiera que tenga un problemita enseguida nos ayudamos entre todas. Esto es una gran actividad porque las hace salir de muchas obligaciones, de sus problemas. Además, lo que ellas producen después lo pueden vender por su cuenta o en las ferias de las que participamos”.

Mirta subraya sobre el grupo que son “una familia”, que algunas asisten desde hace más tiempo y otras comenzaron por distintos problemas. “La verdad que harían falta más horas o un día más para avanzar un poquito más, pero nos vamos mensajeando. Estoy orgullosa con el grupo”, concluye.

“Una terapia”

Patricia es de barrio San Francisco, se muestra orgullosa de todo lo que aprendió en el taller al que considera muy necesario para su vida. “Para mí es una terapia, estaba muy deprimida cuando llegué. La ‘seño’ me banca en todo y he aprendido un montón. No veo la hora que llegue el martes para estar acá”, remarca.

La mujer trabaja en casas de familias y como ayudante en una rotisería; y aunque profesa otra religión, es una más del grupo y participará por primera vez con sus creaciones en una Feria de Mujeres Emprendedoras.

“Cuando termino de trabajar, ya sea de noche o en algún tiempito, me pongo y adelanto trabajos. Estaba pasando por cosas jodidas y esto me ayuda a no pensar en tantos problemas”, admite.

Por último, María Eugenia cuenta que hay nuevos proyectos para sumar al espacio de Cáritas Parroquial como un taller de realización de velas, de nutrición y sobre plantas para ornamentación.

El legado solidario de Rosa Acosta continúa en la Perpetuo Socorro

El recuerdo de Rosa en el corazón de Gabriel Ghione

Durante muchos años, el sacerdote Gabriel Ghione fue párroco de la Iglesia Perpetuo Socorro y compartió con Rosa Acosta gratos momentos que aún lleva guardados en su corazón.

“Fue una persona muy importante en la Perpetuo Socorro y en Cáritas porque ella era una mujer muy emprendedora, muy luchadora. Era una mujer que siempre me decía que la Perpetuo era como su segunda casa”, cuenta el sacerdote, hoy a cargo de las parroquias San Isidro Labrador de Porteña y Nuestra Señora del Rosario de Freyre.

Luego, añade: “Era una persona que realmente se había aquerenciado del lugar, que lo sentía como propio y cuando empezábamos con los talleres siempre venía con una nueva idea, con una propuesta de algo que había visto o investigado. Era muy valiosa por todo lo que hacía y aportaba para la Parroquia”.