Se conmemora este miércoles 2 de noviembre el Día de los Fieles Difuntos, también conocido como el Día de los Muertos o simplemente el Día de los Difuntos.

En San Francisco y nuestra región, el culto que se generó en esta celebración cristiana desde la llegada de los inmigrantes es muy fuerte, y si bien en la actualidad no tiene las mismas características que hasta hace 60 o 70 años atrás, sigue siendo un día donde los que pueden se acercan a dejar una ofrenda o una oración a los seres queridos que ya no están presentes físicamente.

Se trata de una fecha fuerte desde la llegada de los inmigrantes porque no era esta una zona de asentamientos aborígenes muy marcados o importantes que podrían haber influido de alguna manera en la concepción de la vida y la muerte, como sucedió por ejemplo, en México, o en el norte argentino.

El Día de los Fieles Difuntos era hasta no hace muchos años, un día de una actividad social intensa, un motivo para el encuentro de familiares, vecinos y conocidos que concurrían masivamente al cementerio y pasaban allí prácticamente todo el día.

Daniel J. Imfeld, del Centro de Estudios e Investigaciones Históricas de Rafaela, en su libro “Piamonteses En el Oeste Santafesino – Sus aportes en la construcción de una identidad Regional” (Rafaela, abril de 1999), hace referencia a este tema brindando un breve detalle de las actividades que se realizaban para esta celebración.

Sostienen en sus páginas que “la muerte de por sí asumió en todos una dimensión trágica, pero ante lo inevitable, el fuerte sentido de familia se reforzaba una vez más. La familia no podía perder su unidad, incluso debía conservarla más allá de la finitud de la existencia terrena, de ahí la importancia de contar con una morada propia para el descanso eterno de sus miembros”.

“En los cementerios de la zona, de las modestas tumbas de los comienzos, por los años veinte y treinta se pasó a la construcción de panteones familiares. Sus cúpulas y remates, resueltos con los elementos estilísticos más variados, asomaban por sobre los chatos muros que encerraban a los camposantos y exteriorizaban con su impotencia la condición social de sus propietarios”, remarca el libro.

El Día de los Fieles Difuntos tiene lugar el día 2 de noviembre, y su objetivo es orar por aquellos fieles que han acabado su vida terrena y que se encuentran aún en estado de purificación en el Purgatorio.

La familia viva, en ocasiones como el 1° y 2° de noviembre (festividad de todos los Santos y recordación de los fieles difuntos) se congregaba allí junto a sus muertos. En esos días se abrían las puertas del panteón, se lo llenaba de flores, y grandes y chicos se reunían aguardando el encuentro con parientes, vecinos y amigos. La piadosa recordación devenía entonces en un acto social más: las mujeres se ponían al tanto de las últimas novedades, los hombres hablaban, indefectiblemente del campo y los chicos corrían entre las tumbas y acudían ante el infaltable vendedor de helados que había estacionado su carro junto a la puerta del cementerio.

Las formas exteriores que imponía el duelo como manifestación de dolor por la muerte de un familiar respondían a un código que debía ser rigurosamente observado, con estrictas convenciones para la vestimenta y también con prescripciones que alcanzaban la vida de relación, lo que venía a completar el concepto de socialización de la muerte, al que adherían firmemente las familias piamontesas.

Cómo era en San Francisco

En San Francisco, la cosa no era muy distinta. Algo para destacar es que a mediados de 1900 había una especie de servicio de transporte improvisado que llevaba a las personas hacia camposanto. Eran camiones que en la parte de atrás llevaban unos bancos y una escalera de madera de unos pocos escalones (como las que sigue habiendo en el cementerio local), que efectuaban un determinado recorrido y “levantaban” a la gente que esperaba en las esquinas con los ramos de flores en la mano. Pagaban lo que sería el pasaje, y eran llevados a visitar a sus muertos. El servicio incluía también el viaje de vuelta.

Recorte periodístico invitando a la jornada. (Fuente: Archivo Gráfico y Museo Histórico)

Una vez que se reunían todos en el cementerio, las actividades tenían mucho de social, tal como lo dice el relato de Imfeld. En San Francisco se instalaban para este día una seguidilla de puestos donde se vendían flores, comidas y bebidas, y varias cosas más. Los visitantes rezaban ante la tumba de familiares, amigos, vecinos y conocidos, y compartían el día con los demás, comiendo en el lugar al mediodía y pasando allí la tarde.

Para los que vivían en el campo, sobre todo antes de los años 50, ésta era la única oportunidad de comer helado, algo que también coincide con el libro editado en Rafaela por Imfeld.

“Para muchos era la única vez que podíamos comer helado, porque después trabajábamos en el campo todo el año. Me acuerdo que sólo había de chocolate y dulce de leche, y lo mantenían frío con barras de hielo”, supo contar Lucía a El Periódico, quien vivió gran parte de su vida en la zona rural de Saturnino María Laspiur.

Fuentes

-Archivo Gráfico y Museo Histórico de San Francisco y la Región. Las imágenes que ilustran la nota corresponden a sepelios realizados en San Francisco, donde se pueden ver, entre otras cosas, los carruajes utilizados.

-Daniel J. Imfeld, Centro de Estudios e Investigaciones Históricas de Rafaela, “Piamonteses En el Oeste Santafesino – Sus aportes en la construcción de una identidad Regional”, (Rafaela, abril de 1999).