Desde que se decretó el 20 de marzo pasado el aislamiento social, preventivo y obligatorio para contener la propagación del Covid-19, Francisco Citta comenzó a ver con frecuencia un almanaque que tiene en su casa. Es que de un día para el otro debió abandonar sus clases en el Conservatorio donde aprende percusión y ni siquiera pudo retomar el Taller de Danzas Folclóricas y de batería. En ese tachar los días que faltan para que todo vuelva a la normalidad estaba el deseo de recuperar su rutina, su vida normal.

Francisco tiene 19 años, sufre hidrocefalia congénita de nacimiento -tiene una válvula en su cabeza-, lo que le provoca un retraso cognitivo. Además, a los 8 años le diagnosticaron Trastornos del Espectro Autista (TEA) y dos años después Síndrome de Asperger.

Ahí radica su deseo por volver a una vida normal, esa que tenía antes de una cuarentena que parece de nunca acabar.

“Esto me tiene re mal, quiero que se ponga de una vez una fecha definitiva para volver a mis rutinas diarias”, le cuenta a El Periódico, con su barbijo puesto y su inocencia a flor de piel. A su lado está su madre, Silvia Ruiz (46).

El adolescente sabe que el virus “se originó en China” y es “peligroso”, aunque su mamá aclara que trata de que no consuma demasiada información sobre la situación para que no siga aumentando su ansiedad.

Francisco junto a Silvia, su mamá.

Por lo pronto, desde este fin de semana pudo volver a caminar por la calle tras la ampliación del listado de sectores exceptuados de la cuarentena obligatoria que lo incluye, algo que lo despeja, aunque sean pocas las cuadras que puede recorrer. “Extraño las salidas largas”, remarca.

Romper la rutina

La llegada de la cuarentena fue haciendo mella en Francisco con el correr de los días. Según explicó Silvia, su cerebro funciona completamente en base a rutinas. Así terminó el colegio secundario y en la actualidad sigue adelante formándose en música.

“La primera semana fue rara para todos, tomando conciencia de quedarse adentro. Francisco hace muchas preguntas y no alcanza a entender la dimensión de semejante pandemia. Dejo que mire poca tele porque sino queda muy embarullado”, definió la mujer que además tiene una hija de 13 años, Catalina.

El acostumbramiento no fue fácil, encima comenzaron a llegar las tareas escolares de “Cata” y luego las del Conservatorio para “Fran”.

“En el secundario Francisco siempre se manejó con docentes de apoyo en integración que ya no tiene y yo me puse en ese rol para orientarlo con la tecnología porque él estaba más acostumbrado al lápiz y al papel”, contó Ruiz.

Francisco es muy activo, se levantaba en un día normal a las 8.30, desayunaba, acomodaba sus cosas para las actividades que eran básicamente a la tarde, se bañaba y luego de almorzar ponía primera y hasta la noche no paraba. Pero en casa, y en medio de la pandemia, las jornadas se vuelven iguales y sólo se distingue el día de la noche.

“Empezó a tener problemas de sueño, ya no había horarios. Yo me levantaba un poco más tarde para que el día sea más corto, almorzábamos más tarde, pero él merienda a las 4 pase lo que pase y por más que haya comido hace un rato”, narró la mujer que es instructora de Pilates.

Esto la llevó a cambiar de actitud y retomar la rutina, aunque puertas adentro, porque notaba que su hijo dormía de más y encima se angustiaba.

“Pasamos a una etapa de mayor ansiedad porque era salir de la pieza e ir a mirar el almanaque 20 veces en el día. Eso lo debimos frenar”, afirmó.

Terapia virtual y necesaria

Silvia debió buscar ayuda en la terapia, en este caso virtual y por video llamada con la terapeuta de su hijo desde los 13 años, al estar decretado el aislamiento social.

“Mi hijo ya es un adulto, siempre he trabajado para que tome sus decisiones y no puedo decirle ‘hacé esto y aquello’. Tampoco era la intención llenarlo de actividades. Entonces su psicóloga le armó una rutina y todas las tardecitas se reportaba con ella para contarle lo hecho”. Enseguida –reveló- se advirtieron mejoras en la conducta de Francisco.

Volver a salir, aunque sea un rato

El viernes por la noche, el presidente Alberto Fernández amplió el listado de sectores exceptuados de la cuarentena obligatoria, donde incluyó algunas actividades y también a las personas con discapacidad y aquellas comprendidas en el colectivo de trastorno del espectro autista", que junto con un familiar pueden realizar breves salidas en la cercanía de su residencia.

Sin dudas, la decisión fue de ayuda para varias familias: “A nosotros nos ayudó mucho. Pero voy viendo, si tuvo un buen día ocupado con tareas y llegó a la tarde bien y tiramos hasta la noche trato de no sacarlo. Pero si me lo pide, sí salimos unas cuatro o cinco cuadras, con el DNI y el certificado de discapacidad. Tiene que valer la pena la salida”, aclaró priorizando la salud ante todo.

Más allá de lo que ocurre dentro de su casa, Ruiz se mostró preocupada por cómo puede repercutir la pandemia del coronavirus en el país: “Me preocupa la economía, el país, cómo vamos a volver a reinsertarnos, cuándo va a terminar esto. Trato de mirar poca tele, elegir lo que miro y escucho y hacer un buen uso de las redes sociales”, expresó.

Pero, pese a este escenario incierto, la mujer, que enviudó en 2010, se aferra al funcionamiento de su familia, al amor que se tiene con sus hijos y también a la paciencia: “Una además de ser madre y padre es un ser humano. Hago video llamadas con amigas, tengo novio pero cada uno está su casa; fue un cambio para todos y se lleva con amor ante todo y mucha paciencia. Somos una familia que funciona bien, nunca tuvimos grandes problemas y nada se exacerbó en esta época”, concluyó.