El sonido metálico de las herramientas y el hierro ya no son constantes en el taller de Héctor Garay (70), aunque de vez cuando vuelven. Es un herrero a la vieja usanza, como se suele decir en los casos donde no se renuncia a las técnicas tradicionales. Si bien desde 2013 su taller no trabaja al ritmo frenético con el que se mantuvo durante años, todavía despunta el vicio y le da calor a la fragua.

Héctor tiene en su haber una infinidad de trabajos en puertas, rejas, escaleras y lámparas de hierro forjado. Su curiosidad nació a los 13 años, cuando observaba en sus momentos libres a un catalán trabajando el hierro en la localidad de Santo Domingo, partido de Maipú, en Buenos Aires.

Todo lo observado de niño y aprendido era conservado por Héctor en su acervo cultural, y recién en 1992 lo dejó salir: “Yo soy técnico mecánico y trabajé 24 años en la industria. En 1992 me despidieron de Corradi y comencé con la herrería, algo que lo tenía guardado porque desde los 13 años hago forjado”, cuenta.

Garay recuerda que uno de sus trabajos más notables fue un portón ubicado en una casa de calle Castelli: “Fue el que más tiempo me llevó, fueron 800 horas de trabajo”, afirma.

“Una soldadura en una reja artesanal es un agravio”

Técnicas tradicionales

Garay jura que el hierro o el metal no tienen secretos, claro que hay que saber trabajarlos. A medida que habla de sus trabajos menciona el término “la terminación justa” y expresa que nada en sus trabajos se pone al azar: “Yo hago una pieza chiquita, una virola, que la hago con un material que llevan las ventanas porque no se venden. Es un arito que debe pesar 30 gramos y que se justifica usarlo porque hace a la terminación justa. Lo mismo un remache de cabeza piramidal, si lo pongo es porque hace a la terminación justa”.

Héctor afirmó que “una soldadura en una reja artesanal es un agravio” porque “el barrote debe atravesar limpio la planchuela y debe tener sus accesorios para tornarlos decorativos”. Reniega de quienes no respetan los manuales.

Cuando habla de la técnica recuerda a sus inspiradores de niño pero también de adulto. Aclara que el herrero “es una raza que no se renueva” y que “la poca paga y la falta de reconocimiento fue matando el oficio”. Luego remarca: “Una cosa es hacer una puerta para que no se vaya el perro y otra es hacer una puerta para una casa que va a trascender los siglos”.

“Una soldadura en una reja artesanal es un agravio”

Garay sostiene que siente pena al ver en chacaritas puertas de hierro que se venden “por dos pesos” porque quienes las hicieron dispensaron mucho tiempo y respeto sobre ellas. De eso conoce: del esfuerzo y la paciencia para poder lograr un trabajo delicado y notable que logre trascender los siglos, como dijo al inicio de la nota.

Hoy la herrería en su vida pasó a segundo plano y dedica su tiempo a otras cosas de la casa, por ejemplo la jardinería. Pero el taller lo tiene a dos pasos de su living y es un llamador constante: “Hago trabajos chicos y tengo unas puertas pesadas que terminar para mi casa desde hace un tiempo”, dice entre risas quizás pensando en el popular dicho que hace referencia a su oficio.

Y sí, en casa de herrero cuchillo de palo.