El cine argentino es lo suficientemente sólido y diverso como para estar presente en Cannes todos los años. Si el festival requiere un cineasta idiosincrásico y radical, tiene a Lisandro Alonso, Adrián Caetano y Lucrecia Martel, e incluso a varios más. Si necesita una veta cinematográfica con fuerte vocación narrativa, incluso de género, puede reclutar películas como Relatos salvajes o Elefante blanco. A esta última línea de cine más industrial y no por ello menos de autor pertenece La Cordillera, el tercer largometraje de Santiago Mitre, que tiene a Ricardo Darín como protagonista en el rol de presidente, y que ayer tuvo su función debut en Cannes.

La cordillera es claramente el mejor representante que ha dado ese modo de concepción de cine.

La función de gala empezó como siempre con algunas palabras de Thierry Frémaux, el director artístico del festival. Mencionó que este año había películas mejicanas y argentinas en las dos selecciones oficiales, y también habló un poco sobre Ventana Sur, el mercado que se organiza todos los años en el país y que es una coproducción entre el Incaa y el festival de Cannes.

Apenas nombró a Ricardo Darín, el público empezó a aplaudir, pero Frémaux pidió un poco de paciencia porque primero tenía que presentar a todos los miembros del equipo, entre ellos a Érica Rivas, Dolores Fonzi, Esteban Bigliardi y Mitre. 

Cuando abrieron el micrófono, el único que habló fue Mitre, quien destacó su alegría de participar con su película en la sección Una Cierta Mirada y siguió luego con el protocolo, agradeciendo al festival y su director, como también a todo su equipo y en especial a Ricardo Darín, al que consideró “un gran compañero de trabajo”.

Con menos de 24 horas en Cannes, Darín hizo un gesto de reconocimiento y la presentación culminó con un cerrado aplauso, que se repitió al finalizar la función. 

Un filme ambicioso

La cordillera es la película más ambiciosa del director. Tiene elenco internacional, las locaciones son variadas y costosas, apuesta a un relato con derivas narrativas secundarias e inesperadas y es políticamente precisa cuando se lo propone. 

A Santiago Mitre (director de El Estudiante y La Patota) siempre le ha interesado filmar el poder y es aquí cuando más a fondo llega a retratarlo. El rostro del poder lo conocemos, pero acá se lo ve desnudo. 

El filme transcurre en una Cumbre latinoamericana que tiene lugar en Chile. Los presidentes y sus asesores tienen que tomar una decisión regional en materia energética. El mandatario mejicano apuesta fuerte a un sentido ampliado del concepto de América; su colega brasileño prioriza la alianza estratégica del sur fundamentando su posición en un matiz: los países hermanos y vecinos no son lo mismo. 

Sin duda se trata de una puja de intereses compleja, y el presidente argentino (el rol reservado para Darín) es quizás él que deberá tomar la decisión que incline todo hacia un camino u otro. En vísperas del evento, además, el esposo de la hija del presidente es sospechado de corrupción y ya durante la Cumbre su hija tendrá una crisis psicológica aguda.

La cordillera tiene grandes escenas. Mitre introduce un rarísimo pasaje de hipnotismo, en el que queda claro que su preocupación por la eficiencia narrativa no prescinde de hallar formas cinematográficas. Los fundidos, los lentes usados para distorsionar la percepción de la paciente y el trabajo sonoro remiten directamente a la tradición del mejor Hitchcock. En otra muy buena escena, presidente e hija mantienen un diálogo incisivo e íntimo que recuerda la precisión discursiva del inicio de La patota.