El péndulo mediático se agita con frenesí en la mente de cada sudamericano. Un desconcierto de ideas que giran en torno a estructuras opacas, dañinas y poscoloniales le ponen una daga en su cuello. Se da cuenta, ve la hoja brillar por el rabillo del ojo, a punto de cortar su garganta de un solo tajo. Asimismo, no puede más que sonreírle o pedir a ese acero que termine con su vida repleta de contradicciones ideológicas. Las ambigüedades del habitante del cono sur, el argentino por excelencia, tiene raíces en las mismas banderas que agitó, guardó y volvió a desempolvar con esperanza una y otra vez. Cuando un humano es incapaz de sorprenderse del impacto que significa sostener su patria, su barrio, sus convicciones. Déjeme decirle que ha desaparecido. Lo terrible es que lo sabe, es consciente de su desaparición como sujeto activo y elige entre el silencio cómplice. Refugiado en la miel del poder adquisitivo cortoplacista o la radicalización de sus posturas, generalmente en el uso de reproducciones sociales obtenidas en su malformación. Tratando de crear un Ser de otro continente para apropiarse de este. Entonces este impacto de crecer para ser lo que no se puede, practicar para ser pez en el desierto. Penetra en las organizaciones de su tierra.

 La tierra se mete en todos lados dicen. El marco teórico con el cual fuimos configurados también lo hace. Nos hace odiar, ignorar. Nos hace miserables. Capaz de pensar que mi provincia es una “republiqueta” llamada a defenderse con un corte. Pensando tal situación como una actitud autónoma, progresista o federal, aunque corrompiéndose. Utilizando la patente de un partido de masas para conservar el feudo que mantengo, endeudo y empobrezco desde hace veinte años. Un loteo de doctrinas maleables en función de intereses personales. Y en esta hoja que se ve reluciente en las gargantas pasan alianzas retorcidas, venta de cuerpo y almas por cargos, reparto de dádivas a plena vista de todos. Una búsqueda desesperada por ocupar un lugar de poder gastado y sustentado en el palo de un uniformado supuestamente contratado para cuidarnos de nosotros mismos. Y aplaudimos la decisión de cuidarnos de nosotros mismos designando personas en la misma crisis en la que estamos inmersos, con la simpática diferencia de otorgarle permisos delirantes, un arma y el aplauso del Monarca por acertar el balazo al color de piel que corresponde. En estos pagos el aliento vale por título, cargo o influencia de las Instituciones degradadas que se encargan de seguir poniendo en contrapunto permanente a cada uno de nosotros.

De repente pasamos años discutiendo a quien había que matar, a quienes había que prohibirle comprar un celular grandote a cambio de fideos. En un instante pasamos a creer en una superioridad. A ponernos privilegios. Hacernos eco de una raza intelectual superior llamada a cambiar de un plumazo lo que nunca cambiará porque significaría quitarse los títulos nobiliarios heredados o comprados con sangre. Latifundios, una burguesía agraria e industrial dominante Y carente de responsabilidad social. Enajenada de toda pizca de conciencia social. De repente vuelven los que ya han vuelto varias veces y están los que nunca dejaron de estar dominando los hilos económicos, políticos o circunstancialmente ambos. De repente empezamos a denostar la ciencia política como algo inapropiado. Repitiendo consignas con los ojos desencajados… afirmando que existen humanos sin dimensión organizativa, por lo tanto, no son políticos. Una suerte de repudio a la organización en busca de orden. En esos vaivenes caminamos semiconscientes buscando el lugar que no supimos crear, esperando al mesías que suele aparecer en la TV.

Acá nos leemos entonces. Buscando una cara fascistoide del siglo XX para comenzar la campaña o creando un estribillo con el cual salgo a la calle. con optimismo anfetamínico. Diciendo a viva voz: “No hago política, aunque a esos negros, blancos o quien piense diferente hay que matarlos a todos”. Porque de lo contrario vuelven y me veo reflejado en ellos y eso me aterra. O capaz, capaz pienso que piensan con más ganas que yo. Existe un camino del medio. Usar una marca para ganar poder y luego lanzar una frase icónica que refleja la putrefacción cultural cordobesa. “Vote a quien quiera, pero por favor, conserve mis privilegios y elija a mis amigos”. Léase: sea libre otorgándome más poder a cambio de traicionarse a usted mismo en sus decisiones. Así todo, así cada acto protagónico y de reparto. Así dicen ser serios quienes no dicen buen día cuando la situación no les favorece. Así piden ser Finlandia los sudamericanos.

Profesor Emiliano Buffa