Un nadador, una vez dentro de la piscina, compite contra sí mismo, con la marca que llega a una determinada carrera y que desea bajar. Con la marca mínima para acceder a una semifinal o una final desde la clasificación. Y además del tiempo, con los otros que son igual que él y que quieren lo mismo que él, en los restantes siete andariveles.

El Nido de Agua brilla. Es uno de los estadios más bellos que ha visto el olimpismo a los largo de su historia. En Pekín 2008, ese lugar, la pileta de 50 metros de ese lugar, trascendería con un Michael Phelps y el récord histórico de ocho oros en un solo JJOO. Es el turno de la tercera manga clasificatoria de los 200 metros mariposa masculinos y el sanfrancisqueño Andrés González se sumerge en el agua luego de la señal. 02m00seg36 centésimas después toca la pared, se da vuelta esperando que el número se ponga en el tablero, ve años y años de doble turno mezclados con la escuela secundaria. Ve diez años seguidos respirando cloro, se saca las antiparras y sabe que no va pasar a semis, pero sabe que ha logrado bajar su propia marca personal.

Hoy, 8 años después de aquel  11 de agosto de 2008 donde González cumplió su sueño, su meta de ser olímpico, el “Negro” vive, trabaja y estudia en Córdoba y recuerda aquel día con el orgullo de haber dejado todo en la pileta. Le dice a El Periódico que aquella mañana hizo todo lo posible para meterse en las semis, incluso pudo bajar la marca personal con la que llegaba a los juegos, pero que los que tuvo al lado fueron mejores. Lo tranquiliza, hoy a la distancia, el haberse superado, para nada lo intranquiliza haber sido superado.

El camino a China

González cuenta que comenzó a dedicarse más seriamente a la natación cuando tenía 9 años y nadaba en la Escuela de Natación del Sport Automóvil Club. Pero que el sueño de estar en un Juego Olímpico se fue construyendo con el correr de su carrera. Mientras se iba haciendo nadador. Transcurrió toda su educación media, mientras asistía al secundario en el colegio Hermanos Maristas, levantándose a las 5 para meterse a la pileta donde nadaba por dos horas cuando llegaba el momento de salir del agua, ponerse el uniforme e ir a la escuela. Almorzaba y volvía al Sport para la sesión vespertina. Así, durante cinco años casi todo el año, hasta que terminó la escuela a los 17.

Con un futuro promisorio que se notaba desde infantiles y juveniles, siguió su preparación profesional en Córdoba. Allí entrenaría por primera vez sin las órdenes del entrenador de toda la vida, Aníbal Gaviglio. Y allí, con González ya nadando dentro de los mayores, las sesiones se pondrían más intensas y se le agregarían horas y horas en el gimnasio. El “negro” se podía (porque quería) dedicar plenamente a nadar.

Ese trabajo duro, esa dedicación, esa fortaleza mental para no aflojar entre brazada y brazada le permitiría alcanzar la marca mínima en San Marino y poder decir con la boca llena de alegría que era olímpico.

El camino a Londres

González nadó en Pekín 2008 cuando tenía 19 años, por eso Londres 2012 fueron el objetivo instantáneo al salir de Nido de Agua. Pero explica que a diferencia del camino a Pekín, el que tomó hacia Londres fue más sinuoso. Ahí, cuenta, nunca pudo recuperar el nivel que había sabido demostrar, sin buenas presentaciones en el Panamericano de 2011 y en los mundiales durante el período de olimpiada. No conseguiría la marca mínima necesaria y Londres quedaría más lejos de lo que el nadador pensaba.

Siente orgullo. Sigue sintiéndolo. Haber defendió al país, haberse superado, haber sido parte de la delegación que ingresó al estadio olímpico en China. Andrés podrá decir que no tembló el día que todos los ojos de la natación lo miraron nadar. Siempre tendrá Pekín 2008.

Un saco y un pin

El día que realmente Andrés se dio cuenta que quería estar en un Juego Olímpico fue el día del velorio de Pascual, su abuelo. Pascual, ciclista, había trazado amistad con Ambrosio Aimar. El primer local olímpico (Londres ´48) asistió al velorio de su amigo vestido con todos los honores: un saco azul oscuro y en el ojal izquierdo un pin del Comité Olímpico Argentino, con el escudo del organismo en el centro y los cinco anillos olímpicos, sobre el mismo. Ese pin, esa muestra de haber sido olímpico alguna vez, fue el detalle que Andrés dice que lo sacudió y le dio ganas de ir a buscar un nuevo sueño. Andrés conseguiría dos años después de aquel triste hecho, el  mismo prendedor que Ambrosio.

8 años después

El día jueves se cumplieron 8 años de la última presencia de un deportista de la ciudad en un Juego Olímpico (sólo han logrado eso cinco personas). Dos días antes a ese 11 de agosto pero de 2016, Andrés recordó a su manera aquella presencia minutos antes de que se dispute la prueba de 200 metros mariposa, prueba en la que González había competido aquella vez. 

Olímpicos de acá: Andrés González