Dark web... Un término rodeado de un innegable halo de misterio del que se habla mucho, pero del que no siempre se sabe demasiado. Para poder entender bien este concepto y la reputación que lleva aparejado, es necesario explicar varios de sus fenómenos asociados.

Comencemos con lo conocido, la parte de la red a la que accedemos todos los días, el internet de superficie (normalmente referido como Clearnet o Surface Web). Se trata de la parte de internet que utilizamos normalmente, donde operan los navegadores que a todos nos suenan y las plataformas digitales de uso más extendido. Este entorno se caracteriza, entre otras cosas, por facilitar el rastreo de los usuarios a través de sus direcciones IP. A muchos les sorprenderá saber que, a pesar de lo grande que parezca, la Surface Web ocupa solo entre el 5% y el 20% de la totalidad de la red. ¿Increíble no?

El protocolo más extendido de internet define 3000 millones de direcciones públicas (que pueden accederse a través de internet) y según los grandes registradores de nombres existen unos 400 millones de nombres de dominio registrados. Los buscadores solo nos van a ofrecer resultados de esos dominios, por lo que el resto de las direcciones, más otras direcciones que se acceden con otros protocolos, no están accesibles a través de los buscadores para el común de los usuarios.

Pero entonces, ¿qué pasa con ese 80 a 90% restante? Bienvenidos a la Deep Web. Muchos utilizan la analogía de un iceberg para explicar esta situación. La World Wide Web, la parte de la web que podemos ver en los buscadores y a la que podemos acceder fácilmente, sería solo la punta del bloque de hielo. Todo lo que queda sumergido, el grueso de la estructura, sería la Deep Web.

Esta «Red Profunda» ofrece contenido que no puede encontrarse o que no tiene acceso directo a través de los buscadores normales. No tiene por qué albergar contenido o servicios ilegales necesariamente, muchas veces se trata simplemente de páginas web privadas, muros de pago o archivos a los que solo se puede acceder a través de un enlace directo, ya que se trata de lugares diseñados para mantener esa exclusividad de uso.

Una parte de esa Deep Web la forma la famosa Dark Web. Este fragmento de la red cuenta con contenido intencionalmente oculto (por medio de la utilización de direcciones IP enmascaradas), al que se puede acceder únicamente a través de las llamadas Dark Nets, que son sistemas de encriptación del estilo de Tor, I2P, Freenet o DN42 —por mencionar solo algunas— o mediante VPN específicas que comparten los usuarios, que sirven para proporcionar un anonimato a los usuarios de esta parte de la red. De esta manera, el término Dark Web no es más que un concepto que engloba la totalidad de esas Dark Nets. Aquí sí que operan motores de búsqueda no indexados, y se trata de un ecosistema en el que prolifera la actividad ilegal y alegal a gran escala.

Sin embargo, esto no quiere decir que todo lo que ocurre en la Dark Web sea de naturaleza perversa o perniciosa. Existen multitud de plataformas en este entorno con contenido constructivo, y es un refugio necesario para un gran número de activistas perseguidos por países sujetos a regímenes totalitarios opresores en los que no se respetan derechos fundamentales como la libertad de expresión.

En última instancia, como en todo, el uso edificante o fraudulento de este tipo de tecnología depende de cada usuario particular. La Dark Web es un lugar en el que tanto pueden operar organizaciones criminales como auténticos defensores de la libertad. Como podemos ver, no hay nada blanco ni negro, aun cuando algo lleva un nombre tan oscuro como este.