La propietaria de la vivienda donde el pasado viernes personal de la Fuerza Policial Antinarcotráfico realizó un operativo en el cual un hombre resultó detenido, cuestionó el accionar de los efectivos policiales al señalar que amenazaron con armas tanto a ella como a sus tres hijos menores de edad y que destrozaron la vivienda. "Fue un calvario en el que mis hijos y yo nos encontramos totalmente desprotegidos", resumió Fernanda López, a través de un escrito en el que dio su versión del procedimiento.

En el operativo, la FPA informó que detuvo a un hombre de 39 años y se secuestraron "varias dosis de marihuana", en una cantidad sin precisar. El hombre, identificado como Pablo Daniele, es el ex esposo de la mujer que vive en la vivienda allanada con los tres hijos del matrimonio. Daniele se encontraba en ese lugar, aunque no es su domicilio actual.

Además, hubo otro allanamiento en una vivienda en calle Salta al 900, donde reside el detenido

A través de un escrito, López hizo un relato pormenorizado de su versión de los hechos y cuestionó duramente la tarea de los uniformados como también la del fiscal del caso, Bernardo Alberione. La causa investiga la presunta venta de estupefacientes por parte del hombre detenido.

López explicó que tanto ella como sus hijos fueron apuntados con armas, que fueron maltratados por el personal policial, que exhibieron la orden de allanamiento una hora después del procedimiento y que dejaron la vivienda totalmente revuelta.   

A continuación, se transcribe el relato completo de López.

"El viernes 7 de agosto, un día nada particular, me encontraba en casa con mis tres hijos haciendo la tares mientras Pablo, mi ex marido y padre de mis hijos entraba, habiendo atendido a un vecino; cuando de repente se siente un golpe ensordecedor, la puerta se abre en el estruendo y sin dar tiempo a pensar entran a MI CASA más de quince enmascarados, a los gritos, todos con armas largas y de grueso calibre, con luces (eran las 16 horas de un día muy soleado) lo tiran al suelo a Pablo, violentamente, y le apuntan a la cabeza a diez centímetros, lo pisa uno de los sujetos, lo reducen entre tres, mientras nuestros hijos miraban temblando y atónitos esta escena que parecía de una película.

Otro grupo nos apuntaban a mis hijos y a mí con sus armas que iban de uno a otro, constantemente y ante el susto y el terror de los niños, no dejaban de gritar que se quedaran quietos, que no nos moviéramos; una escena de lo que he escuchado a mi madre contar de la dictadura, cuando secuestraron a mi tío y dos de sus amigos en esta ciudad, en 1975, los que permanecen desaparecidos.

Cuando logro entender lo que estaba pasando por que ellos siempre gritando y vociferando dicen que era un operativo, también les grito pidiendo la orden judicial, y diciéndoles que no pueden hacer en mi casa, con mi puerta, que no pueden invadir así mi intimidad, mi vida, que dejen tranquilo a los niños, a los que continuaban apuntando. Tuve terror de que a uno de esos asesinos y asesinas se les escapara un tiro. Pero no tienen orden de allanamiento, no tienen nada de nada…..vuelvo a gritar y exigir una orden que no aparece y que dicen que más tarde van a tener mientras tanto debemos obedecerlos porque ellos mandan , son más, armados, fuertes frente a mí y mis tres indefensos hijos. Candela, de trece años, Ignacio de de once y Emilia de ocho.

Pasa una hora aproximadamente y traen la orden donde decía que iban a allanar mi casa, revisar mis cosas, desarmar mi placard; pero no tenían orden de intimidarme, ni de amenazarme, de secuestrarme por mas de cuatro horas a mi ni de amenazar a mis hijos, ni detenerlos hasta la llegada de mi madre, su abuela a la que no quisieron entregarle los chicos, sino hasta que se les antojó.

Ignacio, quien padece de una discapacidad leve, salió corriendo, (él tiene esos impulsos que no puede controlar) diciendo que iba por “ayuda”, pero lo siguieron y ante el susto del niño, al que ningún vecino le abrió la puerta, (habían pasado los asesinos casa por casa advirtiéndoles que nosotros eramos peligrosos ), se hizo un ovillito en la calle de tierra pero fue rodeado por cuatro encapuchados armados que lo trajeron de nuevo y le ordenaron que se sentara, mientras yo, a los gritos les exigía que me dejaran buscar al niño, trato de seguirlo, pero me lo impiden armas mediante; no sabia si corría peligro, ya que maniobraban con los vehículos (seis camionetas pesadas) que iban y venían entre las calles de tierra frente a mi casa. …al otro día me iba a enterar que se había cruzado del vecino …se había puesto de cuclillas y parecía una bolita indefensa rodeada por 4 hombres armados a su alrededor que después lo hicieron entrar nuevamente al infierno en el que se había convertido mi hogar.

Pasó un rato en el que yo les decía por qué estaban haciendo esto, que era un circo y ellos los payasos a los que les pagábamos el sueldo entre todos que me dejaran en paz…y me pedían respeto como si conocieran las palabras a lo que tuve el deber de enseñar que respeto no me tuvieron ellos a mí al entrar rompiendo mi puerta, apuntándome con armas y gritándome órdenes en mi propia casa. Como a las 5 de la tarde logré convencerlos de que dejen que mi madre busque a mis pequeños y se los lleve de esta pesadilla, pude llamar y cuando los vinieron a buscar mi hija mayor (menor de trece años) salió llorando, angustiada, temblando, desolada y gritando “abuela, abuela, creía que nos mataban a todos” , “me apuntaban con un arma grande, larga, y yo no había hecho nada”.

Antes de salir Ignacio para ir con su abuela y tío, mi hijo le dejó a su papá un paquetes de galletas al lado porque no quería dejarlo solo y tenía miedo que además de todo lo que le estaban haciendo no le dieran de comer. Y mi hija más pequeña se me prendió como un koala; pero no me permitieron acompañarla hasta donde estaba su abuela después de todo lo que ya había pasado y la tuve que convencer que pronto la iba a ir a buscar que iba a estar mejor con ella.

Mi madre, de profesión abogada, estaba afuera, y le gritaban armas mediante siempre, que no se acercara. Pedía ver a sus nietos y a mí, pero después de mucho pedido accedieron. Papel triste e inútil fue el de la presidente del Colegio de Abogados de esta ciudad, la que, con chaleco antibalas, lo que le impedía hasta agacharse, miraba inmutable mientras violentaban mi casa y a un abogado, mi ex marido, mientras lo pisaban con sus botas en el piso, mientras apuntaban a los hijos de un abogado, mientras me humillaban exigiéndome a los gritos que me sacara la ropa, a lo que no accedí y menos delante de una horda de delincuentes. Al punto de que, al decirle que no me iba a quitar una remera, y seguían exigiéndome eso a los gritos les dije “no voy a hacerlo, porque no tengo corpiño” a lo que la encapuchada me grito “que por qué no tenia!?” Vergonzoso de una mujer a otra, vergonzoso de un ser humano a otro.

Estos monstruos que eligieron como trabajo torturar, violentar y agredir a la gente continuaron revisando hasta el último rincón de mi casa sin encontrar lo que no estaba hasta que se fueron dejándome en una casa que no parecía la mía, con ropa y cosas y cosas y ropa por todos lados, muebles, camas corridas, desarmadas cajas y cajones abiertos. Y un dolor por la impotencia de no poder proteger a mis hijos, una bronca por el poder e impunidad que tiene ellos de violar mi intimidad.

Fue un calvario en el que mis hijos y yo nos encontramos totalmente desprotegidos, en manos de una horda de encapuchados que no daban explicaciones y que actuaron a su arbitrio, con una violencia, reitero, que solo había escuchado de la nefasta época de la dictadura. Mi madre lloraba, fuera de la casa, mientras la prensa tomaba fotos del frente de mi vivienda y destruían cosas dentro de la casa. Fue aterrador. Mis hijos y yo pernoctamos en la casa de mis padres y a Ignacio tuvimos que asistirlo varias veces con la aerocámara, por lo que había sucedido. Candela no pudo dormir, y Emilia, pegada a mí, y a sus abuelos, acusaron esta situación con un trauma que creo no será fácil de erradicar. Porque a un fiscal atropellador con una caterva de encapuchados hicieron de mi casa una zona de guerra en contra de una familia con tres hijos menores.

La causa seguirá su curso, no se si encontraran culpables de algún delito al detenido, el papá de mis hijos, pero esto no puede volver a suceder. El fiscal Alberione tiene que saber del derecho que tenemos los que no somos privilegiados como él. Tiene que conocer el derecho de menores, la protección que las leyes y la constitución nacional y el derecho internacional dicen del respeto a los menores.

El fiscal debería conocer respecto al derecho que tenemos todos y todas, el derecho que tenemos las mujeres, las madres, los niños. El fiscal no parece conocer de derecho, ni de leyes, pero tampoco de humanidad. Esto que nos sucedió no debe quedar en el olvido, ni tiene que quedar en la nada. Mis hijos han sido violentados; todos hemos sido atropellados en nuestros derechos mas sagrados.

No quiero que esto pasen otras familias, ni otros chicos para que un pobre fiscal al que le gustan las cámaras y posar en televisión, se de con ese gusto. No se puede tolerar que se avalen este tipo de prácticas. Pero esta situación no quedará tampoco en una carta, se tomarán todas las medidas legales a todo nivel que se deban tomar. Pero debemos erradicar esa violencia institucional, debemos quitar de la sociedad y de las fuerzas que pagamos con nuestros impuestos, las que solo perjudican a otros seres humanos."