"El uso de la electricidad para la iluminación no es en absoluto perjudicial para la salud, ni afecta a la solidez del sueño", aseguró en su día, con evidentes intenciones publicitarias, Thomas Edison. Y se equivocó. Hoy sabemos que la luz artificial altera notablemente el ciclo de sueño de las personas y otros animales, ya que el cuerpo se engaña inconscientemente al percibir esos rayos de luz llegada la noche, alterando el reloj biológico que administra el tiempo que dormimos y el que permanecemos despiertos.

En ese contexto, ponernos en la cara tabletas y smartphones resplandecientes no hace sino empeorar la situación. En su última reunión anual, la Asociación Americana de Medicina lo dejó muy claro : "la excesiva exposición a la luz durante la noche altera estos procesos esenciales y puede crear efectos potencialmente perjudiciales y situaciones peligrosas".

Los procesos esenciales a los que se referían los médicos de EEUU son los que regulan en nuestro organismo el ritmo circadiano, ese reloj biológico que nos invita a dormir para que no fallezcamos y que nos anima a despertarnos al cabo de un tiempo apropiado para el organismo. Y, por lógica, también afecta a los patrones de alimentación. Pero también a la actividad cerebral o a la regeneración celular. Alterarlo no provoca simples ojeras: una distorsión grave y prolongada de este ritmo puede provocar obesidad , diabetes, incluso cáncer, y está muy relacionada con el trastorno bipolar.

Sin embargo, la llegada de la luz artificial ha supuesto un contratiempo enorme para la salud del ritmo circadiano, como alerta en un artículo publicado la semana última en la revista Nature por el profesor Charles Czeisler , uno de los mayores expertos en la medicina del sueño.

"Al igual que el oído tiene dos funciones (audición y equilibrio), con el ojo ocurre lo mismo", explica Czeisler. Por un lado, nos proporciona el sentido de la vista, pero cuenta con otra función que incluso disfrutan los invidentes: junto con los fotorreceptores que nos permiten ver, la retina cuenta con unas células -llamadas ganglionares- que hacen de vigías para el ritmo circadiano. Estas células son las que perciben si es de día o de noche y, en función de lo uno o lo otro, el organismo actúa en consecuencia.