Sumar tiempo no es sumar amor dicen una canción de Los Enanitos Verdes, pero para algunas parejas sí lo es. Al menos, para dos matrimonios de nuestra ciudad que llevan casi cincuenta años de casados y que se animaron a contarnos los secretos que les permitieron perdurar uno al lado del otro durante tanto tiempo.

Una de las parejas es la de Cristina Roatta (62) y Américo Tamagnini (66) que llevan casados 41 años. Son padres de Verónica (35) y de Nazarena (27) y abuelos de Facundo y Lautaro (6). Están de novios desde el 30 de abril de 1975 y casados desde diciembre del mismo año.

"Estamos casados desde hace 41 años, 1 mes y 8 días –detalla Cristina-. Nos conocimos hace como 50 años o más porque él salía con los chicos, yo salía con mis amigas y una de mis amigas era novia de un amigo de él, entonces nos teníamos de vista”.

Un amor para toda la vida

Américo sigue: “Un día en la confitería yo muy vivo fui y le pedí fuego para acercarme a charlar. Y al rato viene uno de mis amigos y me dice ‘tomá, te devuelvo el encendedor’ (ríe). Ahí empezó todo. A los seis meses nos compramos los muebles. Y a los ocho meses nos casamos”.

“Nos prometimos envejecer juntos”

Sobre las claves de tanto amor, la mujer afirma que en las malas situaciones siempre se apoyan y están juntos. “Las remamos los dos, uno al lado del otro, cuando uno se cae está el otro para levantarlo. Me levantó más veces él a mí que yo a él. Lo que siempre tuvimos en claro es la familia y luchamos siempre por eso. Creo que hasta el último día va a ser así”, explica.

La pareja lleva un tatuaje que testifica su amor. “Juntos a la par” se lee en sus brazos. “Estuvimos siempre a la par, ni un paso adelante ni un paso atrás, cuando vine a esta casa encontré a una familia. Yo pude festejar una navidad, un año nuevo, cumpleaños, comuniones y confirmaciones en esta familia, eso me ayudó a ser alguien en la vida. No hay secretos. Nadie tiene un libreto cuando se casa. Hemos improvisado mucho sobre la marcha. Quedé un montón de veces sin trabajo y la luchamos con mi suegra y con ella, y así fue siempre. Siempre nos prometimos, y hasta ahora lo venimos cumpliendo, que íbamos a envejecer juntos. Iba a ser la culminación de nuestro amor. Y lo estamos logrando” agrega Américo.

Un amor para toda la vida

Cristina destaca que en muchas cosas son el agua y el aceite, pero que tienen en común a la familia y que siempre luchan por eso. “Siempre nos prometimos ir juntos, pero si alguna vez uno u otro dejaba de querer no queríamos engañarnos, había que hablarlo, pero no arruinar lo que estábamos viviendo. Fueron momentos muy lindos y otros un poco amargos, pero lo volvería a pasar”, cuenta, y asegura que no le importa el papel, porque “no es necesario pasar por el registro civil para respetarse”.

Su marido coincide en que una de las claves es el respeto. “Nos hemos respetado en un montón de cosas, en los gustos, en las necesidades”, dice, y comenta que comparten muchas actividades entre los dos: “Nos vamos de vacaciones juntos desde que nos casamos, ella trabaja en casa y yo siempre la ayudo, vamos al supermercado juntos, vamos a llevar y buscar los nietos al colegio, vamos juntos al médico, creo que ella renuncio a más cosas que yo. Por ejemplo, ahora que tengo problemas de salud siempre que me hago los estudios está ella presente. Y eso me ayuda. Cuando me hicieron las angioplastias, el primer rostro que vi fue el de ella y me gusta, me da tranquilidad saber que ella está ahí”.

Sin dudas, ambos le transmitieron su experiencia de vida a sus hijas: la mayor está casada y es mamá de dos varones, mientras que la menor está en pareja desde hace 12 años.

A pesar de la distancia

Una historia de vida similar es la de Héctor Garay (70) y Olga Ávila (67), que llevan 47 años de casados. Son padres de Cecilia (39) y de Alejandra (41). Estuvieron tres años de novios hasta que finalmente se casaron en febrero de 1970.

La pareja se conoció en la tierra natal de Héctor: Dolores, Buenos Aires. Olga, que nació en San Francisco, cuenta que llegó a esa ciudad por iniciativa de su madre: “En Dolores vivía un tío con su familia. Ellos tenían una bebita y a mi mamá, que vivía conmigo, la designan madrina, entonces viajamos al bautismo; mi mamá vio la ciudad, le gustó y como había más posibilidades de trabajo insistió y nos fuimos a vivir allá. Ahí me crié, estudié, me recibí y ahí nos conocimos”.

Un amor para toda la vida

La mujer rememora que una costumbre del pueblo era dar vueltas en el centro: “Se armaban las manos, los grupos de mujeres caminábamos contra la pared y los chicos venían en dirección contraria, entonces nos veíamos. De ahí más o menos ya nos teníamos vistos. Además él me veía pasar porque yo estudiaba piano y pasaba por una calle donde estaba la pensión donde él vivía, pero yo no lo registraba, me acuerdo que cuando pasaba había un chico parado en la puerta pero nada más”.

Y cuenta que el primer acercamiento fue en un baile de egresados: “Nos recibimos y en el baile de egresados él me saca a bailar. Bailamos un poco, nada más que eso. Pasaron unas semanas, en febrero se hacen los carnavales y era característico el corso de flores. Cada flor tenía un significado. Lo veo, él tenía solamente una flor, un clavel rojo que significaba ‘pasión’ y yo un jazmín que era ‘amistad’. Entonces me para y me lo da. Yo llegué chocha a mi casa y lo puse en la mesita de luz hasta que se secó”.

Eso fue un 12 de febrero. La fecha toma importancia porque esa misma madrugada Héctor empezaría la marina: “Estuve 40 días sin salir”, recuerda.

Olga sigue: “Llegó marzo, no hubo encuentros, yo seguía yendo al centro y cada vez me esmeraba en ir más linda. El día que Héctor sale de franco por primera vez, salimos con una amiga a dar vueltas, pero ella se quería ir porque era tarde. Yo le decía ‘dale, una vuelta más’ y ahí lo veo, él se separa del grupo, ¡menos mal! Se cruza y me dice que me esperaba en la esquina del correo. Ahí nos pusimos de novios”.

Poco después de eso, la pareja se separó por cuestiones laborales. Héctor consiguió trabajo en San Francisco y Olga permaneció en Dolores. “Lloré mucho”, recuerda ella. La relación continuó por carta hasta que se casaron y se mudaron juntos a esta ciudad.

Un amor para toda la vida

La clave, el respeto

Sobre los secretos de tantos años juntos, Héctor bromea: “Porque yo siempre me callo”. Mientras tanto, Olga explica lo que ella cree que es lo que funcionó: “Yo creía que en la pareja había que haber gustos iguales y hacer las mismas cosas y así funcionamos los primeros años. Después me di cuenta que podíamos hacer las cosas democráticamente. Y un poco eso es nuestro éxito. Cada uno respeta lo suyo”.

Esa es la clave, el respeto, que cada uno haga lo que le gusta porque si no uno se cansa de esforzarse para adaptase al otro. No hay que adaptarse tanto, esto va más por el respeto de lo que quiere cada uno”, finaliza.