Todavía hoy se discute si el 8 de marzo, oficializado por la Asamblea General de Naciones Unidas como Día Internacional de la Mujer, desde 1975, corresponde efectivamente a una huelga obrera de 1857, pues se duda de la existencia real de dicha protesta. En rigor ello no importa demasiado. La construcción de una efeméride cobra vida y se mantiene en el tiempo cuando resuma sentido histórico. Este es sin duda el caso de esta fecha políticamente consensuada que ya ha hecho raíces en la sociedad global.

Hace un siglo atrás, las mujeres socialistas de Estados Unidos, Dinamarca, Alemania, Suiza, Austria, y otros países europeos, se congregaban en mítines y reclamaban, el derecho de votar y ocupar cargos públicos, el derecho al trabajo, al estudio universitario y a la no discriminación laboral. El movimiento tuvo réplicas en otras sociedades y la Argentina no quedó afuera.

Si hasta entonces la llamada “cuestión social”, es decir la situación de los obreros industriales, encuadrados en la relación entre el capital y el trabajo, había hecho correr ríos de tinta y... de sangre, de ahora en más, las mujeres reclamarían también ser visibilizadas como sujetos de derechos sociales específicos y de género. Las anarquistas, fueron las que enunciaron sin eufemismos el derecho a vivir sin tutelas bajo el lema: sin Dios, sin patrón y sin marido.

En vísperas de la Primera Guerra mundial, el movimiento de mujeres socialistas ya reivindicaba de manera más explícita el derecho a la construcción de una efeméride de género. ¿Acaso el 1 de mayo no era el Día Internacional de los Trabajadores? Las múltiples formas de discriminación hacían que esa efeméride no las incluyera totalmente. Y aunque las mujeres de otras condiciones sociales y políticas no se sintieran tan tentadas en seguir los pasos más radicalizados de las anarquistas, o más programáticos de las socialistas, no había ninguna que no sintiera como un yugo la ausencia de los derechos civiles y políticos más básicos. La discriminación de género –aún cuando no se llamara tal- quedó así claramente planteada.

En 1917, se contaban por millones las vidas humanas perdidas en los frentes de guerra, y las mujeres volvieron a movilizarse por “paz y pan”, en este caso fueron las rusas las que lo hicieron el 8 de marzo. A partir de entonces la conmemoración no ha dejado de ser un símbolo de lucha por la igualdad con los varones y de solidaridad entre mujeres.

Por Ema Cibotti, historiadora especializada en historia social argentina, y activista cívica contra el flagelo vial y la discriminación de género. Texto publicado en diario Perfil.