“Al final todo se trata de dominar la luz”, describió alguna vez su trabajo Maya Socha, esta apasionada del arte de la fotografía. Desde que hace más de 13 años llegó desde su Colombia natal a San Francisco detrás de un amor, supo cómo ganarse un lugar en el ámbito cultural de la ciudad y convertirse en una referente de la fotografía de eventos y sociales, aquella que registra las historias familiares.

Maya Socha no solo es una gran fotógrafa, sino además alguien siempre dispuesta a colaborar, generosa para sumar con su experiencia y enseñar lo que sabe. Y todo con su clásica sonrisa y su buen humor. Tras la dura experiencia sin trabajar durante la pandemia, volvió con una agenda cargada y en su cabeza ya proyecta su actividad para los próximos años. En el medio, se le despertó otra de sus pasiones de niña: el tenis de mesa, que lo practica en Sportivo Belgrano.

En una entrevista con Yo Digo, el programa de El Periódico TV que también se emite por El Periódico Radio FM 97.1, remarca que pese a la imagen que muchos tienen de Colombia como un lugar tropical, proviene de una ciudad con mucho frío llamada Pamplona, en el norte de Santander. “Soy de una ciudad fría, de montaña, a 2.600 metros del nivel del mar, no vengo del calor como todo el mundo cree”, explica.

- ¿Cómo fue que empezaste con la fotografía y el periodismo?

- De chica siempre me gustó la carrera periodística, los veía a los periodistas como personas que sabían mucho de todo. Eran una gran meta que yo tenía, poder saber de muchos temas. Cuando termino el secundario voy a estudiar a Bucaramanga, una ciudad intermedia, porque en mi pueblo no había la carrera de Comunicación Social. En esa carrera había líneas de periodismo clásico, audiovisual y otras de fotografía y radio. Me gustó mucho la línea audiovisual, me sentí muy cómoda en el video y la fotografía me atrapó totalmente. En esa época aprendí fotografía analógica, con rollo y a revelar en laboratorio. Ese fue mi bautismo con la imagen y quedé atrapada. Cosa contraria con el periodismo gráfico. No era tan hábil para escribir notas, entonces me incliné por lo audiovisual. Yo quería trabajar en un medio grande.

- ¿Esa era tu meta por entonces?

- Terminé mi carrera en Bogotá, porque los medios en Colombia están todos centralizados, como en Buenos Aires. Terminé haciendo mis prácticas profesionales en El Tiempo, uno de los diarios más grandes de Colombia, tipo Clarín. Hice una experiencia muy linda, pero no la pude hacer en fotografía, sino en redacción y nuevos medios, estaba empezando internet. Pero también empezó mi frustración con el periodismo, porque muchas cosas no me gustaban. Y mi habilidad de escribir no era muy fuerte, entonces empecé a enfrentarme con cosas personales que no me gustaban. Cumplí tres años de laburo en El Tiempo, pero no me cerraba y siempre estuve buscando cómo engancharme desde la línea fotográfica. En Colombia encontré varias líneas para hacer fotografía pero no desde lo periodístico, sino centrado en lo social, el ensayo fotográfico y otras líneas fuera de la reporterismo gráfico. Es muy machista el gremio del fotorreportero, en esa época estaba de moda el periodismo de guerra y se iban los hombres a cubrir. Eran pocas las mujeres que tenían lugar. Me fui buscando lugar por otro lado y así llegó a hacer fotografía social y el ensayo fotográfico, estuve muchos años vinculada a un colectivo independiente que se llamaba Octoacto.

- Recuerdo una frase tuya cuando empezaste a colaborar con este medio, un día charlando dijiste: “Al final, todo se trata de dominar la luz”. La fotografía se resume bastante en eso, ¿no?

- Sí, es el arte de dominar la luz. Y qué difícil y qué fácil que es. Podía ser fácil, pero cuando te empiezas a enfrentar a situaciones… qué desafío lindo.

- ¿Qué estás haciendo hoy en la fotografía social?

- Estoy muy agradecida porque después de haber trabajado en la revista Piache, se me abrió un gran abanico de posibilidades en hacer fotografía social. Me gusta mucho el concepto de familia y la fotografía familiar comienza con los casamientos, bautismos, 15 años y todo lo que encierra la historia de una familia. Ahí me sentí siempre muy cómoda para trabajar. La fotografía es el registro de la historia de lo que sos. Siempre digo que si vos no tenés fotos de cuando eras chico, es muy raro que tengas el recuerdo de cuando eras chico. La fotografía tiene un lugar importante en la familia. Me gusta eso, generar recuerdos, con una carga de emoción. Ya tengo clientes que los hijos ya están grandes y se acuerdan de las fotos que les hice de chicos, y me parece súper lindo.

- Con cámaras y teléfonos más accesibles, con tantas personas que hacen fotografía. ¿Cómo hacés para destacarte?

- La democratización de la imagen creo que algunas veces juega a favor y en contra. La fotografía es un proceso, como una vida artística, los fotógrafos tenemos una vida donde nos toca sufrir altos y bajos. Ahora me estoy enfrentando siempre a esto de las redes de que tenés que estar mostrando siempre lo que hacés para que la gente sepa que estás laburando. Y yo estoy laburando en un montón de cosas, pero me cuesta mucho gestionar mis redes sociales justamente porque estoy laburando. Es la disputa constante. 

Maya Socha: “La fotografía tiene un lugar importante en la familia y me gusta generar recuerdos”

- Claro, está esa demanda constante para quienes hacen fotografía de tener que estar publicando permanentemente en redes. Y uno a veces lo que simplemente quiere es hacer fotos y enfocarse en eso.

- Claro, y ahí viene el tema de la auto explotación laboral. Cuando me preguntan cómo estás, yo siempre digo “Bien, auto explotada”. Porque es un volumen de trabajo que tenés que estar cumpliendo con el cliente, pensando cómo vas a hacer las fotos, editando, manejando la parte administrativa como empresa y aparte tenés que estar activo en redes sociales. Yo soy de otra generación y creo que no tengo tan el chip de las redes. Me gustan las redes, encuentro cosas muy interesantes, pero hasta cierto punto las puedo gestionar. Ahí viene la evaluación de cómo gestionar el negocio, cómo pedir ayuda, involucrar a otras personas a tu equipo de trabajo.

- Con lo analógico había que seleccionar qué disparar y qué no, hoy vas a un evento y podés hacer mil fotos tranquilamente. Antes, tres rollos era lo máximo. También cambió mucho el tipo de fotos, ya no va más la foto de la familia parada al frente de la torta.

- De un casamiento a veces entrego 1.500 fotos, una locura. Hay quienes dicen que es mejor la calidad que la cantidad, pero en los casamientos, siento que completan la historia de principio a fin. Muchas veces está muy bueno ver las fotos de cómo va avanzando la fiesta, la progresión, es divertido. Primero lo solemne, lo civil o la ceremonia religiosa. Y después la fiesta, que tiene una parte para arriba muy buena. Se reúne la familia y a veces son los únicos momentos en que puedes tenerlos a todos reunidos, entonces tiene un valor súper importante. Yo pienso que no puedes dejarle encargado eso a un celular, tienes que tener unas buenas fotos.

- Cuando vas a hacer cobertura de los eventos sociales, ¿vas pensando en algo que buscar o más bien en tirar muchas fotos y enganchar lo que surja?

- Siempre pienso que los clientes son únicos. A pesar de que los rituales son muy parecidos, hay algo único o diferente en cada pareja o en cada quinceañera. Trato de buscar eso en cada cliente, a pesar de que tengo mi método para trabajar con la cámara desde lo técnico y la iluminación. Pero siempre voy a esperar a ver qué me da el evento, me dejo sorprender. Hay que estar muy alerta. Tenés que estar con todos los sentidos muy alerta, porque ese día puede pasar todo. Tenés que estar de buen ánimo, con buena salud, con la cabeza limpia para estar receptiva a todo. Tiene una carga emocional y corporal muy grande. Siempre termino muy cansada, pero me gusta mucho.

- ¿Tu mayor satisfacción con la fotografía viene después con la devolución de los clientes o durante, cuando lo hacés?

- Yo creo que el durante. La frutilla de la torta es cuando el cliente te hace una devolución y te dice “Maya, me emocioné, me encantaron las fotos, gracias”. Pero el vivirlo a mí me encanta. Lo más lindo de mi laburo es guardar la cámara, armar el equipo y salir a hacer fotos. Lo peor es sentarme a editar (risas).

- Como para los periodistas cuando tenemos que sentarnos a desgrabar notas…

- Sí, es el trabajo sucio, es durísimo.

- En la pandemia estuviste mucho sin trabajar, ¿qué pensaste hacer cuándo la cosa no arrancaba y seguías sin trabajo?

- No pensé que iba a ser tan duro. Los primeros meses me sentía feliz, estaba en casa cultivando suculentas. Después me empecé a angustiar un montón, porque nunca había pasado tanto tiempo sin laburar. Siempre tuve un ritmo de trabajo y nunca me faltó el laburo, puedo decir que soy privilegiada en eso. Enfrentarme con esta situación no fue fácil. Después de un tiempo pensé que no iba a volver a hacer fotografía social, empecé a replantearme cosas, hablábamos con los colegas y había mucha angustia. Sabíamos que lo último que se iban a habilitar eran los eventos sociales, y pasó un año y medio casi. Armé un estudio en casa y empecé a hacer fotos de productos, de lo que viniera: termotanques, paletas de pádel y lo que fuera. Fue un salvavidas.

- ¿Y en la vuelta cómo te encontraste?

- La vuelta me reactivó. Tuve un quiebre el año pasado, a principios de enero ya más o menos se podían hacer cosas pero empezábamos y nos frenaban. Hasta mitad de año no tuvimos como una bandera blanca para hacer de todo. Yo me voy a Colombia, porque hacía dos años que no venía a mi familia, mis papás son grandes, empecé a sufrir de que no los iba a ver más, fue una angustia grande. Viajé entre agosto y septiembre y cuando estaba allá todo el mundo me empezó a pedir presupuestos. Cuando volví, me encontré con que tenía todos los fines de semanas llenos con casamientos. Fue hermoso, pero muy agotador. Terminé la temporada casi en marzo, fue un montón.

- Ese ritmo te hace plantear tu trabajo y el hecho de querer seguir progresando te puede implicar más carga de horas, más estrés, ¿cómo lo resolvés a eso?

- Físicamente, no sé cuántos años más voy a poder sostener esto de estar todos los fines de semana en una fiesta. Eso sé más o menos cuándo hay que parar. Me gusta mucho enseñar y ese es un objetivo que tengo. Así como me gusta que la gente pueda tener buenas fotos, también generar una cultura de imagen y que haya más fotógrafos en la ciudad. Pensar el negocio desde otro lugar. Con la experiencia que tengo, hacer una cuna de fotógrafos, de gente joven que quiera estar y corrigiendo los errores de nosotros, porque esta auto explotación tiene que estar corregida. Buscar un trabajo más en equipo, ahí está la clave. Trabajar solo te hace auto explotarte, porque no podés cumplir con todo.

- ¿Esa es una de las cosas que vas proyectando y te gustaría que pase con tu carrera?

- Me encantaría, me gustaría poder generar un equipo de trabajo, enseñar, hacer escuela, creo que a San Francisco le falta eso, educación visual. Cuando hay crecimiento grupal sobre estos temas en un lugar, el profesional individualmente crece y mejora la calidad. Me parece que eso falta.

- Y así llegamos al tenis de mesa. ¿Cómo fue que jugabas de niña y volviste ahora en San Francisco?

- Fue súper bonito y motivador. Me encontré que en Sportivo Belgrano están metiéndole mucha ficha a las actividades del club y había tenis de mesa. Sportivo se federó y están haciendo una movida en la ciudad invitando a que la gente se acerque a practicar lunes, miércoles y viernes. Van chicos, hay gente grande que juega muy bien. Yo soy una de las pocas mujeres y sería muy bueno que si hay otras que les gusta que se sumen.

- Esto del tenis de mesa, que es tan rápida la respuesta, ¿te sirve para aplicar y resolver otras cosas de tu vida?

- El disparo en la cámara es así: hay que tener mucha técnica en la cabeza y ejecutar (risas).

- Hace ya 13 años que estás en San Francisco. ¿Te sentís todavía de paso o ya la sentís propia?

- Lo siento ya mi hogar. Mis amigos me preguntan si me vuelvo a Colombia y me cuesta mucho pensarme fuera de San Francisco. Me gusta mucho viajar, conocer lugares y vivir en diferentes lugares, pero San Francisco ahora es mi hogar, lo quiero y me gusta mucho lo que sucede acá.