Por Manuel Ruiz

Es necesario pensar al deporte. A esa parte de la palabra deporte, lo que cada cuatro años todas las plataformas políticas llaman “el carácter social del deporte”. Es necesario porque si bien las edificaciones aparecen como eternas, ya que pueden estar hasta más de un siglo de pie, aquello que le da vida, la gente, muta. Van cambiando sus formas de comportarse, sus gustos, las maneras de sociabilizar dentro de ese espacio. De ver, entender y realizar las prácticas deportivas. El ser humano no frena, es dinámico. Sigue y se va acomodando.

 

El club, como institución social, es además un concepto que engloba más que una cancha y una pelota. Aunque no parezca lo sigue siendo. Distinto a otras épocas en donde el club no tenía que disputar su función social con nada. Ahora por los ritmos de vida, los costos de vida, la cantidad de horas de trabajo y las problemáticas socioeconómicas que van formateando el nuevo modo de vivir, el club se transforma en un espacio casi de salvataje.

 

Aníbal Gaviglio, docente de educación física de hace treinta años y referente de la natación en el Sport Automóvil Club y la ciudad, le dice a El Periódico que “ahora más que nunca el club es ese ´algún lado` donde dejar los chicos”, el que todos los padres necesitan. “Hay una necesidad por parte de los padres de que alguien cuide de sus hijos, y ahí aparece el club, los profesores de los clubes. Antes, nosotros, y un par de generaciones posteriores a las mías, íbamos al club sin pensarlo, casi como una costumbre. Era importante, pero ahora tiene otra trascendencia”, agregó.

 

Una educación

 

El rol del docente, del profe -siguiendo las palabras de Gaviglio- resulta “primordial”. Porque de nuevo, no es sólo la pileta o la canchita, es quien está a cargo de esa pileta o de enseñar a correr por la canchita, lo que termina dándole cuerpo a un club.

 

Sebastián Musso, también profesor de educación física y además a cargo de las divisiones formativas del hockey de Antártida Argentina, apunta sobre la función del profesor que “los chicos y chicas están sujetos a una sobrestimulación muy grande. Pero sobre todo muy atractiva. Quizás eso antes no pasaba, sólo el hecho de jugar o correr lo era. Ahora también, pero además está todo lo otro que tienen al alcance la mano. Es esencial, y eso te lo da la experiencia, estar muy atento, prestarle atención a los detalles, a lo grupal pero también a las distintas individualidades”, dijo. Luego explicó que “nosotros en Antártida les decimos siempre que en la puerta hay un perchero. Cuando entran al club tienen que dejar la mochila de lo que pasó en la casa, en la escuela, en donde sea, ahí colgado. Porque es vital que el club sea un espacio de recreación para que sea atractivo”.

 

Pero claro, eso no sucede siempre. La mochila a veces va con el pibe que corre las diez vueltas del precalentamiento. Musso lo sabe, Gaviglio lo sabe y también lo sabe Joaquín Pérez, ahora ayudante de la Primera División de Sportivo Belgrano, pero que el año pasado estuvo al frente de un proyecto con las categorías 2002/2003 de la “verde”, los más chicos del club.

 

Lo interdisciplinario

 

Pérez trabajó todo el 2015 junto al trabajador social Fernando Larrambebere. Encararon un proyecto que incluyó visita a las casas de los chicos, relevamientos en las escuelas, charlas con psicólogas e incluso involucró al arte plástico. Esa experiencia, explica Pérez, se dio porque “sabíamos que no podíamos solo quedarnos con lo que hacíamos con los chicos en el predio durante las horas de práctica. Porque el club, si te ponés a pensar, ocupa un espacio menor en los horarios de los chicos. Pasan más horas en la escuela y en su casa o en la calle. Entonces entendimos que teníamos que desde el club brindarles un asistencia mayor a lo que se venía dando y darle a su formación como persona la misma que le dábamos a la formación futbolística”.

 

Otras miradas

 

Abrir el juego a otros profesionales que quizás no entendieran nada de porque se juega 4 – 4 - 2 y no de otra forma, resulta quizás de lo más interesante. Pérez es un caso. El Tala y El Ceibo lo hicieron en esta pretemporada. Musso en Antártida también. Nutricionistas, psicólogos, kinesiólogos, trabajadores sociales empiezan a tener cada vez más espacio en las instituciones (aunque no sean parte del staff permanente) y es porque quizás lo especifico de esos estímulos, lo nuevo de esos conocimientos para los chicos, ayudan también a la tarea de mantenerlos en el club y haciendo deporte: ganando calidad de vida y convirtiéndose en sujetos críticos mientras se ponen lindos para una selfie.

 

“Han cambiado las formas de entrenar, de dirigirse a los chicos. Porque los chicos así lo piden”, asegura Gaviglio.

 

Se van sumando otras disciplinas, se va cambiando la forma y la calidad de relación entre profesores y alumnos deportistas. El club es algo más que un club, la gente que les da vida así lo entiende y se adapta, porque más feo que un club vacío es que un chico se vaya de él por aburrimiento, sin crecer o que vaya solo porque hay que enviarlo a algún lado.