Cuando cumplió cuatro meses de embarazo, a Yanina Benítez le dijeron que su bebé tenía apenas un 1% de probabilidades de nacer con vida. Tenía una dilatación en el cerebro y una hernia diafragmática, un defecto de nacimiento que provocaría que los órganos del abdomen, como los intestinos, el estómago y el hígado, se desplacen hacia arriba. Y eso pasó, ocasionando que uno de los pulmones de la niña no llegara a desarrollarse.

Lejos de los pronósticos, Candela nació un 11 de noviembre de 2009. Sin embargo, la alegría que tenía su mamá de tenerla por fin en sus brazos se opacó con otra noticia, ya que le advirtieron que la beba no iba a vivir más allá de las 12 horas. Incluso, le asignaron una psicóloga y no permitieron que le comprara ropa.

Aquella niña pudo vencer los presagios y el pasado jueves cumplió 12 años.

“A los cuatro meses de embarazo diagnostican que mi hija tenía dilatación en el cerebro. El doctor me mandó a Córdoba a hacer una ecografía y sí salió eso. Pero aparte tenía le faltaba el diafragma. De allá vinimos con mi marido muy nerviosos. Fue horrible, en vez de venir con una solución, vinimos con más problemas. El doctor me dijo que empezara a hacer reposo y me explicó, con dibujitos, lo que era el diafragma y que los intestinos iban a subir y apretar el pulmón”, recordó Benítez.

“Siempre fui muy creyente y siempre tuvimos a Jesús y a la Virgen con nosotros, no sé por qué, pero yo sabía que Candela iba a vivir e iba a estar bien”.

De familia creyente, la mujer siguió al pie de la letra los consejos médicos pero además decidió hacer una visita, a los cinco meses y medio de embarazo, al Padre Ignacio. “El padre nos hizo poner la medalla de la Santísima Trinidad en la panza, me dijo que trate de tenerla mucho tiempo ahí y que rezara. Siempre tuve mucha fe de que todo iba a salir bien. El doctor me dijo que no me hiciera ilusiones con el embarazo porque había mucho riesgo. Y ahí empezaron las estadísticas: me dijeron que el 99% no vivía, pero yo dije que iba a ser el 1%”.

El nacimiento

El embarazo de Yanina llegó a término y Candela, cuyo segundo nombres Milagros, el que más la identifica, nació con vida. Sus papás nunca pudieron saber cuánto pesó porque hasta pesarla significaba un grave riesgo de vida.

“Nació y me dijeron que no pasaba las 12 horas. Ella no fue a la balanza, nunca supimos el peso, me la sacaron y la pusieron en la incubadora. La balanza fueron las manos del doctor: la anotaron con 3 kilos y medio”, rememoró su mamá.

Como anécdota, contó: “Después me contaron que sincronizaron los ascensores para que no hubiera ningún problema y pudieran pasarla derecho a Neonatología. Me decían ‘no te hagas ilusiones, la chica no va a vivir, las cosas no están funcionando bien’”.

De salvarse, existía la posibilidad de que debiera usar oxígeno de por vida. Pero se recuperó. Incluso Candela llegó a perder sus signos vitales y recibió de un sacerdote el agua de socorro, es decir, un bautismo que suele realizarse de urgencia cuando un niño sin bautizar tiene posibilidades de morir o incluso ya falleció. Pero también pudo sobrepasar ese momento.

Ya estabilizada, al domingo siguiente de nacer la operaron: “Le bajaron el intestino y el hígado y le pusieron una malla. Pero su pulmón no se desarrolló, quedó muy chiquito. Ella estuvo 40 días en incubadora. Los médicos, hasta el día de hoy, me siguen diciendo que ella fue un milagro. De eso pasaron 12 años”.

La salud de Candela

Candela, que tiene dos hermanos, lleva hoy una vida normal, aunque con ciertos cuidados. Para ello debió hacer distintas terapias a lo largo de los años, algunas de las cuales todavía mantiene.

Entre otras cosas tuvo que hacer sesiones de kinesiología todos los días, desde que nació y estuvo en Neonatología hasta que cumplió 3 años. El barbijo, para ella y su familia fue un elemento de uso habitual por mucho tiempo, cuando la pandemia actual que lo impone no estaba ni en los registros.

“Los médicos me decían que bajara a la tierra, que las cosas no iban bien, y yo seguía diciendo que Candela iba a estar bien, yo sentía que iba a salir con mi hija”.

“Era mucho el riesgo, yo tenía que cuidarle el pulmón que tenía limpio. El otro estaba ahí, no funciona pero está. Ante gripes o resfríos tengo que tener cuidado. Hasta el día de hoy, cuando hace frío me cuesta mandarla a la escuela. Esos detalles los sigo teniendo y muchas maestras lo entienden, su caso es muy conocido en las clínicas”, contó su mamá.

Hoy, Candela asiste a la escuela “Presidente Julio Roca” y forma parte de un grupo scouts en donde realiza diferentes actividades cada sábado. Hasta hace poco hacía baile y kick boxing. Puede hacer actividad física, aunque por momentos debe descansar. En cuanto a terapias, tiene profesionales en psicopedagogía, fonoaudióloga y kinesiología que la acompañan cada semana.

“Soy un milagro, Dios siempre está conmigo”, devuelve tímidamente la niña ante la pregunta de qué cree que fue lo que pasó con ella.

Contra todos los pronósticos de ese 2009, Candela este domingo celebrará un nuevo año de vida junto a sus amigas y familia, mientras sueña –al menos por ahora- con ser maestra jardinera.