La de Rosana Romero (52) y Francisco Juncos (71) es una más de las historias que dejará la pandemia en San Francisco. Romero, enfermera que actualmente trabaja en la Clínica de Especialidades “Enrique J. Carrá”, y Juncos, un vecino de Frontera radicado hace 10 años en Cura Brochero, se conocieron en medio de un desafortunado suceso que hoy de a poco se va acomodando.

El hecho tuvo como protagonista a Gustavo (48), hijo de Francisco, que por contraer COVID-19 debió ser trasladado desde Miramar a San Francisco, donde quedó internado. Lejos de su esposa y su hija, que no podían venir a nuestra ciudad por estar con el mismo diagnóstico, y de su papá, que se encontraba en el Valle de Traslasierra, encontró en Romero el nexo para llevar tranquilidad a su familia.

“Un día estaba trabajando en la guardia de la Cruz Azul, trajeron un paciente derivado de Miramar y se lo atendió como corresponde. Debido a la gravedad del COVID positivo, a las horas se lo derivó al hospital. Llamó Francisco, el padre. Un hombre mayor de 70 años, desesperado, preguntando por el hijo, diciendo que no podía salir porque las rutas estaban cortadas. Le comenté que se lo había atendido con los primeros auxilios, se le hizo todo lo que se tenía que hacer y que para mayor tranquilidad, no le dije gravedad, se lo derivó al Iturraspe. Como a las dos horas llamó otra vez desesperado porque que no se podía comunicar con el hospital y no sabía nada de su hijo, entonces yo le pregunté si tenía para anotar y le di mi celular”, recordó Romero.

La historia de un padre e hijo lejos y una enfermera que fue su nexo

Fue en ese instante donde comenzó un ida y vuelta de llamadas telefónicas y mensajes por medio de los cuales Francisco se anoticiaba del estado de salud de Gustavo y se lo comunicaba al resto de la familia.

“Le dije que me iba a comunicar con el hospital, porque entre enfermeros nos conocemos, así que era más fácil recibir el parte. Le dije que le diera mi número a su hijo por si necesitaba algo, agua mineral, una fruta o un yogurt, que yo se lo alcanzaba. Así fue que conocí a Francisco. Todos los días yo hablaba con mis compañeros o llamaba al hospital y me daban el parte, y se lo mandaba por Whatsapp”, agregó Rosana.

Del otro lado

Desde Cura Brochero, Juncos sufría la imposibilidad de viajar: “En ese momento yo estaba en mi casa en Cura Brochero y a San Francisco tengo 380 kilómetros. Primero, no podía viajar. Y segundo estaba en riesgo de vida mi hijo mayor. El director de terapia me decía que no pasaba el fin de semana. Me agarró una desesperación, una locura”, recordó Juncos.

“Cuando mi nuera de Miramar me dice la dirección y el teléfono de la clínica Carrá hablé y di con Rosana. Ella me dijo que lo habían llevado al hospital Iturraspe. De esa manera estuve en contacto con Rosana y ella se ofrecía a llevarle lo que necesitara porque yo no podía viajar ni moverme de acá. La zona estaba cerrada totalmente y yo, por mi edad, menos podía viajar. Y así nació la amistad”, rememoró.

Juncos destacó la actitud de la enfermera de nuestra ciudad que si bien no pudo acercarle alimentos a su hijo por estar aislado, siempre estuvo dispuesta a colaborar y ponerse en su lugar.

Hoy, en tanto, Gustavo se recupera aunque con algunas secuelas. “Gracias a Dios está muy bien, pero tiene que ir a un neumonólogo porque todavía están comprometidos sus pulmones. También Rosana se ofreció a conseguirle un turno con un neumonólogo muy nombrado en San Francisco”, sumó Juncos.

El agradecimiento

A modo de agradecimiento Francisco, dueño de un complejo de cabañas en aquella zona, le ofreció a Rosana y su familia pasar sus vacaciones en el lugar.

“En agradecimiento la invité para que venga para mis cabañas y ella aceptó. Fue una actitud muy humanitaria. Creo que todas las personas tendrían que hacer ese tipo de trabajo porque somos seres humanos y necesitamos todos de todos. Yo he aprendido acá, con las cabañas, que todos necesitamos de todos y yo en lo que pueda colaborar con la gente lo hago, pero no toda la gente tiene las mismas actitudes como las que tuvo Rosana”, valoró Juncos.

Por su parte, Rosana añadió: “En enfermería por ahí tenemos gente que te trata mal, pero mi accionar es así. Yo trabajo con el corazón, amo ser enfermera. Siempre digo que enfermero se nace, no se hace. Así que me fui unos días a las cabañas de Don Francisco en Cura Brochero, invitada por él. Me pareció una buena acción. Si bien uno trabaja sin esperar nada a cambio, me pareció interesante, más en estos tiempos en que el profesional de enfermería a veces no es reconocido”.

“Siempre les digo a mis compañeros que el día en que deje de sentir el dolor ajeno será mi hora de retirarme. Quien me conoce sabe que me traigo el dolor a mi casa. No lo puedo separar”, finalizó.