-Hola chicos, denme un momentito que ya estoy con ustedes, tengo que terminar de atender un llamado y estoy. El que abre la puerta en Sáenz Peña 108, pegado a la Parroquia Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, es el sacerdote Gabriel Ghione (37), uno de los más jóvenes de la diócesis local, dueño de una energía envidiable, inquieto, de sonrisa fácil y de un diálogo profuso. Él mismo se considera impulsivo, casi hiperactivo, lo que meses atrás le trajo alguno que otro problema de salud pero que hoy considera superado y que le sirvió de aprendizaje.

El sacerdote, nacido y criado en San Francisco, proviene de una familia pequeña. Su padre, Pedro Ghione, era empleado bancario en Banco Córdoba y falleció cuando Gabriel tenía apenas 11 años; su madre, Marta, oriunda de Santa Clara de Saguier, fue profesora particular de dibujo y pintura, y todavía reside en su querido barrio Sarmiento. Tiene un solo hermano, Ariel, cinco años mayor que vive en La Calera junto a su esposa y dos hijas.

Desde que tiene uso de razón la vida de Gabriel estuvo ligada a la Iglesia católica. Su familia asistía religiosamente todos los domingos a misa, su hermano fue monaguillo en la Catedral, donde también el pequeño “Guabi” -cómo familiarmente lo apodaban- siguió sus pasos y también se unió luego al grupo scout.

“Yo quería ser sacerdote desde los 6 años -cuenta Gabriel en su modesta oficina parroquial donde sobresalen una enorme cruz de San Damián y un cuadro de la Virgen María del Perpetuo Socorro-. Siempre estuve muy relacionado con la iglesia, monaguillo, scout, dentro del ámbito eclesial. A los 15 tuvimos un retiro para confirmación y fue como muy impactante para mí descubrir la entrega de Jesús en la cruz. Sentí que me decía que ‘no había amor más grande que dar la vida por los amigos’ y desde entonces esa se transformó en mi frase vocacional. Sentía que Jesús me invitaba a lo mismo, a dar mi vida por los demás”, recuerda.

Allí lo supo. Ese camino que había imaginado de niño comenzaba a vislumbrarse en la adolescencia, pese a que algunas personas luego le aconsejaran que use su inteligencia para otros fines “más prácticos”.

Aquel chico acelerado

Gabriel cursó sus estudios primarios en la escuela José Bernardo Iturraspe y el secundario en el IPEM N° 145, “Dr. Francisco Ravetti”.

De la secundaria guarda gratos recuerdos y reconoce que era bueno en Historia y Humanidades, tenía avidez por saber y se desempeñaba bien en las materias contables, lo cual asegura, le sirve en la actualidad a la hora de llevar la administración económica de la parroquia.

“Aquel que me conocía me veía siempre en la iglesia, en misa era como natural que terminara acá. Me fue bien en todas las materias pero sufrí educación Física. El profe Orlando (Olivero) fue muy bueno conmigo, nos hacía hacer los Test de Cooper de los que nunca me voy a olvidar en mi vida”, refiere entre risas.

En esa época cuando manifestaba sus intenciones de llevar una vida religiosa hubo profesores que le hablaron para que reconsidere su decisión: “Hubo algunos que me hablaron para que no fuera cura. ‘Tendrías que pensarlo bien, es una vida muy sacrificada’, ‘no, pensalo, tendrías que dedicar esa mente que tenés para otras cosas’. Había de todo, pero también tuve aquellos que me alentaron”.

Gabriel Ghione, el hombre que de niño ya sabía su camino

“Siempre fui un poco acelerado -agrega-, apenas terminé el secundario fui a hablar con el obispo Baldomero (Carlos Martini) para inscribirme, pero él me pidió que espere un año, que lo piense bien, contrario a lo que por ahí se piensa que te quieren meter a cura rápidamente; yo era bastante impulsivo así que me fui a estudiar a Córdoba Recursos Humanos”.

Ghione cursó un año de carrera y estaba por rendir la última materia cuando se dio el estallido social de 2001. Durante ese período realizó lo que se conoce como discernimiento espiritual, un proceso mediante el cual el aspirante a sacerdote confirma o no su decisión de consagrar su vida a la obra de la Iglesia católica.

En este sentido reconoce: “Creo que la decisión de Baldomero fue acertada, me ayudó a serenarme, a reflexionar y a descubrir que no todo tenía que ser ya. Luego ingresé al seminario ‘Nuestra Señora del Cenáculo’ de Paraná durante cuatro años, hice un año de pastoral en Porteña y tres de Teología en el Seminario Jesús Buen Pastor de la Diócesis de Río Cuarto”.

En mayo último cumplió 9 años de vida sacerdotal y lo diferencia de una profesión o carrera: “Lo nuestro es un estilo de vida, decidí consagrar mi vida a través de una misión específica que es el sacerdocio”.

 - ¿Cómo estás en tu relación con Dios?

(Risas). Qué tema, pero está todo bien en mi relación con Dios. Es todo un proceso de fe, no por ser cura tenés todas las respuestas ni soluciones sino que vas creciendo y madurando, te van pasando cosas. Me enfermé por ejemplo, eso me llevó a replantearme cómo estaba viviendo mi sacerdocio. No porque uno lo viva mal sino porque a veces uno pone el énfasis en cosas que quizás no son lo más importante. Uno va reflexionando, rezando para descubrir por dónde va pasando el ministerio. Se cree que la vida del sacerdote es muy monótona, se asocia con celebrar la misa el domingo, eso es lo más público, pero la vida del sacerdote tiene un montón de facetas: escuchar gente, acompañar, contener, administrar, escuchar a los jóvenes, un montón de actividades que a veces a uno lo desbordan y te sacan del eje de donde tenés que tenerlo.

- ¿Sufriste alguna crisis de fe?

Según diversas acepciones la palabra crisis viene de peligro pero también de crecimiento y oportunidad. Si lo tomás desde crecimiento, sí tuve una crisis de fe. Si lo tomás como duda, que este no es mi camino, no. Nunca sentí que esto no sea lo mío. Me siento bien, me siento pleno. Quiero hacer todo y me desbordé.

- Entonces esta cuarentena te pudo haber ayudado.

A mí me ayudó en un montón de facetas y creo que a la Iglesia en sí también, en mi humilde entender. Por mi parte, necesitaba tranquilizarme, poder tener un poco más de vida interior, tranquilidad en algunos aspectos. Los primeros días los aproveché para orar, para reflexionar, autoevaluarme y dejarme ayudar. Me ayudó a reordenar muchas cosas y me puso en contacto con lo esencial para dejar de lado lo que no era tan importante, lo accesorio.

- ¿Qué sería lo esencial para vos?

Primero en mi vida ministerial, lo esencial es mi encuentro con Dios mediante la oración, la espiritualidad. Me di cuenta que atrás de miles de actividades que tenía no estaba teniendo ese encuentro o no me permitía pensar lo que estaba sintiendo. En la vida de la Iglesia hay cosas que son esenciales que si perdemos dejamos de ser iglesia: primero el encuentro con Jesús y segundo muy asociado, el amor al prójimo, al más vulnerable, en ayudar a contener gente, acompañar y a estar presente a través de nuevas modalidades.

Gritos en la comunidad

Gabriel es uno de los referentes del Centro de Espiritualidad Betania, un grupo de acompañamiento espiritual para jóvenes y adultos que en estos tiempos de pandemia estuvo muy activo a través de las redes sociales para atender “muchos gritos de ayuda”.

“En este tiempo de pandemia se plantearon cuestiones muy fuertes. La gente se comunicaba para un acompañamiento espiritual, ante cuestionamientos existenciales, acompañamos desde la vida de fe, las luchas de las personas y los conflictos que experimentan. Hubo muchos gritos en la sociedad que se manifestaron. Hay muchos gritos de jóvenes que me interpelan muchísimo, hay mucha soledad, fragmentación, muchos vacíos y gritos y necesidades muy auténticas”, revela.

- ¿De esos gritos alguno te asustó?

Hay gritos de sinsentido, de auxilio. Pero creo que la pandemia a muchos les ayudó a poner el ojo en lo esencial, en lo familiar, en equilibrar lo familiar con lo laboral, para algunos fue una oportunidad para fortalecerse, para otros un momento de quiebre. El Papa Francisco dijo algo que para mí fue muy cierto: ‘De la pandemia vamos a salir mejores o peores, pero no vamos a salir iguales’. Es una gran oportunidad la pandemia si la sabemos aprovechar.

Gabriel Ghione, el hombre que de niño ya sabía su camino

- La comunidad está convulsionada por los últimos casos positivos de la semana, qué mensaje se puede dar desde la fe.

Primero entender que tanto el contagiado como a su familia hoy les tocó a ellos pero puede ser cualquiera, entonces tenemos que ser cuidadosos de las cosas que decimos y expresamos. A veces parece que retrocedimos en el tiempo y volvimos a la época de los leprosos en donde le ponían campanas para estigmatizarlos, y esta es una enfermedad, no creo que nadie elija contagiarse. Hay que ser humano en el trato hacia los contagiados y también saber que uno se puede contagiar teniendo todas las medidas de prevención posibles. Tenemos que cuidarnos, no hablar de más y ponernos en el lugar del otro. Por otro lado, es un tiempo de nuevos horizontes y la espera es esto, no una esperanza vacía, hay muchas cosas que han cambiado, hemos cambiado nosotros en muchas formas de pensar, por qué no podemos cambiar como sociedad, es un tiempo de esperanza si la sabemos construir entre todos y de abandonar los egoísmos para construir el bien común.

“¿Hablo mucho no?” Pregunta Ghione cuando se apaga la cámara y el grabador. Gabriel nos acompaña hasta la puerta, luego de casi más de una hora de charla y mientras nos sigue contando de sus actividades, una mujer, con cita previa, lo espera para charlar o tal vez confesarse. Él parece todavía lleno de energía y luego de los “codazos” de saludos insiste: “Vieron que hablo mucho, ustedes sabrán qué cortar”.

Gabriel Ghione, el hombre que de niño ya sabía su camino

-¿Qué te pasa cuando escuchás casos de curas condenados por abusos sexuales, por pedofilia?

La pedofilia, el abuso de menores no es algo patrimonio del ámbito eclesiástico, es patrimonio de la sociedad, de hecho la mayor cantidad de abusos se dan en los ambientas familiares, por eso hay que educar a los niños para que sepan respetar sus cuerpos y poner límites; como así también hay que condenar a aquellos que sobrepasan los límites con los niños. El abuso no solo pasa por lo sexual, sino también hay un abuso de consciencia, de poder. Esto se trabaja mucho en los seminarios y la Iglesia tiene sus medidas. Nosotros tenemos que ser maestros de humanidad, de prevención y de cuidado hacia el vulnerable y sé que en un pasado la Iglesia no lo fue. Estamos tratando de cambiar las cosas, sí. Hay que cambiar los modos, prevenir y actuar con rapidez ante estas situaciones, pero también formarnos, capacitarnos a nosotros y a la comunidad parroquial para sea un lugar de prevención y de cuidado del vulnerable.

- ¿Qué opinás sobre el celibato?

Para mí el celibato fue una decisión y una opción de vida, y lo decidí libremente. En el seminario te hablan constantemente de todos los pros y los contras del celibato. Y es una opción de amor, no es que yo decidí no amar, sino que decidí amar de otra manera. Yo no decidí no tener familia, decidí tener una familia más amplia. Prestar atención a los que no se les presta atención. El sentido más profundo que tiene el celibato es que uno pueda amar a los que no son amados, por eso la vida del célibe se entiende. ¿Tiene que ser obligatorio o no? No me gusta meterme en eso, porque es una opción de vida, como el que decide casarse, nadie te obliga. Y yo se los digo a los novios, ‘nadie los obliga a casarse, ustedes deciden’.

- ¿Y te costó?

No sé si es lo que más me cuesta, por lo menos ahora. Quizás me cuestan otras cosas de la vida sacerdotal. Todo lo que la gente le exige al cura, muchas veces me lo implico a mí mismo. Creo que esto de amar a los no amados es un hecho más exigente que ser célibe en el sentido de no tener una relación sexual o no tener una familia.  

“Il ciclone”

Así lo bautizó monseñor Sergio Buenanueva, obispo de San Francisco, al padre Gabriel, con quien tuvo su primer contacto allá por 2013 y se encontró con un cura recién ordenado.

“Lo fui conociendo y he visto un joven muy apasionado, yo lo llamaba ‘el ciclón’ o ‘il ciclone’, porque es muy entregado y con muchas iniciativas. Las personas que forman parte de su comunidad parroquial lo quieren muchísimo y saben que a su lado van a llevar adelante muchas cosas”, cuenta con gracia Buenanueva.

“Más allá de lo que Gabriel hace -añade-, que tiene una enorme capacidad de trabajo, como persona tiene un corazón muy grande, que donde va y en lo que hace pone todo y eso creo que para un sacerdote es muy importante”.

Gabriel Ghione, el hombre que de niño ya sabía su camino

El curita viral

En mayo de 2017, Ghione se volvió viral a través de un video donde se lo vio bailando una reversión católica del hit "Despacito" al final de una misa.

 Si bien lo recuerda con gracia, asegura que esos días no la pasó bien. Recibió llamados de medios de comunicación de toda la República y algunas críticas de personas que nunca estuvieron en el lugar: “No sé cómo se replicó tanto ese video. Esa semana hubo mucha ebullición, en ese momento no la pasé muy bien, fue muy invasivo. Tener llamadas de todo el país, si bien soy algo extrovertido también tengo mi lado más tranquilo y de perfil bajo”.

-Algunos pensaron que fue para atraer gente. ¿Sirvió?

Nunca lo hice para atraer gente, el fin de semana posterior hubo mucha gente que vino a ver qué era, qué pasaba, pero después todo volvió a la normalidad.